Bitácora

Por Pascal Beltrán del Río

 

El segundo debate de los candidatos presidenciales en Estados Unidos terminó sin no-caut.

Si tuviese que dar un veredicto sobre el combate de anoche en San Luis, Misuri, diría que Donald Trump ganó en decisión, por puntos.

Su rival, Hillary Clinton, tenía todo para mandarlo a la lona, pero simplemente no pudo.

El republicano venía de una semana terrible para su campaña. Había perdido el primer de-bate —el 26 de septiembre, en Hempstead, Nueva York— y los medios lo habían exhibido como un tipo tramposo en lo fiscal e inescrupuloso en su trato hacia las mujeres.

Hillary arribó al segundo encuentro con un aura de triunfo. Se le veía calmada y segura. Instigada por los moderadores, lanzó un ataque tempranero.

Dijo que siempre había discrepado de los políticos republicanos con los que se había en-frentado, pero jamás había pensado, hasta ahora, que alguno de sus rivales no estuviera capacitado para el trabajo que buscaba.

Trump, dijo Hillary, era exactamente como se mostraba en el diálogo lleno de lascivia que tuvo hace 11 años con un conductor de televisión; que no creía en la disculpa que el candi-dato republicano había ofrecido, y que, en cambio, ella y la mayoría del pueblo estaduni-dense “nos respetamos el uno al otro y celebramos nuestra diversidad”.

Sin embargo, Trump parecía listo para la andanada. Respondió a Hillary que lo suyo había sido palabrería pura, en medio de un “diálogo privado”, pero que el esposo de ella, Bill Clin-ton, sí era un acosador serio y que había mujeres presentes en el auditorio para demostrarlo.

La candidata demócrata intentó un nuevo ataque, señalando a Trump como un hombre que “paga menos impuestos que su secretaria”.

La semana anterior, una filtración de su declaración fiscal había mostrado que el magnate inmobiliario había declarado pérdidas por cerca de mil millones de dólares y había pedido una deducción de impuestos por esa cantidad.

Sin perder la compostura —como le había sucedido repetidamente en la ocasión anterior—, Trump respondió que había hecho lo mismo que dos financiadores de la campaña de Clin-ton, los inversionistas Warren Buffet y George Soros: aprovechar las posibilidades que otorgan las leyes fiscales. Y esas leyes, agregó, su rival las había dejado intactas, pese a su paso por el Senado, “precisamente porque benefician a sus amigos, como ellos”.

A Hillary Clinton le hubiera bastado soplar para que Donald Trump cayera como un tronco, pero el republicano parecía tener listo un golpe más fuerte que cualquiera que pudiera lanzar-le su rival.

Cuando la demócrata hizo el recuento de los comentarios ofensivos que Trump ha hecho contra los mexicanos, los discapacitados, los musulmanes y las mujeres, él simplemente re-cordó que ella había calificado a sus simpatizantes como “deplorables e irredimibles” y con eso desarmó los intentos de Hillary de presentarse como incluyente.

“Tienes odio en el corazón”, disparó el candidato que ha sido señalado como discrimina-dor e intolerante. Y Hillary no supo qué responder.

Ni siquiera el reto que lanzó Clinton a Trump para que se diera cuenta de que el apoyo de su campaña se está desmoronando, por la deserción de decenas de líderes republicanos, logró sacarlo de balance. “Ya veremos qué pasa con eso”, repuso sin aspavientos.

El de anoche fue el debate presidencial más virulento que se recuerde. La primera vez que la expresión “audio sexual” aparecía en un encuentro así y también la primera en que uno de los candidatos amenazaba al otro con enviarlo a la cárcel.

Cuando salió el tema de los 33 mil correos electrónicos que la exsecretaria de Estado ha-bía borrado —“luego de que el Congreso se los había solicitado legalmente”—, Trump advir-tió a su rival que, en caso de llegar a la Casa Blanca, pediría al procurador general que le abriera una investigación.

-No creo que debamos dejar a Donald Trump a cargo de la procuración de justicia —dijo ella.

-Claro, porque irías a la cárcel —replicó él.

Al final, Trump salió caminando. No ganó con argumentos sino con serenidad. Aguantó la metralla y contraatacó con dureza, pero sin golpes bajos.

Son malas noticias para México: el veneno con el que han querido matar al candidato repu-blicano no ha funcionado. A ver si no acaba fortaleciéndolo.

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