Disiento
Por Pedro Gutiérrez / @pedropanista
Hace ya algunas semanas que la carrera presidencial al interior de los partidos ha tomado matices interesantes. Salvo el PRI, que está más frío que un cadáver en descomposición, el PAN y la izquierda se están frotando las manos para tomar ventaja y posicionarse en esto de la sucesión. Las encuestas van y vienen y aunque son un ejercicio valioso dentro de una democracia, no debemos permitir que sean la única herramienta que determine las candidaturas futuras. López Obrador punteaba las encuestas en 2006 y acabó perdiendo por quien se mostró más serio y capaz para gobernar –Felipe Calderón–.
Hoy López Obrador nuevamente va arriba con Margarita Zavala, pero ya vimos que la popularidad no gana elecciones: la gente quiere proyectos serios, técnicamente capaces, probados en su eficacia y resultados y congruentes con la urgencia de cambio que exige el país.
Viene a colación gracias a la maliciosa forma de explotar los ejercicios de referencia por algunos personajes en la actualidad, ya en mi partido –el PAN– o bien en la obtusa izquierda populista. Por lo que hace a esta última, vemos a un López Obrador que se esponja cual guajolote de rancho cada que se señala que aventaja en los números rumbo a 2018, pero que reniega como gusano en sal cuando se publica una encuesta en la que se ve empatado con otros aspirantes presidenciales. Como triste personaje mesiánico que es, el tabasqueño manipula el discurso dependiendo si le acomoda o no la numerología. Su obsesión por el poder no tiene límites; es un auténtico peligro para México.
En el PAN, vemos una carrera presidencial cada vez más interesante y eso se refleja en las encuestas que debemos analizar con frialdad. En primer lugar, una aspirante que es muy conocida a pesar de su nula experiencia gubernamental; después, tenemos un suspirante que puede crecer pero que está traicionando los compromisos y principios de neutralidad como árbitro de la misma contienda –es juez y parte a la vez, trágicamente–; finalmente, tenemos a un gobernador que tiene en los resultados gubernativos su mejor tarjeta
de presentación y quien desde que abiertamente manifestó contar con un proyecto para gobernar al país, ha venido creciendo en las preferencias.
Lo que no es aceptable en el caso del PAN es que, a partir de la ambición desmedida de por lo menos dos de los aspirantes, se pueda trastocar la real posibilidad de regresar a Los Pinos. A veces creemos que el PRI, con la debacle del año que corre, es el rival a vencer. No es así: Andrés Manuel –ese rayo de esperanza peligroso– es en quien tenemos que centrarnos.
Zavala no tiene fortaleza para hacerlo, pues además de que es esposa de Felipe Calderón (lo que la hace vulnerable desde la perspectiva y discurso de AMLO), representa una candidatura que nunca ha ganado una elección, desconoce el trabajo de tierra y sólo se sustenta a partir de un carisma del cual yo mismo dudaría. Los panistas que se dicen tradicionales –al menos en Puebla– prefieren arriesgarse con el prototipo de candidaturas testimoniales, que no han ganado históricamente ni ganarán una elección, porque prefieren perder el gobierno incluso arriesgándose a perder el partido.
Del jefe nacional del partido mejor no hablaremos por ahora: quiero pensar que reaccionará y se dará cuenta del error histórico en el que puede caer si no asimila bien su papel de dirigente. Es un hombre inteligente que creo que recapacitará para que la contienda interna se desarrolle con piso parejo y que no se convertirá en el sinónimo de la traición a los principios del PAN.
Por lo que hace a Rafael Moreno Valle, hace bien en transmitir a los panistas de todo el país la experiencia y los logros del buen gobierno que ha hecho en Puebla. Digámoslo con claridad: el PAN no se ha significado en muchas ocasiones por representar gobiernos exitosos. Hemos sido históricamente mejor oposición que gobierno y aún cuando hemos sido buen gobierno como con Calderón, no hemos sabido ratificarlo con el triunfo electoral en el que se entregue la estafeta a otro panista.