Disiento
Por Pedro Gutiérrez / @pedropanista
Señoras y señores, esta semana les cuento que disiento de la subjetiva forma de ver la elección estadunidense por no pocos amigos, colegas y periodistas en general. Lo he señalado en redes sociales: si los mexicanos votáramos en la elección del país vecino, Hillary Clinton arrasaría. Pero les tengo una noticia: los mexicanos que estamos al sur del río Bravo no votamos. Aclaro de una vez por todas antes de que se alborote el gallinero: detesto a Donald Trump y prefiero decididamente que gane Clinton –por el bien de México–, pero de eso a perder la claridad y objetividad en el proceso electoral de EU hay una enorme diferencia.
“…Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos…”, dicen que alguna vez exclamó Porfirio Díaz. Cuánta razón tenía. La frase viene a colación por la enorme importancia de las elecciones en nuestro vecino del norte, misma que es inédita por varios factores:
1) Es la primera vez que participa una candidata postulada por un partido con posibilidades de ganar: Hillary Clinton (hace 143 años Victoria Woodhull fue la primera candidata, por el entonces denominado Partido por la Igualdad de Derechos y, por ende, sin chance de triunfar). 2) Es la primera vez que un magnate, alejado de la vida partidista y con fuerte y polémica personalidad, tiene también posibilidades reales de triunfo. 3) La polarización de la campaña, con dos candidatos competitivos que han radicalizado sus propuestas y discursos. Nunca se había visto tal exacerbación en las campañas de Estados Unidos, donde caben hasta acusaciones sexuales y de misoginia.
El primer debate que vimos hace unas semanas se tradujo en un triunfo contundente de Hillary Clinton. El formato le favoreció y se notó a un Donald Trump sin preparación y que confió en sus exabruptos. Clinton lo sorprendió con el tema fiscal –resulta que el magnate es especialista en elusión fiscal– y, a partir de ese tema, el debate se decantó a favor de la candidata demócrata.
El segundo debate, acaecido el domingo pasado, fue otra historia: con un formato menos rígido –los candidatos tenían libertad de movimiento en un formato tipo Town Hall– Donald Trump increpó a Hillary Clinton en su calidad no sólo de candidata, sino también ex secretaria de Estado y colaboradora de Obama. Trump entendió las debilidades de la demócrata, que son las mismas del popular Barack Obama: un país que no crece y violento, un sistema de salud obeso e ineficiente, además de ataques terroristas por doquier cortesía del Estado Islámico, organización extremista árabe que prohijó por omisión la propia Clinton. Lo anterior, sin mencionar los graves delitos que presuntamente ha cometido Hillary Clinton a partir del uso de correos electrónicos personales en su paso por el gobierno.
La elección, en mi particular punto de vista, no está ni remotamente decidida. Conforme a los sondeos de diversos focus groups y encuestas entre indecisos, Trump recuperó terreno después del segunde debate y sigue siendo atractivo para muchos americanos que ven en el magnate al verdadero representante del prototipo WASP: White, Anglo, Saxon & Protestant. Y he aquí el peligro para las minorías raciales, entre ellas la latina. Una cosa es segura: aún perdiendo Donald Trump, los temas migratorios y la posibilidad real de que se construya un muro en la frontera quedarán marcados para la historia y es aquí donde me arriesgo a señalar, no sin antes echarme al mundo encima, que hay un antes y después de Trump en estos difíciles temas. Antes de Trump había un margen de consideración sobre la migración sin papeles, es decir, decíamos que se trataba de un fenómeno considerado como actual con la sapiencia de que había ilegalidad en el hecho migratorio per se; después de Trump y ante los ataques de éste a la comunidad mexicana en EU, la defensa férrea de todos nosotros ha llegado incluso a olvidar que muchos de los connacionales han cruzado la frontera violando las leyes migratorias y, desde luego, las de nuestros vecinos. Y esto, a pesar de Trump y sus locuras, es inaceptable y disiento de aquellos que en su afán de criticar al candidato republicano olvidan hasta los más básicos principios de legalidad y respeto del Estado de derecho.
Desde mi punto de vista, ninguno de los dos candidatos está a la altura de la circunstancia americana y mundial. Los electores estadunidenses están indecisos pues la caballada está flaca, y aunque aquí en México la señora Clinton cuenta con porristas oficiosos, en Estados Unidos no es bien vista, aunque seguramente ganará pues es políticamente correcta y le confiere certeza al establishment.
Recomiendo no perder de vista a Ronald Dworkin, filósofo político estadunidense que escribió La Democracia Posible; Dworkin habla del discurso político, de sus manifestaciones cuasi religiosas muchas veces subrepticias, del radicalismo o extremismo que genera odio, del choque de las civilizaciones mismas. El libro es casi una bitácora de la campaña de Trump, imperdible.
