Desde el 26 de septiembre de 2014, el país se resquebrajó en la búsqueda de una respuesta “no histórica”

 

Por Alejandra Gómez Macchia

Han pasado dos años desde que 43 estudiantes de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, de Ayotzinapa, desaparecieron. Desaparecieron dejando más que a sus familias destrozadas. Desaparecieron y el país entero se resquebrajó.

A partir de ese 26 de septiembre la historia reciente de México ha transitado por uno de sus capítulos más oscuros. La oscuridad de la noche del 26 se ha prolongado hasta hoy, y no se vislumbra un faro que nos regrese a buen puerto.

No hay respuestas, sólo confusión.

No hay certezas, sólo opacidad.

Tampoco han caído las cabezas que deben de caer. Sólo se ha removido a algunos personajes que están directamente involucrados, tanto por acción como por omisión.

La verdad histórica fue un mito genial (y endeble) que ha ido derrumbándose conforme transcurren las investigaciones de los expertos independientes.

Algo que nació torcido, como el archivo oficial de la PGR, no puede enderezarse; al contrario, se ha vuelto insostenible pero, como muchas de las cosas y las situaciones insostenibles, es preferible difuminarlas hasta que un nuevo escándalo las cubra. Eso ha pasado con la investigación. Con los archivos.

Nadie, o casi nadie (salvo los miembros del gobierno y la prensa pagada) creen en la versión inverosímil que dio en su momento (y en plena desesperación) Jesús Murillo Karam, quien se ha ido impune de su cargo y le cedió la estafeta de la infamia a Arely Gómez, quien tampoco ha hecho gala de elocuencia ni de buena operación política (como casi todo el gabinete de Peña Nieto).

 

Defendiendo lo indefendible

Dos años después las familias siguen buscando a sus hijos perdidos.

No duermen pensando en hallar una pista, algo que los lleve a conocer la verdad, sea cual sea.

Los padres, las madres, las hermanas, hermanos, esposas e hijos, continúan viviendo en la Normal. Comen ahí, duermen ahí. Habitan una pesadilla constante, ahí.

Dentro de las aulas no intentan hacer su vida normal porque nada es normal en la Normal. Porque faltan los alumnos que desaparecieron en medio de un confuso operativo montado por todos los niveles del poder del Estado; desde policías municipales y estatales, hasta fuerzas federales, ejército y grupos de élite… sin dejar fuera la presunta colusión de todos los anteriores con bandas del crimen organizado.

Los expertos del Grupo Interdisciplinario de Expertas y Expertos Independientes (GIEI) terminaron sus investigaciones entre llanto y el desconsuelo de las víctimas.  Demostraron que las tesis de la PGR eran equívocas y aún así el gobierno sigue rebatiendo lo irrebatible. Defendiendo lo indefendible: su versión.

Ellos, los encargados de procurar justicia, pergeñaron una historia llena de imprecisiones mediante métodos tan grotescos como la tortura.

Ellos, los que deben protegernos, esbozaron un cuadro claroscuro en el que las víctimas resultaban ser victimarios y viceversa.

Señalaron a varios normalistas ausentes como miembros de cárteles del narco. Todo esto sin pruebas, más que los dichos de un par de hampones a quienes obligaron a declarar datos falsos. ¡Total!, ¿en dónde están los inculpados para poderse defender?

No están, porque los desaparecieron.

No están, porque tuvieron la mala suerte de estar en el lugar incorrecto.

No están, porque tomaron los camiones prohibidos.

No están y nadie sabe el porqué.

¡No queremos fantasmas, vivos se los llevaron!

Un año más de dudas. Y el país que parecía haberse estremecido, se acostumbró y sigue callando en su mayoría.

Siempre es mejor olvidar.

Perdonar.

Evadir.

México parecía haber despertado (al fin).

La indignación se escuchaba hasta fuera de las fronteras. Se veía, se veía venir algo importante, y nomás el fuego se fue apagando.

A pesar de que la marcha del 26 de septiembre tuvo una buena respuesta, no es suficiente.

Sólo los afectados de primera mano (los familiares y amigos de los familiares) continúan caminando y trabajando para que este crimen no quede impune.

No basta con ir a marchar un rato, incluir batucada y contar diariamente del 1 al 43. Ese activismo de smartphone deslegitima la lucha. La hace una lucha de aparador. Los padres no se consuelan con un pase de lista, ¡quieren, necesitan respuestas!

Dos años. Muchos días. Las noches más largas.

Los niños que perdieron a sus padres van dejando de ser niños. Ya no ven la ausencia con curiosidad, sino con indignación y tristeza.

Los niños que en ese 26 de septiembre del 2014 vivían en los vientres de sus madres, hoy caminan, hablan y se empiezan a cuestionar qué pasó con sus padres.

Y las madres, desoladas, no piensan abandonar la búsqueda aunque con ello sobrevenga el abandono y los reclamos de sus demás hijos.

¿Están vivos? Los padres dicen que sí. Dicen que hay un “algo” que les dice “sí”. Y tienen que andar a ciegas por este sinuoso camino porque no hay faro. Porque los responsables de investigar no investigan. Porque el tiempo va difuminando sus rostros, pero no sus dolencias.

Vivimos un momento que replica a otros de la historia de México.

No sólo faltan 43 muchachos. Faltan miles. Faltan respuestas a esas ausencias.

El México del nuevo y viejo PRI, y también de la alternancia, no es México.

Esto no es México. Esto es un escenario caótico que ha sido manipulado por el Estado. El Estado que, o bien desaparece a estudiantes y a periodistas, o protege a quien lo hace.

No queremos fantasmas, ¡que Comala se quede en los libros de Rulfo!

Los padres quieren a sus hijos (o en el peor de los casos, sus cuerpos).

No quieren fantasmas, porque vivos se los llevaron…

 

Desde el día en que se perpetraron los ataques a los 43 normalistas de Ayotzinapa, muchos escritores y periodistas han intentado recrear los hechos en diferentes tipos de publicaciones. Unos libros dan versiones apegadas a la fuente oficial, la Procuraduría General de la República (PGR). Otros fueron escritos con las versiones directas de las víctimas y los sobrevivientes. El año pasado vieron la luz libros como Ayotzinapa, el rostro de los desa-parecidos, del escritor zacatecano Tryno Maldonado, que es quizás la obra que más se apega a la realidad, pues fue contada de primera mano. Tryno se involucró no sólo profesionalmente, sino personalmente con las familias. Tanto así, que a dos años de las desapariciones sigue yendo constantemente a Tixtla, participa en casi todas las actividades del comité de lucha y ha hecho un acopio de imágenes de las familias. Fotografías que nos muestran la cotidianidad de los habitantes de la Normal, a quien él mismo llama “su segunda familia”. Ese material, el fotográfico, no debe quedar como un recuerdo personal del autor de Teoría de las catástrofes, ya que es parte de la historia de lo acontecido en aquel fatídico 26 de septiembre.
Desde el día en que se perpetraron los ataques a los 43 normalistas de Ayotzinapa, muchos escritores y periodistas han intentado recrear los hechos en diferentes tipos de publicaciones.
Unos libros dan versiones apegadas a la fuente oficial, la Procuraduría General de la República (PGR). Otros fueron escritos con las versiones directas de las víctimas y los sobrevivientes.
El año pasado vieron la luz libros como Ayotzinapa, el rostro de los desa-parecidos, del escritor zacatecano Tryno Maldonado, que es quizás la obra que más se apega a la realidad, pues fue contada de primera mano.
Tryno se involucró no sólo profesionalmente, sino personalmente con las familias. Tanto así, que a dos años de las desapariciones sigue yendo constantemente a Tixtla, participa en casi todas las actividades del comité de lucha y ha hecho un acopio de imágenes de las familias. Fotografías que nos muestran la cotidianidad de los habitantes de la Normal, a quien él mismo llama “su segunda familia”.
Ese material, el fotográfico, no debe quedar como un recuerdo personal del autor de Teoría de las catástrofes, ya que es parte de la historia de lo acontecido en aquel fatídico 26 de septiembre.
Por otro lado, el periodista estadunidense John Gibler publicó a principios de este año un libro que se titula Una historia oral de la infamia. Editado por Grijalbo, el documento presenta fragmentos de conversaciones con los estudiantes sobrevivientes y los familiares de los desaparecidos. Al igual que Tryno Maldonado, Gibler fue de los pocos periodistas que hicieron su trabajo directamente con las víctimas y no a la distancia, como el caso de Esteban Illades y Sergio González Rodríguez. Pero la diferencia entre los libros de Maldonado y Gibler radica en que uno es una pieza literaria (el de Maldonado) y el otro es casi la versión estenográfica de lo que le contaron sus entrevistados. La lectura de ambos son piezas clave si se quiere entender más sobre el antes y el después de las desapariciones de los estudiantes.
Por otro lado, el periodista estadunidense John Gibler publicó a principios de este año un libro que se titula Una historia oral de la infamia. Editado por Grijalbo, el documento presenta fragmentos de conversaciones con los estudiantes sobrevivientes y los familiares de los desaparecidos.
Al igual que Tryno Maldonado, Gibler fue de los pocos periodistas que hicieron su trabajo directamente con las víctimas y no a la distancia, como el caso de Esteban Illades y Sergio González Rodríguez.
Pero la diferencia entre los libros de Maldonado y Gibler radica en que uno es una pieza literaria (el de Maldonado) y el otro es casi la versión estenográfica de lo que le contaron sus entrevistados.
La lectura de ambos son piezas clave si se quiere entender más sobre el antes y el después de las desapariciones de los estudiantes.
El problema de un tema coyuntural es que cualquier persona con un micrófono puede dar una opinión, sea acertada o equívoca. Tan sólo ayer escuchaba (por error) el programa de Jorge Fernández Menéndez, y con oírlo dos minutos te das cuenta que por personajes como éste (defensores del régimen sumamente pagados y convencidos de las mentiras de la PGR) el país vive en las penumbras en lo que se refiere a claridad y profesionalismo periodístico. Fernández Menéndez hace gala de su mal tino al afirmar que los normalistas tenían que ver con los Guerreros Unidos, y así lo deja ver en su película La Noche de Iguala, que es un insulto a las familias de las víctimas. Lo que hizo Fernández Menéndez con su bodrio cinematográfico, es lo que se podría nombrar como un tren rápido hacia el oportunismo. Una cinta llena de imprecisiones que en vez de crear empatía, siembra las mismas dudas que quisieron sembrar las cabezas de la PGR; tratar de criminalizar a la víctimas y de exonerar a los responsables.
El problema de un tema coyuntural es que cualquier persona con un micrófono puede dar una opinión, sea acertada o equívoca.
Tan sólo ayer escuchaba (por error) el programa de Jorge Fernández Menéndez, y con oírlo dos minutos te das cuenta que por personajes como éste (defensores del régimen sumamente pagados y convencidos de las mentiras de la PGR) el país vive en las penumbras en lo que se refiere a claridad y profesionalismo periodístico.
Fernández Menéndez hace gala de su mal tino al afirmar que los normalistas tenían que ver con los Guerreros Unidos, y así lo deja ver en su película La Noche de Iguala, que es un insulto a las familias de las víctimas.
Lo que hizo Fernández Menéndez con su bodrio cinematográfico, es lo que se podría nombrar como un tren rápido hacia el oportunismo.
Una cinta llena de imprecisiones que en vez de crear empatía, siembra las mismas dudas que quisieron sembrar las cabezas de la PGR; tratar de criminalizar a la víctimas y de exonerar a los responsables.
Por último, acaba de publicarse Ayotzinapa, mentira histórica, del periodista Témoris Grecko. Esta nueva publicación que sale justo para el segundo aniversario de la tragedia, es el complemento de su película Mirar Morir, un documental que intenta mostrar no sólo el dolor y la desesperación de los padres de los normalistas, sino el territorio de Iguala, llamado el “pentágono de la amapola”, como una gigantesca y multitudinaria fosa clandestina. Lo que le falta a Grecko es dejar de aparecer tanto a cuadro en sus documentales. A la narración que lleva él mismo, en “voz en off”, le falta “algo” para ser un documento “pesado”. Le falta precisión. Mirar Morir pudo haber sido un gran documental si Témoris se hubiera manchado un poquito más los zapatos. Aún así, es otra visión. Y hay que conocerla.
Por último, acaba de publicarse Ayotzinapa, mentira histórica, del periodista Témoris Grecko.
Esta nueva publicación que sale justo para el segundo aniversario de la tragedia, es el complemento de su película Mirar Morir, un documental que intenta mostrar no sólo el dolor y la desesperación de los padres de los normalistas, sino el territorio de Iguala, llamado el “pentágono de la amapola”, como una gigantesca y multitudinaria fosa clandestina.
Lo que le falta a Grecko es dejar de aparecer tanto a cuadro en sus documentales.
A la narración que lleva él mismo, en “voz en off”, le falta “algo” para ser un documento “pesado”. Le falta precisión.
Mirar Morir pudo haber sido un gran documental si Témoris se hubiera manchado un poquito más los zapatos.
Aún así, es otra visión. Y hay que conocerla.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *