Garganta Profunda
Por Arturo Luna Silva
Las alianzas, las alianzas políticas, se ven –y se sienten–, o no son alianzas. El presidente de México, Enrique Peña Nieto, y el gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, lo saben y tal vez por eso tienen más coincidencias de las que los priistas quieren –o pueden– ver. Coincidencias que se miden en muchas cosas, también en kilómetros y trabes de acero.
Este martes se inauguró el Viaducto Elevado de la México-Puebla y no hay otra obra que ejemplifique el tamaño de la alianza de facto entre los dos personajes. Como diría el clásico: “No es personal, sólo negocios”.
Son 15.3 kilómetros de longitud, una inversión conjunta de 10 mil millones de pesos, cuatro mil 800 empleos directos e indirectos durante su construcción, tres rampas de incorporación, tres rampas de desincorporación, cuatro carriles –dos por sentido–, un flujo vehicular de 13 mil vehículos al día, 905 luminarias, 28 kilómetros de asfalto –considerando ambos sentidos–, 332 mil metros cúbicos de concreto colado, cinco plazas de cobro… En resumen: una de las más grandes inversiones de Peña Nieto en Puebla.
Una Puebla que visita por decimocuarta vez en lo que va del gobierno morenovallista.
Una Puebla que lo ha tratado con respeto, colaboración y apoyo, incluso en las grandes crisis del sexenio como Ayotzinapa, la Casa Blanca, la fuga de El Chapo Guzmán y el error histórico de la visita de Donald Trump.
A esta obra se le conoce más como el segundo piso de la autopista.
En una ficha técnica, la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) la define como una “superestructura” de 21 metros de ancho para alojar cuatro carriles, formada por una trabe tipo artesa de concreto presforzado, prelosas y losa de concreto reforzado con un ancho total de siete metros.
Inicia en el distribuidor 1 del Periférico Ecológico, cruza la zona industrial Finsa, el río Atoyac, el bulevar Hermanos Serdán, la carretera federal Tlaxcala-Puebla, el distribuidor Carmen Serdán, el distribuidor Santa Ana Chiautempan y el puente atirantado a la altura del estadio Cuauhtémoc, y finaliza a la altura del parque industrial La Resurrección, una amplia zona donde diariamente circulan miles de vehículos causando frecuentemente la saturación de la misma y múltiples accidentes.
Ya pueden utilizarla todo tipo de automotores, aunque ha sido concebida para vehículos de carga y de largo itinerario, razón por la cual la superestructura fue proyectada con dos trabes a la vez y no una, como normalmente operan los segundos pisos en el país.
Todos los elementos estructurales fueron prefabricados, es decir, elaborados en planta, transportados y colocados en su lugar mediante el empleo de grúas de gran capacidad.
Es, sin duda, la obra más importante de Enrique Peña en Puebla; una muy trascendente y por la que se recordará al gobierno de Rafael Moreno Valle, además de la inversión de Audi y el Museo Internacional del Barroco, entre muchas otras.
De vanguardia y sin parangón en el país, con un tiempo aproximado de recorrido de entre siete y ocho minutos, a una velocidad de 100 kilómetros por hora, como describe la ficha técnica de la SCT, el segundo piso ha sido posible gracias a la unión de fuerzas entre los gobiernos federal y estatal.
Es, ni duda cabe, el fruto de una alianza política entre Peña Nieto y Moreno Valle.
Una alianza entre el priista y el panista que va más allá de lo electoral y que no sólo se ve, también se siente, y que tendrá efectos en 2017 pero sobre todo en 2018.
Porque es completamente cierto: las alianzas, las alianzas políticas, se ven –y se sienten– o no son alianzas.
¿O me equivoco?