La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Richard Ford acaba de recibir el Premio Princesa de Asturias. Lo recibió de manos de sus propias “Majestades”, los reyes de España.
¿No sabe usted quién es ese señor Ford? Le doy algunos datos.
Richard Ford no hace carros. Richard Ford trabaja con su imaginación y la plasma en libros. Crea mundos en los que consigue, como él mismo dice, “escribir historias que aúnen lo desdichado con lo jubiloso, y que al hacerlo se expanda nuestra conciencia de las posibilidades humanas, nuestra conciencia de que cualquier cosa es posible”.
Entre sus maravillosas aportaciones al mundo de la narrativa, Ford se encargó de hacer varias antologías de cuento americano (tomos casi inconseguibles en nuestro país), así como una espléndida recopilación de 20 relatos de Chéjov, quien fuera una de las mayores inspiraciones de su colega y amigo Raymond Carver.
Los buenos lectores de Ford saben que la perla dentro de su “concha literaria” es el libro de relatos “Rock Springs”. Por otro lado, los noveles lectores de Ford se vuelcan sobre su penúltima novela, “Canadá”, que nace con una apuesta “after fishing” que hizo con el propio Carver, y consistía en desarrollar un relato a partir de la palabra Saskatchewan, que es una de las provincias más ignotas del gigantesco país (lugar donde, por cierto, vivió parte de su juventud la cantautora Joni Mitchell).
Richard Ford es un excelente novelista, pero como cuentista es, creo, aún mejor.
Al igual de Raymond Craver, suelen ubicarlo en el género del “Realismo Sucio”, Término algo contradictorio si se pondera la pulcritud de sus respectivas prosas.
Entonces Ford, ese hombre que no tiene nada que ver con los carros y sí mucho con los libros, rindió un discurso cargado de sabiduría literaria y política.
Al escuchar discursos como éste es cuando cae uno en cuenta que un buen literato necesariamente es un político de altísimos vuelos. Con la diferencia de que los políticos de profesión por lo general son legos y reducen su visión a la realidad pura y bruta, sin recurrir al puente de la imaginación como parte de la construcción de esa realidad.
Ahora que estamos a punto de presenciar las elecciones más bizarras que se han dado en Estados Unidos, en las que, como casi siempre, la gente va a tener que elegir entre el “menos peor”, vemos cuánta falta hace la literatura en las vidas de esos aspirantes.
Donald Trump, que es un impresentable, afirma que es asiduo lector de Philip Roth… Cosa que no se le ve por ningún lado, por cierto.
Lo único que puede acercarlo a Roth es la afición a la puñeta que tenía el joven judío Portnoy…
Trump es un niño mimado (y berrinchudo) encerrado en el cuerpo de un fulano ridículo de setenta años. Eso preocupa a nuestro personaje, al señor Ford, quien dijo en su discurso: “Los asuntos graves me vuelven demasiado grave; en el mundo actual, el mundo que vemos a nuestro alrededor, hay excesiva gravedad, y ello no predispone demasiado a la alegría -los norteamericanos lo vivimos cuando vemos que Donad Trump puede llegar a ser nuestro próximo presidente-“.
Alegría.
La alegría es un atributo que le sobra al que escribe y le falta al que gobierna… aunque pueda parecer lo contrario.
La figura del escritor maldito, atormentado y pesimista, es equívoca en tanto la literauta es antes que otra cosa un acto reflejo de supervivencia. Y quien quiere vivir es porque encuentra (o busca) alegría.
Los políticos viven una existencia ambigua en la que alardean de un optimiso casi mórbido con tal de convencer al votante; convirtiendo (y maquillando) la “gravedad”, que sugiere Ford, en una especie de espectáculo siniestro del que nadie en su sano juicio puede salir riendo y aplaudiendo (excepto los gringos).
Mientras leía el discurso de Ford, imaginé, en un escenario utópico, qué sería del mundo si los políticos pudieran fijar una postura tan clara y articulada. ¡O mínimo ofrecer un discurso digno!
Imposible.
Eso no sucede más que en la mente de un novelista brillante como Ford. Por eso él se dedica a las letras, y los otros…
Finalmente, y con una emoción bárbara, repaso el discurso de Richard Ford y les dejo la parte que más me gustó: “Es posible aunar la desdicha con la felicidad –e incluso con lo gozoso– mediante actos de imaginación”.
