Las amigas de Mariano, prostitutas finas, llegan y lo que él esperaba se realiza: un fiestón con tres bellezas

 

La Mataviejitos

Por Alejandra Gómez Macchia

Alina es una rubia impresionante. Ojos grandes, senos grandes, nalgas grandes, todo grande. Un plato fuerte para cualquier goloso.

Habla perfectamente el español y el cabroñol también.

Nació en la República Checa. Llegó a México hace 10 años junto con cinco checas más para engrosar las filas de la prostitución “deluxe”.

Nath: rubia también, pero de formas más austeras (no por eso menos apetecible). Metro 70 de estatura, ojos negros, cabello cortísimo y musculatura perfectamente delineada sin llegar a lo grotesco.

Ella no viene de tan lejos. Es gringa, del sur. Texana. Su acento en inglés es bastante rijoso. Habla mal el español, pero se esfuerza en pronunciar bien las groserías.

Nath no entra en la sección “deluxe”, pero en las élites congaleras es bien vista porque, según ella, tiene un estilo inigualable para los guagüis.

Estas dos chicas son las consentidas de Mariano y su relación sufrió una metamorfosis con el tiempo: ya no tienen la frialdad del cliente con la prestadora del servicio. Nath y Alina son amigas íntimas de mi amigo. Conocen a fondo sus problemas. Hace un momento, cuando llegaron a la casa, lo llenaron de besos y se abrazaron con una hermandad enternecedora.

Ambas tienen 31 años. “Ya van de salida”, aseguran. Están a un paso de ser las MILF del “Pleasure Dome” (así se llama el putero fino donde trabajan).

Pasan directamente a sentarse con nosotros al comedor. Yo, como anfitriona de ocasión, les sirvo inmediatamente un trago a cada una. Gin tonic para Nath, vodka para Alina.

De primer golpe se sacan de onda con mi presencia. Ellas tenían la idea de venir a hacer una visita personal para que Mariano las pusiera al tanto de su tratamiento, entonces me ignoran. Ellos hablan caldeadamente de los últimos chismes del putero: que si Rosemary se aumentó las prótesis y una se le reventó en pleno vuelo. Que si el padrote es un “pasado de verga” porque ya tiene a sus consentidas y a ellas las ha relegado. Que si el diputado Corneta llegó hace una semana, pidió dos privados y regateó el precio amenazando al dueño: “si no le hacía una rebaja le iba a mandar a unos inspectores cuates suyos”.

Chismes tras bambalinas. Malos tratos, infecciones de ojos por compartir los maquillajes, clientes abusivos, golpizas en pleno show, etcétera.

Mariano conoce a la perfección a todas las chicas del “Pleasure Dome”, así que pregunta por ellas con su nombre de pila.

La envidia no tiene fronteras, me queda claro, y las insidias laborales pueden ponerse de lo más denso en lugares como esos.

Alina llegó en un auto último modelo. Un Audi que ni en mis sueños más guajiros podría comprar. Lleva puestos unos pantalones ajustados de buena calidad y pisa el suelo con unas botas Alexander McQueen que vi el otro día en Saks. Costaban 35 mil pesos. Bolsa Louis Vuitton, but of course

Nath es un poco más excéntrica. Más vulgar, para acabar pronto. Aunque también viene enfundada en marcas de lujo.

Mal no les va a las muchachas, pienso.

Yo quiero entrar en la plática, pero antes del tercer trago me es imposible. Las dos han levantado un muro: de un lado están ellas dos y Mariano, del otro yo y el resto de ostiones que quedaron en la bandeja.

Con un chasqueo de dientes le hago saber a Mariano que estoy molesta con la situación. Hasta ese momento se acuerda de mi presencia y me invita a la plática.

Me presenta como su “mejor amiga”. Ellas aseguran que jamás les ha hablado de mí. Él insiste que sí (miente).

Sé cómo moverme libremente en el terreno de la frivolidad, y por el nivel de plática que traen, decido empezar con una dotación de elogios a sus respectivos físicos y a sus atuendos. Las Alexander McQueen coronan mi triunfo. Les cuento la historia del atribulado diseñador londinense. Les platico sobre su paso por Givenchy, sus problemas con los ansiolíticos, sus influencias góticas, su matrimonio efímero con un exitoso empresario, su fijación con los cráneos (las botitas llevan dos piezas plateadas en sus cierres), y por último les narro cómo la terrible depresión que padeció el buen Alexander (cuando se murió su madre y en el punto más álgido de su carrera) lo llevó a colgarse con una soga en su habitación luego de meterse un buen pasón de coca de primera calidad.

Saco el Earthling de David Bowie (Mariano lo tiene en su mueble de discos) y les digo: “Nunca se vio tan bella la bandera del Union Jack, ¿no les parece? Pues esta prenda es una Alexander McQueen”.

Alina entra en confianza. A Nath no le gusta la firma McQueen. Dice que es para “freaks” y que prefiere a Dolce & Gabbana.

Me preguntan si estudié moda o algo así.

Les contesto que no. Que estudié arte y que en alguna ocasión tomé un diplomado sobre historia textil o una jalada por el estilo.

Miento. No tomé ningún doctorado, pero a mi parecer las prendas de McQueen no son simples ropas o zapatos o joyas, son piezas de arte.

No abundo en el tema. No quiero aburrirlas, pero por lo menos a Alina me la echo en la bolsa.

Le pido que me preste una de sus botas. Se saca las dos. Me descalzo y me las pongo. Me nadan. La checa mide 1.80 y calza como del 7.

Me paro junto a ella y le digo alguna tontería. Ella sonríe. Yo sonrío. Le hago un cumplido: “las botas son lindas pero tú deberías andar descalza, ¡mira nada más que pies! ¿Te han dicho que son hermosos? Son perfectos. Seguro tus clientes fetichistas se “corren” (y utilizo esa expresión española porque ella la usó hace unos momentos) tan sólo al verlos.

Alina algo sabe de eso. Sabe mucho y sin rubor alguno trepa su pie derecho sobre mi muslo.

¿Te gustan entonces? Pregunta.

¿Puedo? Le contesto con otra pregunta mirándola fijamente a los ojos.

¿Tocarlos? Y sonríe.

No, lamerlos…

A Mariano el trago del vodka se le va chueco y empieza a toser. Nath observa con morbo.

¿Mariano quería ser testigo de una escena orgiástica como regalo de despedida?

Pues la va a tener.

Yo no me quito las botas McQueen. Nunca compraría un zapato que cueste más de mil pesos, como nunca rentaría a una puta checa para llevármela a mi casa y que me cuente líos de congal.

Pero esta es una oportunidad única. Haré feliz a mi amigo y si es posible me cobraré con los cráneos que cuelgan del cierre de las botas de Alina.

 

(Continuará)

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