La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía

 

El fantasma de Patricia Flores no abandona a Felipe Calderón.

Tampoco a su esposa Margarita Zavala.

Su nombre desata turbulencias todavía.

Y es que fue la Mónica Lewinsky de Calderón pero con un poder brutal.

En el sexenio calderonista lo tuvo todo:

Influencia, capacidad de decisión y acceso al privado de Los Pinos.

Lo que ella quería era lo que se hacía.

Como jefa de la Oficina de la Presidencia —cuentan los que saben— arreglaba todo...

Y desarreglaba la escasa cabellera del presidente.

En su más reciente libro —El deshabitado, México 2016, Grijalbo y Proceso—, el poeta Javier Sicilia hace un descarnado relato del drama que vivió a partir de que perdió a su hijo Juan Francisco.

En ese lapso, narra diversos pasajes del movimiento nacional que encabezó.

No podía ser de otra manera:

Felipe Calderón es uno de los personajes centrales de la novela autobiográfica escrita en tercera persona.

Hay un pasaje perturbador en el que Calderón recibe al poeta en Los Pinos.

Luego de diversos reproches y confesiones, Sicilia cita un relato bíblico para evidenciar el nivel de abuso en el que había caído el presidente con su absurda guerra al narcotráfico.

Dejo al hipócrita lector con la pluma de Sicilia:

“(El poeta Sicilia) recordó la historia: el rey David tenía muchas esposas.

“Pero deseaba a Betsabé, la mujer de Urías, uno de sus más fieles y valientes soldados. Un día la llevó a su habitación, la poseyó y la dejó encinta. Para borrar su adulterio y quedarse con ella envió a Urías a uno de los frentes más peligrosos de la guerra contra los amonitas donde, abandonado por sus soldados, lo mataron. Indignado, el profeta Natán fue a ver al rey y le contó una historia:

“’Había dos hombres en un pueblo, uno rico y otro pobre. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes, el pobre tenía sólo una corderilla que había comprado; la iba criando y ella crecía con él y con sus hijos. Llegó una visita a casa del rico, y no queriendo perder una oveja o un buey, tomó a la cordera del pobre y convidó a su huésped’. El rey, que sabía ver la injusticia en los otros, se indignó:

“’El hombre que ha hecho eso es reo de muerte’. Entonces Natán le dijo: ‘Ese hombre eres tú’.

“’Se refería al asunto de Patricia Flores’, pensó. Era una idiotez. Eso estaba zanjado. Margarita, con mucha finura, había logrado poner las cosas en su sitio. Por allí no estaban sus debilidades.

“Calderón lo miró con una distante amabilidad:

“Yo no me he llevado a la mujer de nadie.

“—Tienes razón, Felipe -respondió (Sicilia) con seriedad-, pero te llevaste a mi hijo, y los cuarenta mil muertos en esta guerra son responsabilidad tuya”.

Hasta aquí la larga pero necesaria cita.

Patricia Flores —o su fantasma— reaparece en escena.

Y en qué momento.

Justo cuando quien la exilió de Los Pinos y del país pretende ser la candidata a la Presidencia de México.

Esa aparición fugaz en la novela de Sicilia es apenas el principio.

Mucho se hablará de ella de aquí en adelante.

Calderón —igual que Clinton, igual que el rey David (el de Las Mañanitas)— tendrá que vivir con la zozobra metida en el cuerpo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *