La colocación de ofrendas se acostumbraba con el objetivo de dar gracias a la tierra

 

Por Serafín Castro  

En las culturas prehispánicas la muerte era vista sin temor pero con respeto. Más que miedo a morir, “veían en la muerte una forma de agradecer a la madre tierra por la cosecha”, señala la antropóloga y catedrática del departamento de Ciencias Sociales del Tec de Monterrey campus Puebla, María Elena Romero Munguía.

De acuerdo con la investigadora, la celebración del Día de Muertos es una tradición milenaria que con la llegada de los españoles a México derivó en  un sincretismo entre la cultura prehispánica y la evangelización.

Sin embargo, la celebración de los aztecas dista mucho de cómo hoy lo conocemos.

Para empezar, indica Romero Munguía, las culturas empezaban las celebraciones a sus muertos desde agosto y dedicaban un mes (de 20 días según su calendario) para celebrar, de acuerdo con la forma en la que habían fallecido.

Todo comienza con un árbol que, para ellos, significaba los tres planos: las raíces, el inframundo; el tronco, la superficie y las ramas el cielo. Para iniciar las celebraciones los hombres acudían al bosque más cercano para elegir un árbol grande, principalmente de ceiba. Le hacían rituales y danzas para después pedir  permiso a la madre naturaleza para cortarlo.

Acto seguido, cuenta la catedrática, el tronco del árbol era llevado frente al templo. Se le untaba grasa animal (cebo), se enterraba y se hacía una ceremonia.

En la punta del tronco se colocaba una ofrenda de amaranto y frutas.

En una especie de juego en donde sólo participaban jóvenes, señala, quienes intentaban subir hasta la cima. Aquel que lo lograba lanzaba, como un regalo, la ofrenda a las personas que estaban abajo.

De acuerdo con la especialista, esto era una forma de representar y agradecer a la tierra por las cosechas.

“Lo que querían representar era que cuando uno muere, va al útero de la madre tierra y la tierra se nutre de nuestros cuerpos, los muertos nutren la tierra y la tierra nos entrega la cosecha para comerla”, señala.

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Influencia española

A decir de Romero Munguía, con la llegada de los españoles, los evangelizadores forzaron a mover la celebración del Día de Muertos a los días 1 y 2 de noviembre y a colocar ofrendas en altares, como los que conocemos ahora.

Aunque se conserva la tradición de dedicar un día para la llegada de los muertos, según la forma en que murieron, se cree el 28 de octubre llegan los que murieron en accidente, el 29 a los niños, el 30 a las mujeres que fallecieron durante el parto, el 31 los que perecieron de forma trágica provocada por humanos, como homicidios.

Para no perder la tradición del árbol, los nativos  empezaron a colocar una rama grande, en forma de arco, a los altares, así como un petate sobre la base del altar para representar el inframundo.

Con el tiempo a la ofrenda se le agregaron frutas, semillas y comida.

Romero Munguía asegura que otra de las grandes modificaciones que ha tenido la tradición se da en el siglo XX, en la época del Porfiriato.

En ese entonces, señala, a manera de crítica social y política para burlarse de Porfirio Díaz, José Guadalupe Posada creó la calavera que se  incorporó como uno de los personajes más representativos de la celebración mexicana.

“Es Guadalupe Posada quien agrega el elemento jocoso a la celebració, y es por eso que se dice que el mexicano se burla de la muerte. Hoy no se puede concebir el Día de Muertos sin la calavera”, destaca.

Además, es en esta época cuando se agrega también las calaveras de azúcar para adornar los altares.

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