Desde julio, cuando se suscitó una fuga en una toma de Petróleos Mexicanos, la paraestatal sigue sin hacerse responsable de lo ocurrido

Por Guadalupe Juárez 

Hace tres meses un intenso olor a petróleo despertó a los colonos de fraccionamientos de Cuautlancingo (en los límites con Coronango), ubicados sobre la autopista Puebla-Tlaxcala.

Cuando salieron a investigar el origen del hedor se toparon con una columna de combustible que alcanzaba los 30 metros de altura. El pánico se apoderó de las familias, pues pensaron que perderían su patrimonio.

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Todavía en ropa de dormir, quienes contaban con auto salieron de sus casas y decidieron refugiarse en otro lado. Los que no tenían vehículos se encerraron en sus casas, pero la fetidez penetraba las paredes y ventanas cerradas. Creyeron, por las horas que duró la fuga, que no había escapatoria. Que su vida pendía de un hilo.

Los rastros del crudo derramado aquella madrugada del 18 de julio siguen en el lugar, se han extendido en los charcos de agua de las lluvias registradas en los últimos días formando un lago.

Los empleados de la empresa que administra la autopista ni siquiera pueden dibujar de nuevo las líneas divisorias con pintura amarilla hasta que Petróleos Mexicanos (Pemex) limpie por completo el lugar.

“Nos dijeron que no podemos dar mantenimiento a la carretera (...) los de Pemex sólo vinieron unos días y se fueron, incluso nosotros fuimos los que limpiamos el concreto después de la fuga”, relatan un par de trabajadores de la empresa Coordinadora del Sol, la cual administra esta vialidad.

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En la zona sigue la manguera que utilizaron los chupaductos –quienes se dedican a extraer combustible de manera ilegal– cuando quisieron perforar el ducto Nueva Teapa-Venta de Carpio, un tonel de agua que abandonó el personal de la paraestatal con la promesa de regresar a limpiar el césped y los cultivos cubiertos por el oro negro que están bajo las torres de luz eléctrica, con su ensordecedor zumbido.

La comida que se sirve en las mesas de los hogares tiene un olor a combustible, sobre todo cuando el sol está en lo más alto del cielo intensifica el aroma que se extiende por las calles. Es entonces cuando las náuseas y el dolor de cabeza se presentan de nuevo. Los niños ya no juegan en los columpios de las áreas verdes del fraccionamiento Paseo del Roble ni nadan en la piscina de la parte trasera de sus casas.

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Eduardo, vigilante en uno de los fraccionamientos afectados, recuerda que un olor parecido al del gas lo alertó a las 2:00 horas del día de la fuga; al avisar a los vecinos del peligro que corrían no les quedó más que observar cómo el crudo salpicaba las casas y palapas de las áreas verdes, mismas que se encuentran inhabilitadas por la presencia del combustible en la periferia.

Para Susana Sánchez, habitante de Paseo del Roble, la toma clandestina, que terminó en un derrame de petróleo, le significó un desembolso de tres mil pesos por la consulta médica de los siete integrantes de su familia, debido a que presentaban dolores de cabeza, vómito y náuseas.

La recomendación del galeno para evitar una intoxicación fue no exponerse al hidrocarburo derramado. Aunque obedecieron la indicación durante las primeras semanas del incidente y buscaron refugio con otros familiares, han pasado casi tres meses sin que sea retirado el combustible, por lo cual tuvieron que regresar a su hogar.

“Uno luego luego empieza con molestias en la garganta. Cuando viene el calorón fuerte, sale el olor; incluso nos comentó una señora que hasta su comida sabe a petróleo”, narra Susana.

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A pesar de las molestias ocasionadas y que Pemex aseguró pagaría por los daños, la paraestatal puso como condición una serie de trámites para que los colonos –alrededor de 250 personas– reclamaran su indemnización, a la cual desistieron ante la falta de respuesta de las autoridades, mismas que dejaron que el petróleo acabara con la flora y fauna del lugar. El crudo que provoca malestares en la garganta y dolor de cabeza, aquel líquido negro –oro para algunos– que ocasiona que uno contenga la respiración al pasar, sigue ahí, a pesar del tiempo transcurrido.

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