24 Horas España
Por Alberto Peláez / alberto.pelaezmontejos @gmail.com
Durante todo el fin de semana he estado pegado a la radio y mi ojos terminaron hidrópicos por tanto noticiero y tanta lectura incesante en los periódicos. Pero el fallecimiento de Fidel Castro lo ameritaba.
Y en este ejercicio de fin de semana he escuchado frases que no han dejado de asombrarme.
Más que la muerte de un dictador parecía que había desaparecido el adalid de la Libertad, el héroe de La Paz, el ángel de la Democracia.
“Fidel Castro marcó un antes y un después”, “fue un símbolo contra la opresión”, “fue un referente mundial” son algunas de las perlas que he escuchado en compañeros periodistas, sesudos analistas, conspicuos internacionalistas o relevantes artistas.
Se deshacen en halagos, en epítetos floridos y eufonías con florituras firmadas por famosos fugaces forzados por la falacia de la felonía de Fidel, de lo que pudo ser y no fue.
Porque Fidel acabó con una dictadura, la de Batista, pero se enrocó en otra, la suya, la comunista. Claro, eso sí, aderezada por un romanticismo trasnochado y envolvente que escondía la depresión de su pueblo cubano hasta hacer de la pobreza, algo consuetudinario y normal.
Y entonces también se empezaron a descubrir los horrores del régimen con los juicios sumarios y la cárcel vitalicia y las torturas por pensar diferente y la falta absoluta de libertad –paradójico cuando supuestamente luchó contra Batista para recobrar la posibilidad de ser libres–.
Se conocieron muchos excesos pero poco a poco, con cuentagotas, como son las dictaduras más recalcitrantes, las más inhumanas.
Hay una aureola inmaculada que rodea la figura del Comandante. Ya se han ocupado artistas de medio pelo como Willy Toledo que se dice ser actor, a los que Fidel agasajaba cada vez que se dejaban ver por la isla. En esa predilección que tenía por ellos, los trataba como sus invitados VIP, con todo lo que eso conllevaba. Claro que así cualquiera podía ser castrista.
Pero Castro ha sido un Kim Il-Sung, Hugo Chávez, Saddam Hussein o Gaddafi. Se trató de un tirano como los que acabo de escribir. Sin embargo a Fidel lo entierran con honores, como un líder que ha dejado huérfano a mundo y medio cuando su despotismo no ha tenido límites. Y si no, que se lo pregunten a los miles de presos políticos –muchos de ellos murieron en prisión por las palizas recibidas– que viven hacinados en las pequeñas celdas de las grandes cárceles cubanas desde hace más de 50 años.
Castro consiguió que todo el pueblo cubano se muriera en su propia miseria mientras él y sus amigos eran los únicos que saborearon las prebendas del poder.
La campaña y su permanente propaganda y la “ayuda” de los que dicen llamarse “intelectuales” de muchos países europeos, fundamentalmente de España, hicieron del tirano, el máxime baluarte de la Libertad.
Con Saddam no hubo funerales de Estado ni telegramas de condolencia de los máximos mandatarios mundiales. Lo mismo que con Gaddafi. Pero a Fidel le lloran y acuden mandatarios de todo el mundo a sus exequias.
Es el mundo al revés. Pocas veces un déspota, con tintes de sayón, se va a la Inmortalidad Divina, despedido como un héroe.
Bueno, a la Inmortalidad Divina, no. Perdón. Si fuera cubano y hubiera escrito esto ya estaría sufriendo las consecuencias. Él y su comunismo están reñidos con Dios.