Las calles se mantiene liberadas de cacerolas con aceite hirviendo, banquetas secuestradas y la venta de artículos pirata

Por Guadalupe Juárez  

Lejos quedaron los gritos y la falta de espacio para caminar en las aceras del Centro Histórico.

Atrás quedaron los gritos de ofertas y los exhibidores que ocultaban los accesos a los locales de la zona.

Desde el martes la calma recorre cada espacio que antes era arrebatado por los comerciantes informales.

Es el tercer día desde el operativo y hay confianza, los compradores vuelven a asomarse a los negocios techados y, en lugar de que una cartulina fluorescente atrape su atención, lo hace una vitrina.

Los comercios de ropa y calzado poco a poco comienzan a llenarse de posibles clientes, las papelerías pueden lucir los adornos navideños que comercializan. Los transeúntes pueden pasar sin tener que arriesgarse a bajar de la banqueta.

Hay silencio. Calma. La música de las tiendas de ropa es el único sonido que traspasa las paredes. Ya no hay gritos. No hay sillas en medio del paso peatonal. Tampoco las cacerolas con aceite hirviendo.

“Sin duda aumentaron las ventas, ahorita sólo nos afecta que haya tanto policía y que no puedan pasar los carros. Pero es muy bueno poder vender normal”, señaló la dueña de un almacén bajo la gracia del anonimato.

La bonanza es tal que los locatarios deben de abastecerse de más productos, puesto durante los años que los ambulantes se convirtieron en la primera opción de los transeúntes, optaron por no comercializar lo mismo que la competencia desleal.

Aquella que –acusan– no pagaba impuestos, ni servicios, tampoco sueldos, pero gozaba de la temporada navideña año con año y del flujo económico de esta época.

“Me parece excelente que los hayan quitado, ya no se podía ni pasar ni comprar a gusto. Lo malo es que ahorita queríamos unas agujetas pero no encontramos; ya nos dijo una señora de la zapatería que van a surtir la tienda con esos accesorios que antes vendían los ambulantes”, señala Karina López, dueña de una papelería ubicada al sur de la ciudad y que siempre acude al Centro Histórico a abastecerse.

 

“Ambulantes nos amenazan”

Pero el ambulantaje dejó estragos en las calles: las losas de la acera quedaron con manchas de aceite por la comida que preparaban en grandes cazuelas con aceite hirviendo. O los agujeros en las banquetas donde apoyaban sus puestos. También dejaron el miedo.

Ana, nombre ficticio de una locataria utilizado por seguridad, denuncia: “Los ambulantes ya vinieron a amenazarnos, que los dejemos trabajar, pero pues la verdad nosotros celebramos que no estén, invadían nuestros locales”.

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La queja se replica en la mayoría de los comerciantes, quienes piden que no se mencione ni la ubicación de sus locales ni tampoco su giro comercial, ya que los líderes de los vendedores ambulantes se han encargado de amenazarlos para que no den entrevistas a medios de comunicación.

Por otra parte, Karla Martínez, quien es vecina del Centro, asegura que se siente más segura ahora que ya no están instalados los ambulantes en la entrada del edificio donde vive, pues antes no podía salir y entrar sin que se molestaran los informales.

Al menos estos tres días, los gritos y la falta de espacio para caminar en las aceras del Centro Histórico quedaron en el pasado.

Atrás quedaron los gritos de ofertas y los exhibidores que ocultaban los accesos a los locales de la zona. Adiós a los ambulantes.

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