Bitácora

Por Pascal Beltrán del Río

El prestigiado Diccionario Oxford no pudo haber escogido un mejor momento para dar a conocer su palabra del año: post-truth (posverdad).

Este concepto se entiende como aquello “relativo a o denotando circunstancias en las que hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que la apelación a la emoción y a la creencia personal”.

Igual que sucedió con el plebiscito sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, la reciente elección presidencial estadunidense dio lugar a una mayoría que se alineó en torno de ideas que no son sostenidas por datos duros comprobables. Es decir, de creencias.

“Si no podemos discriminar entre argumentos serios y la propaganda, entonces estamos en problemas”, dijo ayer en Berlín el presidente Barack Obama en su conferencia conjunta con la canciller alemana Angela Merkel.

“Si seguimos así –advirtió Obama–, pronto no sabremos en qué creer”.

Y no es que en estos tiempos se mienta más que en otros, pero da la impresión que ahora la tarea de diseminar información falsa y lograr que la gente se la trague se ha vuelto mucho más sencilla que antes, cuando era necesario desarrollar un operativo propagandístico desde las más altas esferas.

Resulta imposible desconectar el triunfo de Donald Trump en los comicios del martes 8 de la reproducción masiva de alusiones a hechos no confirmados durante la campaña electoral.

Se ha recordado en estos días la estrategia nazi de repetir una mentira mil veces hasta que sea asumida como verdad, pero creo que aquí estamos ante un fenómeno distinto: se ha borrado la frontera entre lo comprobable y lo falso, al punto de que la gente que repite las mentiras en las redes sociales –hasta causar una avalancha de lo que los cínicos llaman “realidad virtual” o “verdad paralela”–, cree sinceramente que eso que ha leído o escuchado es cierto.

Ayer apareció en el diario The Washington Post una entrevista sumamente reveladora.

El entrevistado, Paul Horner, es un hombre que ha hecho fortuna en Facebook divulgando intencionalmente historias inventadas por él.

Varios de sus cuentos –que eso son– se convirtieron en temas de discusión pública luego de ser asumidos como hechos ciertos por millones de usuarios en las redes sociales.

Por ejemplo, Horner inventó que a los manifestantes anti-Trump se les daba dinero. Para darle verosimilitud a la aseveración, publicó un anuncio falso en Craigslist, en el que ofrecía 3 mil 500 dólares por sabotear los mítines de Trump.

-¿Por qué haría usted algo así? —le preguntó la reportera del Post Caitlin Dewey.

-Sólo porque sus simpatizantes estaban convencidos de que a los manifestantes se les pagaba por protestar en sus mítines. Yo he ido a protestas contra Trump y, créame, a nadie tienen que pagarle por manifestarse contra él. Yo sólo quería burlarme de esa creencia loca, pero prendió. La gente realmente se la creyó.

Como usted ya se habrá dado cuenta, Horner no simpatiza con Trump –“lo odio”, dice en la entrevista–, pero admite que una Casa Blanca habitada por el empresario será buena para su negocio de sátira.

“Puedo escribir las cosas más locas de Trump y la gente las creerá”, afirma. “Creo que él está en la Casa Blanca gracias a mí. Sus seguidores no revisan la información. Suben todo y creen cualquier cosa”.

-¿Por qué 250 mil personas le dieron crédito a la versión, difundida por usted, de que Obama invalidaría los resultados si ganaba Trump?

-Honestamente, la gente es tonta. Hacen circular todo lo que leen. Nadie revisa ya nada. Así logró que lo eligieran: dijo lo que quiso y la gente lo creyó. Y cuando resultó no ser cierto, a la gente no le importó, porque ya lo habían aceptado. Da mucho miedo eso. Jamás he visto algo igual.

“Las circunstancias que perdonan la deshonestidad se han incrementado mientras aquellas que promueven la honestidad están en retirada”, escribe el especialista en cultura popular Ralph Keyes en su libro The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life (La era de la posverdad: deshonestidad y engaño en la vida contemporánea).

He ahí mucho en qué pensar antes de que entremos de lleno en nuestra propia etapa electoral.

Porque aun antes de que comiencen las campañas ya hay algunas posverdades mexicanas en circulación.

 

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