Disiento

Por Pedro Gutiérrez / @pedropanista

El Partido Acción Nacional está en franco riesgo de resquebrajarse y ver alejadas sus posibilidades para ganar la elección presidencial de 2018, y no precisamente por un franco rechazo popular o voto de castigo. Por el contrario, electoralmente Acción Nacional se encuentra en la mejor posición desde hace 10 años, cuando ganamos la elección con Felipe Calderón. Los fracasos de las intermedias de 2009 y 2015, junto con la estrepitosa derrota de 2012 cortesía de Josefina Vázquez Mota, así lo confirman. El riesgo estriba, por lo tanto, en otra variable: la lamentable conducción del partido por parte del jefe nacional, Ricardo Anaya.

Llegó a la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PAN gracias al apoyo de varios líderes políticos y morales del partido. El objetivo era –y sigue siendo– que encabezara los esfuerzos de la institución para volver a Los Pinos en 2018 y no que se convirtiera en juez y parte de la contienda, como árbitro de la misma por un lado, pero también como jugador a partir de una aspiración presidencial.

Sin embargo, el derrotero de su dirigencia ha cambiado abruptamente, a partir de una evidente inexperiencia –la del propio Ricardo Anaya– y ambiciones desmedidas –de un puñado de colaboradores que conforman su equipo–.

Seamos claros: Ricardo Anaya Cortés puede ser un joven dirigente talentoso, pero que también tiene marcadas carencias. Puede –y debe– dirigir al partido, pero no lo vemos con arrestos para conducir el destino de una nación. Desde aquí parte la irreflexión de su conducta: no tener los pies bien puestos en el suelo te puede llevar a soñar con utopías que sólo se explican a partir del canto de las sirenas de los que te acompañan en un proyecto.

Basta ver el nivel
–bajísimo nivel– de los defensores de oficio que Ricardo Anaya tuvo en el debate organizado por Joaquín López-Dóriga: Damián Zepeda, Marko Cortés y Rubén Camarillo.

Alguno de ellos podría decirse que ni siquiera cumple con el perfil mínimo de un panista, y en el caso de los dos primeros, se nota que hoy disfrutan de las mieles del poder –dado por Anaya Cortés, quién más–, pero que no están mínimamente preparados para ser la voz e imagen de un partido serio que quiere recuperar la primera magistratura en las eleción de 2018.

Ricardo Anaya debe percatarse a la voz de ya del daño que le está haciendo al partido. Colaboradores cercanos al dirigente nacional del partido, como Santiago Creel, sensato históricamente, debieran hacerle entrar en razón de la tensión que ha generado su doble juego, el doble discurso, la doble moral. Ni le alcanza para ser Presidente de la República, ni tiene la capacidad para serlo (alguien tenía que decirlo, con todas sus letras); en cambio, está alterando la dinámica de las aspiraciones presidenciales de otros actores que evidentemente tienen ganado a pulso sus intenciones, como el gobernador Rafael Moreno Valle o la ex primera dama Margarita Zavala.

Por si fuera poco, además de la distracción presidencial que invade al dirigente nacional del partido, ahora sabemos que también deberá estar atento a ciertas acusaciones periodísticas que es menester que aclare, por el bien de su propio honor e integridad personales. Doblemente distraído está ahora Anaya, pues.

 

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