Disiento

Por: Pedro Gutiérrez / @pedropanista

¿Será tan incierto el futuro de los mexicanos los próximos cuatro -quizá ocho años- en los que Donald J. Trump esté al frente de la nación más poderosa del mundo? A priori, podemos señalar que al menos recibiremos un trato análogo al que por casi dos siglos hemos padecido:  subordinación casi heroica, llena de pasajes abyectos en donde lo mismo hemos sufrido la imposición de textos constitucionales prácticamente íntegros, que el latrocinio de vastos territorios con guerras del todo injustas. Recapitulemos.

Cuando en 1824 México consolidó la forma de gobierno republicana y federal, ya las logias masónicas habían estructurado nuestro andamiaje político-constitucional a través de Guadalupe Victoria. En efecto, Joel R. Poinsett había sido factor para desterrar y fusilar a Iturbide y, posteriormente, tejer fino en los entre telones políticos de la incipiente nación para imponernos un sistema hasta entonces absolutamente desconocido por los mexicanos. Nadie en nuestro país conocía otra forma de Estado y de gobierno que no fuera la monarquía. Esta primera imposición norteamericana formó parte de los inicios de la Doctrina Monroe (América para los Americanos). Abrirle el paso a los norteamericanos para que se expandieran por todo el continente, aceptando sin renuencia alguna el sistema político que a ellos favorecía, es sin duda en primer gran atropello que sufrimos apenas 3 años después de consolidada nuestra soberanía.

No pasaron muchos años después cuando los americanos volvieron a poner sus ojos en nuestro país, nuevamente con ambiciones imperialistas. El objetivo ya no era exportarnos un modelo político, sino usurpar territorio para expandirse. Primero fue Texas que se declaró independiente en 1836; luego fue la pérdida definitiva de la mitad del territorio en 1848 (Tratado Guadalupe Hidalgo). Antonio López de Santa Anna perdió la batalla en el campo de guerra y no le quedó más remedio que firmar la convención internacional en comento.

En menos de medio siglo los americanos ya nos habían impuesto una Constitucion, varios Presidentes y comprado (robado) territorio. Faltaba la cereza del pastel y se la encontraron no mucho tiempo después con la llegada al poder de Benito Juárez. En efecto, el zapoteca había llegado a la Presidencia y ante el embate francés y la llegada de Maximiliano, Juárez huyó de la capital y buscó refugio en los consejos y la voracidad de los estadounidenses, quienes de inmediato ofrecieron apoyo económico y militar al Presidente de México a cambio de la firma del Tratado Mc Lane-Ocampo: libre tránsito de los americanos por territorio nacional con fines militantes y comerciales, etc. Benito Juárez, quizá más peligroso que los americanos mismos en este episodio de la historia nacional, sobrevivió a una crucifixión nacional bien ganada gracias a factores exógenos que impidieron la consolidación del Tratado.

De la historia de sumisión mexicana con respecto a Estados Unidos quizá solo se salva Porfirio Díaz. El manejo de la política exterior del oaxaqueño abrió fronteras a otras naciones, europeas e incluía asiáticas, lo que le costó el poder porque los norteamericanos no podían permitir esta diversidad diplomática y comercial. A la sazón, encontraron en  Francisco I. Madero un nuevo aliado con el cual pudieran volver por sus fueros, y lo lograron.

La historia reciente de la humanidad (siglo XX y XXI) se traduce en más globalización y menos aislacionismo. A partir de ello, México ingresó al TLCAN en 1994 en condiciones aparentemente favorables para el libre comercio. Una de las promesas de Donald Trump es revisar ese Tratado comercial. Otro fenómeno mundial -histórico y milenario, pero especialmente problemático en nuestros días- es el de la migración. Trump ha puesto el dedo en la llaga y parece que ante el muro que pretende levantar en la frontera y las deportaciones masivas de ilegales, no hay mucho espacio para donde moverse.

En conclusión, la historia bilateral entre Estados Unidos y México siempre ha sido tortuosa. Algunas ocasiones nos han devorado los americanos (el pez grande se come al chico), como en el caso de la entrega de nuestro territorio. En otros casos, nos hemos entregado vilmente y nuestros héroes con pies de barro, como Benito Juárez, o enemigos nacionales declarados como Santa Anna, han resultado ser hasta más peligrosos que los voraces americanos como el propio Donald Trump. Quizá el enemigo lo tengamos en casa, quizá seamos nosotros mismos los mexicanos que hemos encontrado en Trump -de por sí peligroso- a nuestro nuevo villano que nos libera de la culpabilidad cultural que arrastramos por dos siglos en nuestra relación con el vecino del norte.

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