Figuraciones Mías

Por Neftalí Coria

 

 

Muere Leonard Cohen, el poeta, el cantor. Muere reconociéndose en la muerte. Hace dos semanas declaraba que estaba listo para morir y “quería dejar limpia la casa” antes de irse. Entre sus planes, quería hacer su último disco y dejar todos sus escritos en orden. Eso le había dicho al diario español que lo entrevistó. Su muerte es un símbolo de nuestro tiempo; los hombres mejores son los que se ausentan primero.

Otra vez la muerte cínica, errática, equivocada, sucia, corrupta… A Leonard Cohen, lo empecé a leer y a escuchar cantar allá por 1982. Conviví con sus poemas y sus canciones de verdad, lo que significa haber habitado su mundo, viví de verdad sus canciones tratando de comprender desde su lengua aquella ironía y su rebeldía fina que está clara y diáfana en su poética. Me entristecieron, me alegraron, me conmovieron sus poemas. Lo escuché en acetatos y cassettes y muchas de sus letras las he atesorado con los años. No sé qué decir de él porque no estoy promoviéndolo, ni estoy invitando a nadie a que lo lea. Hoy que escribo estas líneas, la tarde es fría y más cala la tristeza. Ya estaba viejo Leonard Cohen, dice alguien, es cierto, pero yo la muerte nunca la he aceptado. Viviré con ese sentimiento de no aceptarla aunque me expliquen que tenemos que morirnos y que la vida sigue con todo y su tristeza. Ni modo, no puedo aceptarla aunque sea la mía. Siempre me provoca una desazón.

Nada recomienza sin un tropiezo anterior, me lo hace entender mi amigo Fernando a quien se le murió su gato hace días. Un golpe duro, si consideramos que era su compañía desde hace diez años. Duelen las pérdidas y por eso se habla con alguien y en la conversación –antes que llorar–, se busca una verdad que nos consuele y nos ayude a ir hasta lo más hondo de la tristeza sin miedo, ni precauciones del confort que muchos creen encontrar en la fútil alegría. Recibí un mensaje de mi amiga Zeila, en el que me dice que todo pasará, que nadie se muere de tristeza y tiene razón, tal vez nadie muera, pero la tristeza arde y no se quita. Es una afirmación que no me ha servido, ni creo que a Fernando le sirva de nada, porque no creo que las cosas sean tan superficiales como se ven ahora en esta complexión de nuestro tiempo en el que la estulticia, la estupidez y la orgullosa ignorancia que hoy se vive marca fórmulas para que la muerte y el dolor sean poca cosa. Y en ese esquema, si se pierde a una persona, se dice que hay muchas más, lo que significa que todos somos iguales, pero nadie parece ser capaz de desmentir esa falacia, porque nadie somos iguales. Somos únicos cada quien y allí está el valor de la persona; nadie somos iguales, ni en la democracia. La peculiaridad, la condición de cada quien nos hace diferentes y ese es el verdadero valor de los hombres. Hoy que se celebra el Premio Nobel de literatura otorgado a un cantante y el país, desde su ala superficial y poderosa, se vuelca en lamentos parecidos al rebuzno, por un cantante de medio pelo llamándolo poeta y aquel que no está de acuerdo, es linchado y eso ocurre porque ahora todos tienen voz para opinar con el impulso inmediato; hoy se opina antes de pensar y bajo las garras de la ignorancia pervive el orgullo que la defiende. Desproporciones, excesos, estupidez autorizada, culto a la apariencia y a la opinión fácil e irresponsable porque opinar con desconocimiento, ahora está en boga y entre más burlesca sea la opinión con un confesado desconocimiento, más cool aparenta ser. Por eso gana Trump, por eso ganó Peña Nieto, por eso ganó Fox hace algunos años, porque la gente piensa que el cambio llega lanzando la piedra primero, antes que las preguntas y reflexiones. Y se cree que el cambio también es retroceder.

Hoy ha muerto Leonard Cohen y en las redes sociales, muchos aparentan conocerlo, como los que ponen una cita de Dickens o de Victor Hugo sin saber quienes son esos autores, ni qué hicieron en la vida y jamás harán un esfuerzo por acercarse a su obra y de verdad conocer al menos su biografía. La inmediatez está ya en la sangre de las nuevas generaciones. Temo que este tiempo nos arrastre a catástrofes mayores. No las sé, ni las imagino, pero hoy veo que con mayor fuerza, importa la apariencia y para ella se está viviendo. Nada nos detiene para aparentar aquello que nunca seremos, nada nos impide ser personajes de nosotros mismos y fingir la propia vida. Nunca hubo más formas seductoras para esconder nuestra propia identidad y aparentar una felicidad que nunca conocimos.

Me entristece que haya muerto Leonard Cohen y mientras escribo, también me entero que ha muerto Rogelio Naranjo, el extraordinario dibujante moreliano a quien no supimos reconocer en la ciudad que lo vio nacer, porque también no reconocer el talento de los cercanos es nuestra costumbre que se ha vuelto tradición. Acostumbramos a reconocer a los artistas cuando ya están viejos o hasta que mueren, antes persiste en la comunidad una suerte de envidia y descreimiento de aquel que manifiesta con creces su talento y su calidad en el trabajo. Pero con todo eso hemos de vivir, con esa mediocridad pasaremos el tiempo en el regazo de la inercia cómoda de la opinión barata. Y como mi amiga me dijo, nadie morirá de tristeza. Pero lo triste es que llegará el olvido con su escoba maldita. º

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *