Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria
Nunca he olvidado aquella caricatura de Rogelio Naranjo en la que Díaz Ordaz vestido como un gentleman hocicón, camina con una elegancia alquilada sobre muchos ataúdes negros mientras levanta la mano derecha saludando con los 2 dedos del “amor y paz”. Fechada en el año setenta y tres, cada vez que la veo, comprendo la personalidad a la que se aferran, como camaleones, los políticos mexicanos que han logrado notoriedad con sus excesos. Un estigma para el presidente que gobernaba este país durante 1968 y que le quedaría como insignia de sangre para siempre. Y esa caricatura de Naranjo, es una especie de símbolo amargo de nuestra historia reciente.
Rogelio Naranjo era un dibujante incómodo para los políticos, un finísimo trazador de la ironía, un ciudadano que se tomó el derecho de increpar a los hombres que abusaron, que se burlaron, que dañaron y siguen hiriendo al pueblo que los mantiene. Nada amable con los políticos fue el artista, como suelen ser aquellos que hacen de la critica política y social una forma de vida y Rogelio Naranjo fielmente fungía como tal. Un dibujante extraordinario que ejercía –a decir de Carlos Monsiváis– tres funciones: la de ser un dibujante fantástico, un retratista caricatural y la de ser llanamente un caricaturista, porque a decir del autor de Días de Guardar, Rogelio Naranjo con sus dibujos, “distorsiona, electrocuta, purifica, deconstruye, sitúa los rasgos del aludido o la aludida, y al hacerlo, verifica la esencia de un comportamiento”. Y eso sencillamente es lo que la caricatura con sus armas del ingenio busca; situar los rasgos sobresalientes de un personaje o hecho y sumar a ellos el elemento grotesco que en sí mismos contienen.
En febrero de 2008, desde mi posición en un organismo descentralizado de cultura en el que fui director, lo invité a exponer a Morelia, pero no aceptó. Le ofrecí la galería de cristal del Centro de las Artes y dijo que en Zamora sí. Y la exposición de “Los funerales preventivos”, sucedió allá. Recuerdo un desayuno en su casa en la Ciudad de México y una larga conversación cuando fuimos por la obra. Un hombre amable y generoso. Nunca pregunté por qué no quiso exponer en Morelia. No asistiría a la inauguración, ni cobraría nada en absoluto por aquel préstamo de la obra para Zamora. Era un “préstamo de amigos”, me dijo con una sonrisa que nunca olvidaré. De vuelta regresamos la obra y tuvo lugar otra conversación sobre los escritores que amaba. Sobre su pasión por la lectura. Mas tarde me despediría de él y aquella casa en la que a su lado habitaba el silencio y la galería de lo que sus ojos han visto con la claridad que en sus dibujos puede verse.
En Michoacán sólo somos capaces de reconocer a los que llevan su carrera por las vías política y moralmente “correctas”, aunque sean de una ínfima calidad en su obra, como si la gente de Morelia se conformara con los paisajitos, los versos rimados del alma, el teatro decente, la música limpia, etc. Veamos sino, los últimos Premios a “las Artes” Eréndira. Artistas por antigüedad y resistencia los han recibido, pero a Rogelio Naranjo nunca se le reconoció (A nadie se le ocurrió proponerlo) y seamos justos, fue él, uno de los mejores caricaturistas de Latinoamérica. Tampoco digo que el reconocimiento provinciano le hizo falta, por supuesto que no. Pero no se tuvo la cortesía de darle un espacio –como lo merece– en nuestra estrecha galería cultural michoacana. En 2015 lo invitamos a la entrevista del proyecto Vivos Retratos, 68 Voces y como algunos otros, no aceptó. Y con ese criterio fue invitado para mi proyecto en conjunto con el diario La Voz de Michoacán, en el que se le quiso dar el sitio que merece en la historia incluyéndolo entre los personajes vivos de la historia reciente. Respetamos su decisión y las razones que tuvo para declinar la invitación, aunque hubiéramos querido que estuviera presente. Lo lamentamos más hoy en su reciente desaparición.
Ha muerto Rogelio Naranjo y queda una obra que está por encima de su persona y de las leyendas que corren como el agua caliente de las molineras. Sus retratos de su libro La insurrección de las semejanzas, así como la poética de sus dibujos de aguda critica social, perviven y nos recuerdan que la verdad es fácil de conseguir con la lógica del que sabe mirar de frente el mundo y no es imposible borrar a plumazos la mentira, la corrupción, lo negro de aquellos que de verdad le hacen daño al mundo.
Heredero de una generación posterior a Ríus (otro michoacano no reconocido en su tierra), Naranjo llevó a la caricatura hasta la altura del “retrato caricatural” como lo llama Monsiváis. Y en esos dibujos en los que con magnífica gracia representa artistas que seguramente le interesaron. Dibujos que se han vuelto importantes como el de García Márquez con una lámpara en la mano de la que emerge como genio él mismo, mirando al Márquez que la frota como el genio que ha de conceder los deseos del escritor. Otra imagen que nunca se me borra es también la de Juan Rulfo entre unos desolados magueyes pensativo con una cobija y la misma figura de Rulfo volando como un fantasma de sí mismo arrastrando cadenas al aire.
Y podría seguir describiendo su obra extremadamente poderosa, pero por ahora abriré sus libros y recordaré con gusto su humor de hacha, su imaginación grande y su valor imperecedero.
Descanse en paz don Rogelio Naranjo, michoacano ilustre.