Garganta Profunda

Por Arturo Luna Silva / gar_pro@hotmail.com

Extraviados en sus falsos debates, en sus inútiles batallas internas, los priistas poblanos han perdido de vista que, desde hace mucho tiempo, son una carpeta –empolvada y con páginas marchitas– que se guardó en el archivo muerto de la dirigencia nacional del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y que salió definitivamente de los pendientes de Enrique Peña Nieto y hasta de la Secretaría de Gobernación.

En la Presidencia de la República, en la Segob y en el Comité Ejecutivo Nacional (CEN) del tricolor no importan los apellidos Lastiri, Armenta, Doger, Alcalá, Deloya, Saldaña, y menos todavía los Jiménez Merinos y los Zavalitas –y hasta puede que ni siquiera los identifique el jefe partidista Enrique Ochoa Reza–.

Puebla no es prioridad, sus priistas no importan. Su peso político específico es igual a cero.

Los Enriques, Peña y Ochoa, están ocupados y reocupados por las gubernaturas en disputa para el próximo año: Coahuila, Nayarit y, de manera especialísima, el Estado de México.

De ninguna manera, ni siquiera como tema colateral o de plática superflua, abordan el caso de Juan Carlos Lastiri Quirós.

No les interesa que sea un “gandalla”, como lo califican sus propios correligionarios, como el diputado Alejandro Armenta.

A ninguno de ellos le importa un cacahuate que el zacatleco se declare en “rebeldía” –como dijo este jueves–, y siga con su promoción anticipada.

Es un “don nadie”, un tema irrelevante.

Les vienen tan guangos los cónclaves poblanos para dizque definir “reglas” para 2018.

Si se trata de Puebla, el tema son los acuerdos con Rafael Moreno Valle y cómo el gobernador puede ser un aliado para frenar la posibilidad de una coalición entre Acción Nacional y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) en la tierra del presidente de la nación.

El Estado de México sí es, en cambio, muy importante.

Peña Nieto no puede darse el lujo de perder en su propia entidad natal. Es inadmisible en cualquier escenario, en la cultura presidencialista aún tan presente en México.

En ese estado, las cosas parecen ya definidas y será el primo del presidente quien vaya como candidato del PRI: Alfredo del Mazo Maza, quien debió hacerse a un lado en la pasada elección, por la garantía de triunfo que daba el hoy gobernador mexiquense, Eruviel Ávila.

En Nayarit, no hay otro que el dirigente del CEN de la Confederación Nacional Campesina (CNC), el hoy senador Manuel Humberto Cota Jiménez, quien podría enfrentar una elección no tan cómoda, pero que lleva la delantera en preferencias y posibilidades ante sus opositores.

Coahuila también mostró luces y se prevé que Miguel Ángel Riquelme Solís, el alcalde de Torreón, sea el abanderado en ese estado, en donde la marca PRI, de sí, le saca unos 30 puntos de ventaja al PAN.

Esas son las cosas que le importan a Peña y a Ochoa, y de paso a Miguel Ángel Osorio Chong.

No ven ni oyen a los “gandallas”, a los karatecas, a los cartuchos quemados, ni a los fantaseadores agrarios.

Les vale un pepino que los aspirantes priistas poblanos formen un bloque anti Lastiri y que el subsecretario de la Sedatu sea un iluso que, en rebeldía, desajusta la vida interna estatal de su partido.

El PRI de Puebla no existe en el radar de Los Pinos ni en el número 59 de la avenida Insurgentes Norte, y menos en Bucareli.

Si los ojos de la Presidencia, del CEN priísta y de la Segob voltean a nuestro estado o si desde allá se marca algún teléfono que comience con 222, esas miradas se centran en un lugar específico y esa llamada la contestan ahí también: en Los Fuertes.

Es la realidad.

La misma terca, obsesiva, permanente realidad que los priistas poblanos se niegan a ver… desde por lo menos 2010.

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