La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

 

Con la aparición de las redes sociales todo cambió. Cambió desde la forma de relacionarnos con los demás, hasta la forma de caminar.

Hoy la mayoría que tenemos un smartphone caminamos con la cabeza gacha. Metidos en una pantalla que nos abstrae del mundo real.

Caminamos encorvados y le sonreímos más a un aparato electrónico que a la gente que pasa. Pero esa otra gente también va en lo suyo, entonces el contacto se pierde cada día más.

Antes podíamos hacer un desmán en la vía pública y sólo se entraban los curiosos que pasaban por ahí. Podíamos hacer gala de nuestra barbajanería sin temor a ser expuestos.

¿Cuántas veces escuché a mi abuelo arremeter contra los ciclistas? Y no los llamaba ciclistas, sino bicicleteros (un término peyorativo). Y no sólo eso, a lo de “bicicleteros” añadía un insulto para que les quedara claro su desprecio: ¡Biclicleteros de mierda!

Así les gritaba mientras manejaba un Fairmont negro. Un lanchón que transportaba a toda su familia y a su ego robusto.

Nosotros mismos, antes de que el Twitter y el Periscope y el Facebook existieran, nos dábamos el lujo de injuriar a alguna persona. Podíamos hasta golpear a alguien que nos pareciera detestable. Podíamos salir ebrios de un bar y hacer desmanes.

Podíamos vomitar y gritar improperios. Podíamos mearnos en una estatua y nuestras acciones más primitivas y bajas quedaban ahí, y luego se olvidaban.

Pero el mundo cambió y ahora vivimos bajo el escrutinio de millones de usuarios de internet. Todos somos personajes públicos. Todos podemos ser exhibidos cometiendo un delito o una arbitrariedad.

La aparición de las redes vino a destapar la cloaca. Todos en un momento podemos convertirnos en una especie de escoria social.

Siempre han existido momentos de vulnerabilidad, más cuando se ha abusado del alcohol.

A las personas que han sido exhibidas en las redes se les conoce como “Lady” o “Lord”, por una suerte de ironía, ya que las primeras en caer en este tipo de trampas virtuales fueron un par de mujeres de clase media que deambulaban ebrias por Polanco y que se lanzaron con toda la frivolidad y violencia verbal posible en contra de un grupo de policías.

Una de ella había sido parte del reality show “Big Brother”.

La otra fue, años atrás, “Señorita Puebla”.

Por lo tanto, la sorpresa y la indignación fueron mayúsculas, pues se espera que gente que tiene que ver con los medios tenga, ya no la educación sino la prudencia para no hacer desfiguros.

Vanessa Polo, una de las primeras “Ladys” que hubo en México (y que es poblana), fue quien salió más damnificada después del “Incidente Polanco”.

La poblana que se fue contra el policía llamándolo “asalariado de mierda”, hoy vive las consecuencias de esa briaga que la puso bajo la lupa de todo un país.

La cruda no ha durado un día. La cruda la llevó a pasar dos años en los juzgados.

Dos años en los que creyó que terminaría de purgar su exabrupto. Pero no es así.

Es verdad que a partir de entonces han surgido mil “Ladys” más.  Y se cree que un escándalo tapa a otro y a sí sucesivamente… En cierta manera así es. Hasta hace un par de día nadie se acordaba de quién era la tal Vanessa Polo.

Hoy la revivió López Dóriga.

La “Lady de Polanco (poblana)” fue al estudio de Chapultepec 18 para ofrecer disculpas públicas por aquel bochornoso momento. Se vio forzada a esto pues, afirma, que desde esa noche de copas y envalentonamiento su vida cambió radicalmente.

Vivió sus 15 minutos de fama, pero a continuación sobrevino el escarnio y el rechazo.

Lugar a donde va y dice su nombre, lugar en el que la señalan como la borrachita clasista que llamó “asalariado de mierda” al policía.

Vanessa Polo, que ahora se presenta en una actitud completamente sumisa y recatada, pide perdón, pero más que perdón, olvido.

Lo que pasa por alto es que en este país la gente es especialista en olvidar las cosas graves, es decir, finge demencia ante las atrocidades y latrocinios de los gobiernos, pero nunca pierde la oportunidad de revivir un chisme de barrio.

Por eso, y no por otra cosa, hay que andarse con cuidado con nuestras demostraciones públicas de desprecio.

Por mucho que la parte agraviada tenga su responsabilidad, el juicio siempre recaerá sobre el que tiró, ya no la primera piedra, sino la primera mentada.

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