24 Horas España

Por Alberto Peláez / @alberto_pelaez

Paolo Gentiloni tiene cara de no haber roto nunca un plato. Su pelo blanco peinado hacia atrás le otorga una percepción de maduro que pretende rejuvenecer. Gentiloni es el nuevo Primer Ministro italiano, tras la dimisión del bisoño Renzi que su juventud le jugó una mala pasada de jugar a que era omnímodo; una especie del César del siglo XXI.

A Gentiloni le pensaba más responsable, pero sobre todo, más solidario. Me quebró los esquemas cuando, en una de sus primeras declaraciones manifestó que la Unión Europea no debe relajarse ante la crisis migratoria. ¿Qué quiso decir el pensante político bien portado para que su público le aplaudiera por sus palabras inoportunas? ¿Cuál era realmente el mensaje?

Como el primer ministro italiano, el resto de las autoridades europeas utilizan mensajes parecidos. Hacia el mundo quieren dar la idea de la solidaridad, de que los refugiados sirios tienen cabida en el Viejo Continente, de que tenemos que ayudarles.

Sin embargo, la realidad es otra muy distinta. Les tenemos ateridos en las fronte-
ras con Hungría, Austria, Alemania. Les dejamos diseminados por campos de refugiados de Grecia, que protesta porque los “ricos europeos” cierran cada vez más el grifo del dinero al maltrecho Estado griego, que no se da abasto para ocuparse de miles de personas que huyeron de Siria. Lo hicieron con lo puesto y sus almas, que son las únicas que siempre les acompañan, en la huida a ninguna parte.

Y en todo este rompecabezas de la deshumanización aparece Turquía y le dice a la Unión Europea por enésima vez que quiere ingresar en el selecto club. Turquía lo lleva haciendo desde hace más de 30 años. La Unión Europea le pone trabas porque Turquía no respeta los derechos humanos. ¿Qué país de la Unión Europea respeta realmente los derechos humanos? Pero el cinismo y el interés son mayores que la franqueza y la honestidad.
Por ese motivo, Turquía está dispuesta a abrir sus fronteras para que millones de refugiados entren en Europa.

Pero, ¿Qué es esto? ¿De qué estamos hablando? ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI los seres humanos se conviertan en moneda de cambio, en un trueque desalmado en el que sólo se busca el estado de bienestar para unos pocos? ¿Tan lejos hemos llegado?

Estamos bordeando un límite que si llegamos a cruzarlo, no tendremos retorno. Hacemos equilibrios como funambulistas sin red. Y no queremos darnos cuenta o, más bien, lo sabemos y nos da igual.

Es inadmisible que los europeos, los que nos autoproclamamos los más cultos, los más eruditos, los hacedores de la génesis de la democracia y el mundo en libertad, tengamos a más de dos millones de personas titilando de frío, muriendo de inanición, deambulando como muertos vivientes, buscando resquicios en la frontera para poder entrar. Parecen almas impenitentes que viven en el purgatorio con vida, sólo por el hecho de ser sirios.

Ningún país europeo y lo recalco, ninguno, ha sido realmente solidario con los refugiados sirios. Pero eso sí, para limpiar las malas conciencias nos atrevemos a escribir las leyendas de “Refugees Welcome” en muchos ayuntamientos y organismos de Europa.

Y lo peor, es que no se nos cae la cara de vergüenza.

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