Por: Ignacio Juárez Galindo

Ahogado en el olor del sexo donde no hay amor,
en medio de la resaca permanente del vacío y la tristeza,
en el juego de sombras que me permite respirar en medio del océano,
me visto y tomo la carretera hacia la muerte, la tristeza, la tragedia y el dolor.
Sombra miserable que en el dolor ajeno puede respirar y sentirse vivo.
Gloria profesional que deja el alma hecha jirones y la boca sedienta.
Camino con la certeza de que no hay nada para mí fuera de ese lugar
en donde no se sabe si pisas tierra firme o muertos esperando a ser rescatados.
En la gran carpa, las estadísticas, las críticas hacia el gobierno y la indignación por el mundo que estamos construyendo
son el vacío informativo que ofrecemos.
Dentro de mí, la sed se agolpa poderosa.
Me prometo no beber.
No acá.
Piso las calles desiertas de la urbe y doy rienda a la furiosa necesidad de apagar la sed
y llenar el vacío que me taladra el alma.
A cientos de kilómetros, el llanto, la tragedia y las historias de amor quebrado por la desgracia
caen sobre la Sierra como una intensa llovizna de flores.
Mientras tanto yo estoy acostado junto a una mujer que no amo.
Sin destino.
Sin rumbo.
Solo.
Con el alma rasgada y la carne viva.

Octubre 1999

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