Bitácora

Por Pascal Beltrán del Río

¿Cómo no va a haber narcotraficantes en México? Casi todo se conjuga a favor de su negocio criminal.

Comencemos por el hecho de que las oportunidades aquí no abundan. La educación es deficiente y no ayuda a la superación personal.

No se ha logrado romper el círculo de la pobreza porque eso conviene políticamente a algunos y porque continúa la obstinación de curar la miseria con medicinas paternalistas.

La mayoría de los mexicanos subsiste en la economía informal. Hay estados, sobre todo en el sur del país, donde la informalidad rebasa 75% de la población que trabaja. Esas fuentes de empleo o autoempleo casi nunca ofrecen garantía de un futuro estable.

Luego, está la debilidad de las instituciones. La impunidad es rampante.

Delinquir es como jugar a la lotería habiendo comprado casi todos los boletos.

Una ínfima parte de los delitos termina en sanción. Y eso, siempre y cuando quien los cometa sea detenido en flagrancia porque la investigación criminal es casi inexistente.

Pese a los discursos y propósitos que hemos escuchado en los últimos años, las policías no han dejado de ser, por lo general, corporaciones ineficientes e incluso penetradas por el crimen organizado.

Después, el tráfico de drogas sigue siendo muy lucrativo. Vivimos al lado del mercado más grande del mundo en materia de estupefacientes. El apetito por la heroína que hay actualmente en Estados Unidos es una prueba más de ello.

El territorio mexicano tiene una ubicación geográfica inmejorable para surtir a ese mercado insaciable. Aquí se pueden producir muchas drogas y las que no, se importan para introducirse en el país vecino a lo largo de una frontera porosa.

Por si fuera poco, el consumo de droga ha ido al alza en México. Lo que no logre exportarse, bien puede venderse aquí.

Ayudan mucho en el desarrollo de un mercado local el nihilismo y el hedonismo de estos tiempos, pero también los tontos útiles que fomentan el consumo de drogas mediante una mal planteada idea de despenalizarlas.

(Personalmente no creo que un consumidor deba ir a la cárcel, pero la mayoría de quienes promueven la despenalización hablan de las drogas –sobre todo de la mariguana– como si fueran inocuas).

Enseguida, los narcotraficantes en México se benefician de la difusión de una imagen que los enaltece. Ser capo de un cártel se ha vuelto aspiracional: dinero, mujeres guapas, autos caros, aventura y posibilidad de dar rienda suelta al machismo. Una imagen que culturalmente se empezó a forjar hace años, desde la música popular, y que alcanzó a otros géneros de la narrativa.

Para acabarla de amolar, en México hay comentócratas que hacen un valioso servicio a los narcotraficantes. Son una de sus principales líneas de defensa ante la posibilidad de ser detenidos y procesados.

Esos opinadores con acceso a los medios son incluso más importantes para los narcos que sus abogados. A éstos tienen que pagarles, a aquéllos no.

Quizá no se den cuenta de lo que hacen. En su afán de ser antioficialistas o de procurar la llegada al poder de un político que actualmente está en la oposición, estos comentócratas toman partido por los criminales.

Lo hacen, por ejemplo, cuando contribuyen a desprestigiar a la única institución que funciona en materia de seguridad pública: las Fuerzas Armadas.

Si no fuera por éstas, los ciudadanos de muchas entidades del país estarían completamente a merced de los cárteles.

Por supuesto, marinos y soldados no lo pueden todo. A veces entran en auxilio de los gobiernos estatales, que han perdido el control sobre una ciudad o una región. Los militares la recuperan, pero ¿qué pasa luego? Empieza el golpeteo de los comentócratas y organizaciones sociales para que “regresen a sus cuarteles” y los políticos ceden a esa presión... y se vuelven a perder esas plazas.

Por todo lo anterior, ser narcotraficante es una opción lógica, natural, en México. ¿Por qué, si no es por formación ética, se abstendría alguien de entrarle a ese negocio?

No sólo todas las condiciones económicas, sociales y políticas lo hacen viable, sino también lo propicia una legión de opinadores que ha hecho carrera criticando todo –salvo, claro, a los delincuentes y a sus políticos favoritos– sin sentirse obligada jamás a proponer nada.

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