Bitácora
Por Pascal Beltrán del Río
El sábado pasado cumplió 80 años el papa Francisco.
No es extraño que al jefe de la Iglesia católica le toque alcanzar esa edad durante su pontificado.
Aunque ha sido el caso para sólo 33 de los 266 Papas de la historia, siete de los últimos ocho pontífices han llegado a esa marca.
La longevidad de los Papas tiene que ver con la edad a la que llegan al cargo –los últimos ocho, en promedio, a los 68 años–, pero también con los servicios médicos de excelencia de que dispone la Santa Sede, cuya especialidad en geriatría ha permitido prolongar la vida de los jerarcas católicos.
Como sea, 80 años es una edad avanzada para cualquier persona. La esperanza de vida en el mundo es de 71 años. En Argentina es de 76. La edad promedio a la que terminó el pontificado de los últimos seis Papas octogenarios (por muerte o abdicación) fue de 82 años.
Jorge Mario Bergoglio está, por simple cuestión natural, en el último tramo de su papado. En marzo próximo cumplirá cuatro años de haber llegado al cargo. Y la gran pregunta, como me dijo la semana pasada el especialista Bernardo Barranco, es si Francisco logrará cumplir con la agenda reformista que se ha propuesto.
Su nombramiento, en 2013, coincidió con una de las peores crisis que haya vivido la Iglesia en tiempos recientes. Los escándalos de pedofilia y corrupción habían golpeado la imagen de la institución en el mundo. Como muestra se ponía el descenso dramático del número de seminaristas.
No cabe duda que Francisco llegó a refrescar el ambiente en la Iglesia. A devolverle un propósito y a reconectarla con los fieles.
El Papa logró esto de inmediato en lo simbólico: renunció al oropel que había caracterizado a sus predecesores y ha transmitido un mensaje de humildad y preocupación por los marginados.
Frases como “¿quién soy yo para juzgar a una persona gay que busca a Dios?” lo mostraron como alguien dispuesto a cambiar el discurso tradicional de la Iglesia y adecuarlo a la realidad de estos tiempos.
El nombramiento de cardenales que ha realizado –en tres consistorios– refleja también sus preocupaciones sociales, pues 31 de los 56 nuevos purpurados surgieron del mundo en desarrollo.
Dos de los designados son mexicanos: Alberto Suárez Inda y Carlos Aguiar Retes, arzobispos de Morelia y Tlalnepantla, respectivamente, ciudades que no habían tenido antes un cardenal.
En México, el Papa también ha hecho numerosos nombramientos de obispos, que han comenzado a cambiar el rostro del Episcopado. Muchos responden a preocupaciones que ha expresado Francisco, como las condiciones de vida de los indígenas, migrantes, presos y personas desplazadas por la violencia.
Sin embargo, la agenda de cambios del Papa no ha gustado a todos y ha encontrado resistencias.
Una de las más notables es la que encabezan cuatro cardenales que han comenzado a cuestionar públicamente las posiciones de Francisco.
El estadunidense Raymond Leo Burke –quien, incluso, ha llamado sacrílego al Papa–, el italiano Carlo Caffarra y los alemanes Walter Brandmüller y Joachim Meisner enviaron una carta al pontífice en septiembre pasado, cuestionando la posición papal sobre los católicos vueltos a casar y la comunión.
La discusión proviene de Amoris laetitia, la exhortación apostólica sobre el amor en la familia, que el Vaticano hizo pública en abril pasado.
En ella se sugiere en términos vagos dar la comunión, en algunos casos, a los divorciados en nueva unión. Una carta del propio Francisco, en la que felicitaba a los obispos argentinos por discutir el tema, ha encendido la polémica.
Los primeros en sorprenderse por Amoris laetitia fueron 45 teólogos y sacerdotes, quienes escribieron a los 218 cardenales pidiendo que el documento fuese aclarado para no dar pie a interpretaciones herejes.
“Su vaguedad o ambigüedad permite interpretaciones que son contrarias a la fe y la moral”, dice la carta.
Luego, los cuatro cardenales retaron al Papa a clarificar si la doctrina católica sobre la comunión sigue siendo válida o ha cambiado.
Como no obtuvieron respuesta a su misiva, el mes pasado los cardenales hicieron público su cuestionamiento.
Así termina 2016 para la Iglesia, un año en el que han predominado los mensajes antisistema y de los que no se salvó siquiera el papa Francisco.