Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria
En la entrega anterior de esta columna dije que me gustaría quedarme a vivir en una novela de Cervantes, en El Quijote, para ser preciso y aquello desató nuevas preguntas entre mis amigos, mis lectores y mis alumnos, aunque a decir verdad, hubo reacciones de quien recibió ese deseo mío, con cierta simpatía, pero también con un gesto comprensivo que suele colocarse ante los que han enloquecido. Para mí es una nueva manera de soñar de frente a los grandes bloques literarios y que se me ha vuelto una manifestación sincera y provocada por mis locos deseos de no cansarme nunca por ser un lector.
Ahora mismo recuerdo lo que refiere Michel Tournier, a propósito de mi nuevo deseo. El autor de La gota de oro, dice que “un libro posee tanto más valor literario, cuanto más felices y fecundas son sus bodas con el lector”. Y es que me gusta esa idea de bodas entre una novela y un lector, porque creo, que si con algo he vivido el mejor de mis matrimonios, es con los libros leídos que amo y por supuesto con los que se me dio escribir, y a los que sin falsas modestias defiendo y protejo. Y muchas veces también he afirmado, que prefiero vivir la ficción que la realidad en la que tengo que cruzar ciertos ríos crecidos, ciertas avenidas y lodazales, así como algunas aceras en las que se oyen trastabillantes y muy tristes historias de la realidad que todos parecen conocer.
Pero regresando a ese encuentro con los libros amados, he notado que en ese misterioso proceso de haber descubierto una novela –en este caso– la de Cervantes, por supuesto que la historia, logró exaltar mi vida, como lo afirma Tournier cuando dice que en el “proceso de identificación entre lector y personajes” ocurre una exaltación de los sentimientos. Tournier así lo expone: “Todos los sentimientos encarnados en los personajes –el miedo, la envidia, el deseo, el amor, la ambición, etc.– deben poseer la cualidad del contagio y estar en el corazón del que lee.” Y él habla de un segundo proceso en el que precisamente, “tales sentimientos deben exaltarse, realzarse, ennoblecerse, al pasar del personaje imaginario al lector, al hombre o la mujer reales.” Y esa quizás sea la razón por la que los personajes con sus miserias, con sus desdichas y con sus embellecidos actos, nos cautivan ¿Y quién que conozca con amplitud y gusto al multicitado protagonista de la novela de Cervantes, no quiere acercarse a él y acompañarlo en su libertaria aventura por el mundo? Eso quiero hacer yo; entrar a la novela e ir con él, porque también creo –como él– que en el mundo hay muchas labores en las que “desfacer entuertos y castigar agravios”, es una atractiva labor y allá en aquellas tierras por las que va el señor Quijana, autonombrado “don Quijote de la mancha, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre de ella.” Batallar en aquellas polvaredas quisiera y mirar de cerca esos altísimos sueños en los que de sólo leerlos, he sido el feliz indignado, el alegre crédulo que está seguro que con Sancho y Don Quijote, hallaremos la verdad debajo de alguna de las tantas piedras que fingen con favorecernos. Allí, con ellos quiero ir y pernoctar en esos castillos que también he visto de cerca, donde nuestro señor, llama doncellas a las dos mozas “de estas que llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros” y con su alabanza les desconcierta, como a las mozas a quienes no les asombra ni comprenden la poesía. Allí quiero gastar la vida, con esos dos nobles hombres a los que alguien desde una íntima divinidad, les dio el mundo para componerlo, para remendarlo y hacerlo sanar esas heridas fatales que lleva en el desquiciado cuerpo.
Un exceso o una licencia mayúscula de un lector es la que me estoy adjudicando, pero también me pregunto, qué haría yo allá, ayudando a los personajes y lidiando con las desdichas –que son las más– y saber que hemos de ser vencidos, como los caballeros que un día la vida nos ha de ganar la partida.
Me preguntan qué personaje de Cervantes me gustaría ser, para tener derecho a vivir en esa historia. Y la pregunta me lleva a determinar que me gustaría quedarme a vivir en El Quijote, pero no haber sido inventado por el autor español. En esa historia quiero ser yo, viviendo allí, como yo mismo. No quiero ser ninguno de los personajes que he visto vivir en esa historia. Y debo ser yo, porque siéndolo, tengo la esperanza de cambiar algunos pasajes, desviar la historia y tal vez lograr lo que va más allá de todo sueño: una victoria de la verdad y la justicia. Un sueño al fin, pero debo decir, que ese sueño me llega de conocer la historia de la novela como si fuera mi casa y uno siempre quiere vivir en casa. Y cuando se ama la vida, se ama la casa donde vives y la novela de Cervantes, es una de las casas donde me gustaría quedarme a vivir.
Aunque ahora me surgen ideas de querer pasar un verano en la casa Madame Bovary, por ejemplo y ese es otro sueño que comienza a germinar. Hablaré de él, cuando tenga claro cómo me gustaría vivir en esa otra parcela inventada por Flaubert y que no cabe duda, es otro libro, otra historia, otra arquitectura verbal que amo, como si también me hubiera casado con ella. º
