La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

 

Este año se conmemora el centenario del nacimiento de Elena Garro y en la FIL se han programado algunas conferencias y presentaciones de libros.

No es por intrigar, pero cada día se pone más patriarcal el asunto acá en la Expo.

Desde la ceremonia de inauguración, una mesa infestada de señores muy trajeados marcó el son que se baila acá.

Sólo una mujer, creo que era Marisol Schulz, se veía sentada en la mesa de honor. Las demás eran edecanes.

Pero no seamos trágicos. Conforme va avanzando la feria te encuentras en los pasillos a escritoras y a periodistas. Las encuentras dando entrevistas, sacándose la foto con sus seguidores y comprando libros. Lo curioso es ver cómo a las mujeres casi siempre las mandan a presentar sus libros a los saloncitos de arriba, donde sólo caben unas treinta personas.

¿Acaso no consiguen quórum para llenar uno de los salones principales?

De no ser Elena Poniatowska o Aristegui, o alguna otra escritora con futuro (siempre acompañada por un “caca grande”), los salones más amplios están apartados para los Vargas Llosa, los Krauze y los Jordi Rosado (en ese orden). Y para la escoria política que viene a promoverse como proto intelectuales (El jefe Diego, Manlio, Mancera).

¿Qué han hecho nuestras escritoras para que las traten con tan poco respeto?

No lo sé.

Y retomo: sólo Elenita llena auditorios.

Anoche me tocó ver a Poniatowska, a Beatriz Espejo y a Mónica Lavín. El tema de su mesa era el centenario de Elena Garro.

No quiero abundar sobre los comentarios que hacían sobre la ex mujer de Octavio Paz. Todos sabemos que Elena fue el horror de Octavio como Octavio fue el horror de Elena. ¡Así son los matrimonios!

El mejor homenaje que se le puede hacer a Garro es leerla. Leerla escrupulosa y atentamente. Leerla como lo que fue: la mejor escritora que ha dado este país.

Lo que me gustaría anotar es el fenómeno que se da en las presentaciones donde participa Elenita.

Estas son mis conclusiones:

  1. Poniatowska tiene un público fiel. Un público que jamás la cuestiona. Un público en el que genera más ternura que respeto. Un público cómodo. El público que escucha a Elenita no se arroba ni se estremece con sus comentarios; asiente mecánicamente y suspira. Es un público alcahuete. Un público invadido por la nostalgia. Las mujeres la miran como a Sara García en una cajita de chocolate. Los hombres como una de las pocas mujeres a las que se merece respetar en México (porque no la tienen en su casa).
  2. Conforme fui escuchando la intervención de Poniatowska me di cuenta que tiene un efecto hipnótico sobre la gente. Hasta yo, que soy un ser nefasto, me vi seducida en algún momento. Es su forma de leer, a ratos torpe (adrede), pretendidamente ingenua. Elenita conoce perfectamente su personaje y lo explota. Sabe que en determinadas ocasiones navegar con bandera de boba es mejor que ser veleidosa y sobrada. Esto la hace humana. Hace humana a la “premio cervantes”. A la que vemos en televisa dando opiniones. A la señora que “perdonó” al majadero de González de Alba por increparla y acusarla de plagio sin tapujos ni pudor.
  3. Para sus seguidores, tener enfrente a Elenita es como una aparición providencial de Fátima. Su cabellera blanca irradia un aura de divinidad.

La señora Poniatowska no discrimina y saluda a todos los que se le acercan. Les da la mano mostrando siempre su feliz dentadura. Elenita es una estupenda actriz de sus emociones.

  1. Elenita se instaló en el papel de víctima propicia de los malvados patriarcas culturales mexicanos. Octavio Paz fue bastante patán con ella cuando la conoció; al principio de su carrera periodística la regañaba y la ninguneaba. Ella, Elena, aprovechó muy bien esos palos para simpatizar con todos aquellos que no tenían un lugar en el Parnaso.

Debo decir que hay entrevistas de Elenita que me gustan mucho precisamente por su aire socarrón. Sacaba (por decirlo de alguna manera) de sus poses “nomemerecen” a las estatuas de la literatura. Y en entrevistas a ídolos populares infestaba el diálogo con lugares comunes para que Juanga o El Santo (por poner dos ejemplos) se sintieran cómodos.

  1. Creo que el triunfo (o el jale) de Elenita reside precisamente en eso: en el diminutivo que se le ha dado a su nombre.

Dudo mucho que le guste que le digan así, pero es una buena estrategia de distracción.

Algo es claro: la señora Poniatowska no es ninguna debilucha, al contrario. Como mujer que ha dedicado gran parte de su tiempo a leer, y ha nadado con tiburones, sabe manipular perfectamente las circunstancias.

Elenita llena los salones más grandes de la FIL no porque toda la gente que va ahí haya leído su obra, no. Es más bien su personaje el que atrae a las masas. Elena Poniatowska es la abuelita de las letras nacionales. Y para un pueblo huérfano no hay opio mejor que la caricia distante de una tierna cabecita blanca que se da el lujo de cotorrear con sus nietecitos.

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