La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia

 

La muerte de Selene Ríos tomó por sorpresa a todo el medio periodístico poblano. Justo cuando Mario Alberto y yo esperábamos un vuelo retrasado para llegar a Puebla, empecé a ver el Facebook invadido por la noticia. En la cafetería de nuestra espera sonaba, proverbialmente,  el Ave María de Gounod.

Horas antes ya sabíamos que las cosas no andaban muy bien. Lo supimos de primera mano.

Desde este espacio externo mi conmoción por esta muerte tan, pero tan prematura.

Es complicado comenzar un texto de estas características. En estas circunstancias.

Lo difícil es no caer en la tentación de repetir lo mismo que siempre se dice. Lo arriesgado es parecer oportunista ante las miradas maledicentes.

Sin temor a equivocarme creo que Selene Ríos era, desde hace unos años, la periodista más reconocida en Puebla. La mujer periodista. La que tenía, por decirlo de alguna manera, más oficio. La joven reportera de izquierda que no se apeaba, aunque muchas veces incendiara el campo sin hacer una tala previa.

Selene consiguió, desde su trinchera, convertirse en una de las plumas más leídas, muy por arriba de algunos colegas que llevan años dirigiendo periódicos y que oscilan entre el ataque y la alcahuetería del poder en turno. Periodistas que no saben reportear ni escribir medianamente bien.

A Selene la leían sus amigos, pero también sus enemigos (creo que estos últimos con mayor rigor).

Nos gustara o no su estilo, los que trabajamos en algún medio de comunicación la teníamos presente. Armaba su columna de tal forma que fuera fácil de leer; sin rebuscamientos ni solemnidad. Sabía, pues, llegar al lector con frases pegajosas y expresiones coloquiales (jocosas) que todo el mundo entendía.

Sus lectores  la siguieron hasta el último día que publicó “Dios en el Poder”, y en su repentino mutis la comenzaron a extrañar…

Creo que el encanto de Selene residía en su tozudez. No se movía un ápice cuando tomaba una postura y eso legitimaba su trabajo.

En realidad la conocí muy poco: dos o tres comidas, algún paseo por la FIL, un pleito tuitero estéril. Y en todo momento supe que tenía enfrente a una mujer valiosa. Alguien con quien se podía conversar tranquilamente, pero también alguien con quien se discutía hasta desgañitarse.

Lo penoso del asunto es perder el tiempo en esto último, por ignorar, precisamente, la falta de tiempo que tenemos en el tránsito de la vida.

Selene Ríos fue, ante todo, una periodista y una mujer muy querida. No lo digo yo. Lo dicen los miles de lectores y amigos que hoy lloran su muerte.

Para ellos, y en especial para Arturo Rueda (su pareja, amigo, socio y compañero que estuvo con ella hasta el final) van mis condolencias.

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