Por: Staff El Mundo

 

La concesión del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan se le ha ido de las manos a la Academia sueca. Desde el anuncio de su nombre, el pasado 13 de octubre, hasta el acto de entrega de los premios, este sábado, el galardón al cantautor estadounidense se ha desarrollado como un esperpento que ha pasado por las críticas despiadadas al jurado (encabezadas por The New York Times y los propios medios norteamericanos), la ausencia de respuesta del premiado, el anuncio de que éste no acudiría al acto de entrega (aunque sí aceptaba el dinero) y, finalmente, la presencia de Patti Smith (uno de los pocos contrapuntos femeninos en el muy heteropatriarcal panorama de la velada) en representación de Dylan.

Así, en uno de los interludios musicales, la cantante interpretó junto a la Orquesta Filarmónica Real de Estocolmo A hard rain’s a-gonna fall, en la que se perdió en una de las parrafadas escritas por Dylan y, tras pedir, disculpas, tuvo que volver a empezar. El famoso discurso de agradecimiento de que prometió Dylan para que lo leyera Smith quedó para la privacidad del banquete real.

Si hubo, en cambio, una laudatio del comité literario de los Nobel, leída por el crítico e historiador sueco Horace Engdahl. El texto tuvo un tono de justificación y de autodisculpa ante el pequeño despropósito. “¿Qué causa los grandes cambios en el mundo de la literatura? A menudo suceden cuando alguien se apodera de una forma simple, pasada por alto, desechada como arte superior, y la hace mutar”, arrancó su intervención.”Así, La Fontaine tomó las fábulas de los animales y Hans Christian Andersen los cuentos de hadas desde la guardería para llevarlos a las alturas de Parnaso. Cada vez que esto ocurre, nuestra idea de la literatura cambia”.

“En sí mismo, no debería causar tanto furor que un cantautor sea ahora receptor del Premio Nobel de literatura”, adujo Engdahl. “En un pasado lejano, toda la poesía fue cantada o recitada melodiosamente y los poetas eran rapsodas, bardos, trovadores. Lyrics [“letras”, en inglés] viene de lira. Pero lo que Bob Dylan ha hecho no ha sido volver a los griegos o los provenzales”. En su lugar, “se dedicó en cuerpo y alma a la música popular americana del siglo XX, la que sonaba en las estaciones de radio y en los discos de gramófono para la gente común, blanca y negra: canciones de protesta, country, blues, rock primitivo, gospel, música comercial. Escuchaba día y noche, probando el material en sus instrumentos, tratando de aprender”.

Pero cuando empezó a escribir canciones similares, éstas “salieron de otra manera. En sus manos, el material cambió. De lo que descubrió entre reliquias y chatarra, en la rima banal y el ingenio rápido, en las maldiciones y las oraciones piadosas, en las palabras dulces y las bromas crudas, él extrajo el oro de la poesía. Si fue a propósito o por accidente es irrelevante; toda la creatividad comienza en la imitación”.

Engdahl comparó su mito al de El holandés errante. “Él hace buenas rimas, dijo un crítico, explicando la grandeza. Y es verdad. Su rima es una sustancia alquímica que disuelve contextos para crear otros nuevos, difícilmente contenibles por el cerebro humano. Todo un shock. Con el público que esperaba cancioncitas pop-folk surgió un joven con una guitarra, fusionando el lenguaje de la calle y la Biblia en un compuesto que habría hecho que el fin del mundo parezca una repetición superflua”, tiró luego de hipérbole. “Al mismo tiempo, cantó al amor con un poder de convicción que todos quieren poseer. De repente, gran parte de la poesía de los libros de nuestro mundo se sentía anémica, y las letras de canciones rutinarias que sus colegas seguían escribiendo eran como pólvora anticuada después de la invención de la dinamita”, añadió después, en una metáfora conectada con el impulsor de los premios. “Pronto, la gente dejó de compararlo con Woody Guthrie y Hank Williams y se volvió a Blake, Rimbaud, Whitman, Shakespeare”.

“En el escenario más improbable de todos -el disco gramofónico comercial- devolvió al lenguaje de la poesía su estilo elevado, perdido desde los románticos”, prosiguió luego el discurso. “No para cantar las eternidades, sino para hablar de lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor. Como si el oráculo de Delfos leyera las noticias de la tarde”.

Y en una nueva justificación, apuntó: “Reconocer la revolución al otorgar a Bob Dylan el Premio Nobel fue una decisión que sólo parecía atrevida de antemano y que ya resulta obvia. ¿Pero ha sido premiado por trastornar el sistema de la literatura? Realmente no”. La explicación es la que dio en su momento Nicolas Chamfort: “¿Qué importa el rango de una obra cuando su belleza es del más alto rango?”. Ésa “es la respuesta directa a la pregunta de cómo Bob Dylan está dentro de la literatura: igual que la belleza de sus canciones es del más alto rango”.

Por eso, sostiene la academia sueca, “a través de su obra, Bob Dylan ha cambiado nuestra idea de lo que la poesía puede ser y cómo puede funcionar. Es un cantante digno de un lugar al lado de los ‘aoidoi’ griegos, junto a Ovidio, junto a los visionarios románticos, junto a los reyes y reinas del blues, junto a los maestros olvidados de los ‘standards’ brillantes”. Y un último recado: “Si la gente del mundo literario se queja, hay que recordarles que los dioses no escriben, sino que bailan y cantan”.

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