Esta temporada es ideal para reflexionar sobre lo que es humano para seguir avanzando

 

Plumas Ibero Puebla

Por José Rafael de Regil Vélez

El final de noviembre anuncia la llegada de la temporada decembrina, que en gran parte del mundo occidental puede abrir espacios para la reflexión sobre lo humano.

Me sumo a este tiempo, que considero abre, entre otras cosas, a la esperanza.

 

Un anhelo que nunca desaparece

Para nada creo exagerar si afirmo que es una experiencia tan antigua la indignación profunda ante todo lo que parece ahogar lo profundamente humano. Mujeres y hombres sufren con la violencia que va desde las rupturas en los lazos familiares hasta las abominaciones propias de los tiempos de guerra; el despojo, la pobreza vivida en círculos viciosos en los que pareciera que por más esfuerzo que sea hecho no habrá posibilidad alguna para vivir con lo mínimo para afrontar las necesidades de la existencia cotidiana.

La migración en situación de vulnerabilidad, la pérdida de familiares por enfermedades que podrían ser curadas pero que cobran víctimas al no haber acceso a los sistemas de salud, la ignorancia que condena a la repetición sin sentido, la carencia de habitación que procure cobijo e intimidad, son otras tantas cosas que molestan a la mente y el corazón.

Hoy hay una profunda desconfianza en que las instituciones políticas, sociales y económicas puedan cumplir su misión de servicio a las personas; muchos ciudadanos no consideran que el estado logre garantizar su seguridad ni el acceso a la justicia.

En efecto, lo que impide la libertad, la paz, la salud, el pensar, las acciones solidarias, las relaciones cercanas, nos consterna e incluso puede llegar a inmovilizarnos cuando lo vemos enorme, desbordante, aplastante.

La única forma de seguir avanzando la vida cuando todo lo que he dicho aparece es que en nuestro día a día haya lugar para la esperanza. Hay en la historia de la humanidad un anhelo que nunca ha desaparecido: el de que lo humano es realmente posible.

Casi todos hemos escuchado la palabra utopía. Viene del griego y significa literalmente “sin lugar”. Desde el ya lejano siglo XVI, cuando lo acuñó Tomás Moro, hace referencia a una forma de convivencia en la que las personas pueden ser plenamente tales. Es como un gran horizonte que no existe en lo concreto, pero que orienta las acciones humanas que buscan la dignidad y la justicia.

Entre la utopía y la realidad se encuentra la esperanza. Erich Fromm en su texto La revolución de la esperanza sugiere que podemos entenderla y me permito compartirlo con mis propias palabras: la esperanza es forma de ser que está dispuesta a actuar ante lo posible: como su sembrador o cosechador.

No existe la esperanza como algo que se tiene. Hay en diversos lugares y momentos personas que viven esperanzadamente, que inscriben su actuar en la esfera de lo que ya es al tiempo que todavía no es; es decir, que viven plenamente lo que hay en su momento de humano y eso les hace confiar en que lo que todavía no existe y puede existir para colaborar a que haya más dinamismo humano.

 

Sembrar la esperanza

Estoy convencido que no se puede vivir esperanzadamente y compartir que lo humanamente posible es realmente posible cuando no se da en la vivencia integral de ser humano. Hay que conectar todo lo que somos para que las cosas inhumanas como se nos presentan inmediatamente no tengan la última palabra; se necesita confiar en que de alguna manera es posible el futuro en mejores condiciones para alguna forma de dignidad y justicia.

La pregunta obligada es: ¿cómo hacerlo? Propongo inicialmente dos acciones que sí están en nuestras manos:

En un encuentro que hubo el 14 de octubre con estudiantes de educación a quienes le pareció este tema lo suficientemente pertinente como para dedicarle una jornada de reflexión, yo comentaba algo que creo válido tanto para esos universitarios como para cualquier persona: en un mundo en el que imperan lo inseguro y el riesgo para lo humano es trascendente contagiar que lo humano es posible, que venimos equipados para ello.

Una mirada atenta al pasado nos muestra que al lado de grandes atrocidades ha habido siempre acciones solidarias, creativas, comprometidas, incluso amorosas. Mujeres y hombres inconformes se han hecho cargo del mundo que les tocó vivir. Sus vidas nos muestran que siempre los seres humanos estamos “equipados” para lidiar con la incertidumbre, la inseguridad, lo desconocido que no necesariamente es lo imposible.

Este contagio no consiste en “transmitir conocimientos” propios de las humanidades, sino ponerse codo a codo para ir encarando los problemas que presenta la vida, avanzando los milímetros que realmente sean posibles, sin perder de vista los kilómetros a los que aspiramos. Inteligencia, emoción, imaginación y memoria al servicio de las oportunidades humanizantes. Y en ese dinamismo ponerse al lado de los más jóvenes y compartir con ellos la forma de ser y proceder que permite avanzar hacia la libertad solidaria, la autodeterminación, la autoposesión, la compasión inteligente y bien informada que son la base a partir de la cual se dan los pasos para ir transformando la convivencia social.

Si hoy tenemos conciencia ecológica, acciones por la paz, defensa y promoción de los derechos humanos, reflexiones y acciones en torno al género –por citar algunos ejemplos– se debe a la acción casi “hormiga” pero imparable que han hecho en muchos lados mujeres y hombres desde distintos frentes para que el mundo sea más humano.

Hablar de las personas esperanzadas y sus acciones es un primer paso… compartir y difundir lo que sí se hace en el mundo y que se convierte en alimento para la esperanza es el segundo. Hacen falta una especie de “reporteros de la esperanza”, que estén atentos a lo que sí pasa, a lo que sí alimenta que lo humano posible es realmente posible.

En tiempos de redes sociales y web 2.0 es muy fácil hacerlo. Si bien las acciones esperanzadoras no son noticias tan vendibles como la nota roja o los escándalos del mundo político y económico, sí son semilla que da fruto.

Está por terminar el año… que sea para todos nosotros tiempo para la esperanza, porque realmente es posible que la humanidad justa, fraterna y solidaria sea de alguna manera realidad en un mundo de injusticia, incertidumbre y riesgo.

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