Bitácora

Por Pascal Beltrán del Río

Frente a las agresiones de Donald Trump, ha surgido una tendencia en redes sociales y servicios de mensajería instantánea para usar la bandera de México o el escudo nacional como avatar.

He observado con detenimiento el fenómeno, en el que han participado muchos usuarios que conozco personal o virtualmente. Me consta que la idea no fue del gobierno y que éste se sumó tardíamente a esta muestra de unidad nacional.

Conforme se viralizaba el uso de la bandera en esos espacios cibernéticos, comenzaron a surgir opiniones que calificaban esto como una mala idea.

Algunos hablaron de un exceso de nacionalismo, pero otros fueron más allá y echaron mano de la mexicanísima suspicacia. Según ellos, hay algo siniestro en la tricolorización de Twitter y WhatsApp.

Creo entender que les preocupa que esta tendencia sea una campaña –orquestada por quién sabe quién– para inocular en el cerebro de los mexicanos el deseo de votar por el PRI.

Como eso es una auténtica tarugada, hay quienes no se atreven a expresarlo con todas sus letras, pero eso es lo que quieren decir. Como si el pueblo de México fuera tan estúpido para ver una bandera y salir a votar como zombi por el partido tricolor.

Dicha suspicacia, que raya en la paranoia, es hija del paternalismo que ha existido en México desde tiempos inmemoriales. Estos suspicaces son huérfanos de algún tlatoani o vástagos desheredados de otro. El caso es que no saben vivir fuera de la tutela de alguien, a quien pueden pedir lo que sea o reclamárselo cuando no lo reciben.

Para ellos es inimaginable que la gente se pueda comunicar y organizar sin la intervención del tótem de la política, como si la solidaridad que han mostrado los mexicanos en momentos de apremio –como los terremotos de 1985– no hubiera existido.

Me acuerdo bien de esos hechos y de cómo el gobierno de entonces trató de frenar a los ciudadanos que salieron a las calles a ayudar a sus semejantes. Hoy, el gobierno simplemente se ha sumado tardíamente a una tendencia que él no originó: colocar la bandera en los muros de las redes sociales.

Otra manifestación de orgullo patrio y unidad nacional frente a la agresión extranjera  surgió entre los aficionados del equipo de futbol Santos Laguna. El domingo pasado, sin que el club haya sido parte de los planes, los seguidores de los Guerreros cantaron el Himno Nacional exactamente en el minuto 16 del segundo tiempo (evocando el 16 de septiembre), sin que el partido contra el Puebla se interrumpiera.

Son cortos de miras quienes asumen que la pluralidad de puntos de vista y experiencias culturales corren el riesgo de ser borradas por el despliegue de banderas o la entonación del himno.

De hecho, lo que hemos visto en estos días rara vez aparece fuera de las fiestas patrias y la participación de México en el Mundial de futbol. Generalmente somos un país que se autoflagela a la menor provocación y exhibe sus múltiples diferencias sobre todo tipo de temas, algunas muy saludables y otras francamente ociosas.

¿Qué puede tener de malo que el país condene al unísono la agresión de Trump y los ciudadanos busquen, para ello, elementos que los identifiquen?

Yo diría que esta expresión de unidad es tan poco frecuente que a algunos los deja pasmados mientras otros tratan de subirse rápidamente a la ola para ver si logran sacarle provecho, como el mensaje de anoche del presidente Enrique Peña Nieto y la más reciente iniciativa de Morena, el Pacto de Unidad por la Prosperidad y el Renacimiento de México. Mayor obviedad no puede haber.

A los políticos y a algunos intelectuales les dan terror los fenómenos de conexión de los ciudadanos que no pasan por sus canales. Por eso tratan de descalificarlos o apropiárselos.

Un auténtico trabajo intelectual trataría de entender este surgimiento de nacionalismo, que, a mi juicio, no pretende sepultar los problemas ni impulsar a partido alguno. Es un fenómeno profundo sobre el que habría que reflexionar, no atacarlo inventando tonterías para sorprender a los incautos.

De bote pronto, lo entiendo como un mecanismo de defensa similar al que lleva a los paisanos en Estados Unidos al estadio cuando juega allá la selección mexicana.

Y hablando del Tri, ¿alguien sugiere que le cambiemos el mote o el uniforme a la selección nacional? No vaya a ser.

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