Figuraciones Mías

Por: Neftalí Coria

Para Gilberto Carrillo

Siempre he creído que el amor salva a aquellos que aman lo que hacen y si además de amarlo, lo hacen con virtuosismo, su fortuna es mucha, y me atrevo a decir que esa tal vez sea, la mayor de las fortunas. Ellos son los que logran tocar el fugaz paraíso de la felicidad por instantes y su corazón puede latir en la plenitud de la mayor alegría humana. Ellos –los que aman su trabajo– han sido capaces de entregar la sangre entera a lo que les apasionó, sin importar lo que su trabajo les devolviera.

¿Pero qué hay de aquellos que detestan su trabajo y aman el dinero?  ¿Qué hay de los que odian un trabajo que les ha dado una fortuna monetaria? Aquellos que no conocen el amor por el mundo, no llegarán a ser felices, lo he pensado por estos días que me preparo para leer a Esquilo y espero marzo con alegría para abrir nuevamente las páginas de El Quijote. No puede amarse solamente el producto del trabajo. No puede amarse el oro que da el trabajo con mierda y lodo. Y eso me parece que les sucede a aquellos que ganan el mucho oro, explotando a los trabajadores pobres que les hacen crecer su fortuna; los imagino por las noches, en los momentos silenciosos e íntimos, pensar y verse por dentro e imagino que le dan gracias a algún dios por el que se creen ser vigilados y los visita el arrepentimiento. Pero hay aquellos que viven en el cinismo constante, odiando también a aquellos que les hacen crecer su fortuna que creen amar. En ambos casos, no veo la felicidad, ni veo el amor a sí mismos, mucho menos al mundo y la belleza que este posee.

Hoy que escribo estas líneas, he pasado una buena parte del día, escuchando a la pianista Khatia Buniatishvili y contemplo su rostro hermoso, su cuerpo pleno, sus manos prodigiosas iluminar el piano y hacerlo arder con esa furia amorosa en un concierto de Antonín Dvorák. O esa perfección con la que interpreta el Concierto No. 1 de Chaikovski bajo la batuta de Zubin Mehta. Veo en otro concierto, su cabello, como si fuera la personificación del viento mientras toca en medio de un bosque a dúo con su hermana Gvantsa, Slawischer Tanz Op./2, Allegrato Grazioso de Antonín Dvorák y poco después, la Improvisation Libertango de Astor Piazzolla. Su interpretación parece de verdad hacerla feliz. Y antes en ese mismo concierto en el bosque, tocó una pieza de Bach y “Claro de luna” de Debussy. Khatia es una joven mujer entregada a la interpretación de los sonidos de un mundo interior, de un acantilado humano en el que címbalos íntimos y misteriosos, sonaron en el alma humana y enlazaron uno a uno, los sonidos que el corazón de un hombre necesitó para vibrar mientras compuso aquellas armonías. Ruidos hermosos del corazón que hacen vibrar, como he podido hacerlo yo escuchando tocar el piano a Khatia Buniatishvili este día, que también florece en mis cuadernos, como si el silencio tuviera por habitación mi casa y la música se instalara a la medida en esas muchas horas que paso escribiendo, buscando otros címbalos que cuenten las historias de las que no he podido escapar y en ellas vivo. Miro a Khatia acariciar el teclado y los pájaros la escuchan, cantan suave en el bosque y le hacen reverencia a sus manos prodigiosas.

Escucho a la pianista y veo en su rostro, el amor por aquello que interpreta como si el placer recibido, llegara de un paraíso que sólo ella conoce. Puede verse la entrega en sus manos mientras el piano recibe –como el amado–, el amor como una lluvia de pétalos, a los que se refería Francisco Hernández en un poema suyo donde habla de los dedos de Clara Schuman sobre el teclado.

Nadie negaría el amor que Khatia Buniatishvili, profesa a la música, ni dudaría nadie el respeto profundo que tiene por el arte que ama y en sus interpretaciones se demuestra. Nacida en Tiflis, Georgia en 1987, Khatia con su talento y lo que los músicos llaman oído absoluto, ha interpretado obras de compositores como Chopin, en las que puede verse la proeza de un trabajo de interpretación de la mejor calidad en nuestros tiempos. Stephen Pritchard, dijo en una publicación después de la interpretación de Khatia del Concierto para piano No. 2 en Fa menor de Chopin, acompañado por la Orquesta de París y bajo la batuta de Paavo Järvi: “Esta es una interpretación que viene directamente del corazón de una de las más apasionantes y técnicamente dotadas jóvenes pianistas de hoy en día.” Y la critica ha elogiado en gran medida su maestría como esta que Pritchard escribió en “The Guardian”. Pero invito a preguntarnos, ¿Por qué esta mujer virtuosa ha trascendido en su trabajo de ejecutante del piano? ¿Por qué trascendió en un ejercicio que conoce desde los tres años de edad y con la memoria de haber dado su primer concierto a los seis años? Su talento innegable, su capacidad musical, su preparación, su disciplina y su virtuosismo interpretando ciertos autores como Chopin, son incuestionables. ¿Qué más hay, además de su preparación académica y formal en el estudio y formación pianística, en esta magnífica mujer, además de las cualidades que antes se han mencionado?

Sin duda sólo en ese quebradizo sentimiento que puede hacer tocar en el teclado, las estrellas del firmamento, sólo en ese sentimiento de embriaguez que es el amor al arte, están las respuestas.

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