Figuraciones Mías

Por Neftalí Coria

 

He leído por segunda vez uno de los relatos de Pascal Quignard y lo que descubrí en su última lectura, me hace preguntas sobre la añeja idea de las relaciones autobiográficas de un autor con su obra. Y aunque –como he dicho y ha quedado ya claro– esas relaciones nunca han determinado la magia de una obra. Siempre hay datos biográficos del autor –en buena medida–, porque quien escribe, es su vida su más amplio saber y su vida, como tal, puede darnos algunas luces sobre lo que aquel hombre ha escrito, pero también es de reconocer que hay obras en que los hechos sobresalientes de la vida del autor, son importantes, sobre todo en algunas de sus obras, en las que de no haber sido de tal o cual manera su vida, esa pieza no estaría entre las páginas de su obra, sin dejar de lado por ningún motivo, el talento para escribir y lograr que aquella obra tenga ese fósforo que siempre se respira frente a una obra de arte.

El relato de Pascal Quignard, al que me refiero, es un relato profundamente estremecedor que aborda una historia de la época de la caída del imperio romano. En esta historia, me conmueven tanto la trama como los personajes, como el posible origen biográfico del propio relato. Los orígenes de este relato, sin duda alguna, están en la niñez del autor, que como sabemos no fue una etapa fácil en su vida. El relato al que me refiero, es “El niño con rostro color de la muerte”, una historia en la que un personaje niño, ejerce con desmesura un apego incontenible por los libros y la lectura, dada la prohibición a ellos por parte de su padre (el amo de aquel castillo), antes de marcharse a la guerra, donde alcanzaría a la Cohorte (que era el cuerpo de infantería de la antigua Roma) en las cercanías de Massilia, lo que nos ubica con precisión históricamente. El niño comienza a enflaquecer mientras dedica sus horas a la lectura al grado de ser encerrado en la torre como a un monstruo cautivo entre los libros que lee y su aspecto físico se deteriora. Y aquí en la parte biográfica, sabemos que en la niñez, Pascal Quignard, vivió un aislamiento y se refugio en la lectura y motivado por Paul Celan, traducía del griego cuando era un niño silencioso con padecimientos de anorexia y autismo. Pero vuelvo a mi apreciación: habrá quienes vivieron lo que vivieron, pero no han escrito una obra tan hermosa como la de Quignard. Y creo que en su escritura, está muy bien su observación, su estudio, su erudición que toman el verdadero cuerpo con el talento que posee el escritor francés, nacido el 23 de abril de 1948 en Verneuil-sur-Avre. Y si revisamos la manera en que el relato está escrito, podemos ver claramente que obedece a modelos de la escritura medieval en que el narrador, toma distancia de los hechos con frases como: “algunos dicen que”, “cuentan que” o “eso es lo que cuentan”. Lo asombroso de esta historia es la hermosa fabulación de la relación entre la monstruosidad del niño y la belleza de las muchachas pobres que su madre elige para paulatinamente, casarlas con él, pero la gran metáfora sucede con su último matrimonio, en la que el protagonista se vuelve página de un libro ante la presencia del amor vencido.

La vida de los escritores está signada por lo que han vivido y esta sentencia parecería ser uno de los más insoportables lugares comunes, que ya están desgastados por tanto haberse repetido, y que en muchos casos, llevan un juicio, en el que se justifica la escritura de un desdichado o de un hombre que lo tuvo todo, o de algún paria a quien por el hecho de escribir, lo salvara la literatura. Se ha abundado en demasía, sobre las razones que llevaron a escribir a determinado autor alguna de sus obras y he escuchado los razonamientos (inútiles la mayoría), como una explicación categórica en la que muchas veces se le resta mérito al trabajo creativo, al talento, a la habilidad creativa o al genio de algún autor, ponderando los motivos biográficos que lo llevaron a escribir su obra. Comentarios que rayan en la estrechez, como uno que escuché sobre Kafka, cuando opinaba un profesor, que era claro el porqué el autor checo escribió “La Metamorfosis”: “los problemas que tenía con su padre, así cualquiera”, dijo aquel caballero. Y yo creo que muchos tuvieron peores problemas y mayores desdichas, pero jamás sin talento, vocación, genio, pasión y la imaginación liberada, jamás escribieron, ni escribirán una obra maestra como la de Kafka. Las obras las crea un hombre y su biografía quizás es sólo una más de las herramientas con las que se construye la belleza de una obra. La gran obra la decide el talento humano y nada más.

Al respecto, sobre Pascal Quignard, en algunas ocasiones he hablado en esta columna y en mis talleres. Un escritor que bien vale nuevas lectura y nuevas miradas a su obra, y por supuesto, nuevos comentarios. Pero el verdadero motivo de su obra, no se reduce a su tránsito biográfico, se debe a un talento que todo escritor necesita para escribir una obra que nombre los razonamientos y los avatares del hombre sobre la tierra, para ser capaz de hacer preguntas fundamentales sobre la vida humana en la historia que le ha tocado, tanto a los personajes de ficción, como a los lectores que deben hallar en la literatura, un espejo que les recuerde la amplitud y la belleza del mundo.º

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