La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

 

“El amor no es suficiente”, dice Sue Klebold.

¿Quién es ella?

Sue Klebold es madre de uno de los dos niños suicidas-asesinos de Columbine. ¿Recuerdan? Fue una de las primeras masacres perpetradas por menores, en Colorado, Estados Unidos.

Si no fue la primera,  al menos fue retomada puntualmente por las televisoras de todo el mundo.

Y el mundo se pudrió.

En México, desgraciadamente, estamos “acostumbrados” a la criminalidad común. A los asaltos al transeúnte y a los robos a casa habitación. Así como también estamos “acostumbrados” a que los gobernadores se roben todo y que los presidentes sigan mamando del erario pese haber terminado sus periodos.

A eso estamos “acostumbrados”.

Lo que es inédito son los ataques de niños a manos de otros niños en las escuelas.

Ya empezaron.

Lo más lamentable es que se haga énfasis en algo: “fue en un colegio privado”. Como si ser alumno de un colegio público fuera condicionante de delincuencia.

Hay mucho clasismo en este tipo de consignas. Un tufo moral escandaloso y reprobable.

Dylan Klebold, el pequeño asesino de Columbine, iba a un colegio público, como la mayoría de los niños gringos.

En ese caso, las televisoras y la opinión pública no se detuvo a condenar el ataque entrecomillando que el menor iba a una escuela pública.

Los criminales son criminales aun teniendo posibilidades para pagar una colegiatura.

Los monstruos se engendran tanto en casas de primera como en casas de tercera.

La maldad tiene su origen en un desajuste mental, y la mente no se puede clasificar por castas.

Lo que sí tienen en común todos los muchachos que perpetran estos atentados es que son tímidos y ensimismados.

Por lo general, el perfil del asesino es similar.

Vemos documentales que hablan del asesino de Lennon y quienes lo conocieron juran que era tranquilo, tímido, callado.  Igual que el loco austriaco que tuvo encerrada a su hija en el sótano de su casa por más de 15 años, a la que violó y con la que tuvo varios hijos. Era tranquilo, tímido, bonachón. “No se metía con nadie”.

Es lo mismo que ahora dicen de “Fede”, el niño suicida de Monterrey: era tímido, callado.

Federico padecía depresión y estaba bajo tratamiento médico.

Y la pregunta aquí sería: ¿todos los niños que son medicados por algún desorden emocional son proclives a cometer un crimen?

No. El tema es mucho más complejo y tiene una raíz que no sólo está encallada en el seno familiar.

Lo triste es que la frustración y el enojo nos lleven a señalar superficialmente a los culpables. Y los culpables siempre son los padres.

Imagino el horror de la madre de Federico, como el horror que ha vivido Sue Klebold. El horror de asumir que tu hijo estaba tan mal de la cabeza que se atrevió a cometer un acto delirante. El horror de afrontar el escrutinio y el juicio de millones de personas que te señalan como único responsable de las atrocidades cometidas por tu hijo. El horror a corto, mediano y largo plazo. Horas de interrogatorios, visitas a la morgue, acoso de los medios, miradas gélidas de los vecinos. Escarnio por todos lados.

Sobre todo, el horror de tener que cargar con la historia de un hijo que se voló torpemente los sesos porque no pudo con la carga que significaba traerlos puestos en la cabeza.

La desgracia asoma la nariz en cada una de las casas de los afectados.

¡Con qué confianza dejamos que los niños vayan a un salón de clase!

¿Y el trauma de los demás compañeros?

Muchachitos de 15 o 16 años que cargarán durante toda su vida con el recuerdo de aquella tarde en la que el tal “Fede” dejó de ser tímido e inocente, y se volvió dueño absoluto del salón por 4 minutos. La voluntad de un desequilibrado dominándolos a todos desde su posición de poder.

El futuro más desgarrador es el de los padres de Federico, pues la sociedad derramará sobre ellos todo el encono posible.

Su destino es similar al de Sue Klebold: serán los apestados del barrio. Los culpables directos de las malas decisiones del muchacho. Los malos guías.

Los padres del monstruo.

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