La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Hay una película titulada “La mentira original”, que dentro del catálogo de churros gringos es bastante entretenida.
El argumento es el siguiente: un gordito cuarentón fracasado se enamora de una mujer guapa cuarentona solterona. La mujer guapa cuarentona solterona busca su último tren a Georgia para casarse y procrear.
La pareja es reunida en una cita a ciegas por un equis que no aparece en la trama.
Parece un guión ordinario. El clásico guion de película gringa para pasar el rato. Lo que la hace diferente es que en el mundo donde se desarrolla la acción no existe la mentira, es decir, toda la gente va por la calle y por el trabajo diciendo lo que piensa.
Entonces al iniciar la historia te encuentras con que la chica de la cita a ciegas le dice al gordo fracasado que es un gordo fracasado, pero que, por hacerle el favor al amigo en común, saldrá con él. También le ordena que la espere tantito porque aún no termina de arreglarse y masturbarse. Le dice que subirá a su cuarto a terminar su tarea manual. La tarea manual que interrumpió por ser un cretino gordo fracasado que suele llegar diez minutos antes.
El gordo fracasado no se ruboriza ante el calibre de la confesión puesto que está acostumbrado a la verdad. Toda la gente hace lo mismo; lo que nos puede llevar a la conclusión que la mentira está íntimamente relacionada con el pudor y la vergüenza.
Así transcurre la cinta. Entre un bombardeo de verdades que resultan, no reconfortantes, sino terribles. Ofensivas.
Ese mundo, el mundo de la verdad, es un mundo despiadado. Un mundo sin sorpresas. Un mundo plano donde los jefes le dicen a sus empleados que son unos mediocres sin remedio y que sólo los tienen ahí para no engrosar las filas del desempleo. Y los empleados ni se inmutan. No sienten rencor o coraje porque saben que es la verdad. Y desde niños sus padres les decían cuán inútiles eran y cuán incapaces para desarrollar sus habilidades.
En ese mundo no hay lágrimas de cocodrilo pues nada puede herir susceptibilidades.
Y tal como los jefes confrontan al empleado con su realidad, el empleado llega a su lugar de trabajo saludando a todos y diciendo que su jefe es un pendejo sin escrúpulos que sólo se dedica a enriquecerse mientras su mujer lo cuernea en el spa. El empleado no hace esas observaciones sólo frente al compañero, sino en la cara de los propios jefes, quienes levantan la mirada y continúan con su tarea de explotación masiva.
El clímax de la película sobreviene cuando el gordo patético (que sabe que es gordo y es patético y que por patético e incompetente será removido de su puesto) descubre algo que nadie ha descubierto. Algo que ni siquiera sabe nombrar porque no tiene nombre. Algo que no existía: la mentira.
¿Qué hace con tal descubrimiento? Utilizarlo a su favor, por supuesto.
Se vuelve rico, poderoso, creativo…
Él es guionista en un canal de documentales en el cual se presentan programas sobre la historia del mundo. Los pasajes verdaderos. Van década por década narrando sucesos. Siglo por siglo rememorando acontecimientos. Y es tan, pero tan aburrido, que la gente no se ocupa en ver la tele.
Como no existe la mentira, no existe la ficción. Por consecuencia no existen los novelistas ni los cuentistas. Sólo acartonados historiadores y aburridísimos periodistas.
La primera mentira del gordo tiene que ver con el dinero. En pocas palabras le dan cambio de más y él no lo regresa. La cajera se disculpa por dudar de su palabra y le suelta más billetes de los que tenía planeado recibir. Luego, se va a Las Vegas a saquear los casinos.
Básicamente de eso va la película. No es una obra maestra, pero te deja pensando cómo sería habitar un mundo así.
Olvidaba mencionar que otro de los clímax es cuando al gordo se le está muriendo su madre. La mujer está en agonía. Él ya es “el señor de la mentira”, entonces le empieza a decir que al morir irá a un lugar mejor donde se encontrará con su marido. Ese lugar es el cielo. Y en el cielo tendrá todo lo que en la tierra no pudo tener. Será feliz, comerá lo que sea, tendrá dinero y una mansión.
Al escuchar esto la señora se desprende el miedo atroz de enfrentar la nada después de la muerte. Los demás enfermos lo oyen y el chisme se esparce por todo el hospital. Después por todo el país y al final por todo el mundo. El gordo perdedor se convierte en un profeta. Es el único que ha descubierto que hay un hombre en el cielo que nos espera a todos después de morir.
Hasta aquí la reseña de la película.
Imagino un mundo como ese, en el que mi marido al despertar me diga que el hocico me apesta a centavo. Un mundo en el que mi jefe me diga todo el tiempo que soy una haragana que escribe pavorosamente. Un mundo donde mi hija llegue a casa para decirme que soy la peor madre del mundo y que estoy vieja y gorda.
Un mundo donde no existen misterios ni capacidad de asombro.
Un mundo en el que los políticos son señores buenos y acartonados que no se roban un peso y que le dicen a sus gobernados la verdad: nuestro estado está colapsando y la culpa es suya porque son mediocres y conformistas.
Un mundo en el que vas caminando con tu novio y éste te susurra que la chava de enfrente se le antoja para echarse una cana al aire porque tú eres de hueva, y te advierte que si ella resulta más ducha para la cama, te va a dejar al día siguiente.
Un mundo sin personajes fantásticos. Un mundo sin Moby Dick, sin Madame Bovary, sin Raskolnikov.
Un mundo en el que los hombres y las mujeres no tienen sueños ni expectativas porque todo está planeado para que siempre salga bien. No hay forma de que salga mal porque nadie miente, nadie roba, nadie te mete el pie, nadie compite contigo por el simple hecho de que todos saben quién es perdedor y quién no.
En nuestro mundo de mentiras siempre hay sorpresas, intrigas, tramas.
Tenemos dioses para culparlos de las calamidades y de los éxitos. Tenemos una esposa que se levanta y compite contra otras mujeres porque no sabe si a la vuelta de la esquina su marido está manoseando a alguien más. El marido no dice esas cosas, ergo, la mujer le echa ganas a la relación.
Tenemos mentirosos profesionales a los que eufemísticamente llamamos escritores.
¡Tenemos eufemismos! Esas palabras maquilladas con el barniz de lo políticamente correcto para no tenerle que decirle al loco que es loco ni al ciego que es ciego ni al borracho que es borracho, sino que el loco es una persona “que padece de sus facultades mentales”, el ciego es un “débil visual” y el borracho es un “enfermo alcohólico”.
Imagino mi mundo sin mentiras. Qué cruel.
Qué terrible decirle a alguien, así al chile, “ya no te quiero, me das asco”… cuando nuestro sistema puede hacer más leve el golpe al aconsejarte que en un acta firmes que esa persona es “incompatible con tu carácter”.
En Cándido, Voltaire presenta a un sabio de nombre Pangloss, que se lo pasa diciéndole a Cándido “todo es perfecto”. Por eso el subtítulo de la obra es “O el optimismo”.
Creo firmemente que la mentira es un gran invento. Es lo mejor que ha surgido del pensamiento humano.
Sin mentiras el mundo sí sería plano y no redondo. Por lo tanto caeríamos al acantilado tras seguir la fila en línea recta de la corrección.
Sin mentiras no podría citar a Voltaire.
Sin mentiras no existirían los dioses ni los sueños.
¡Qué solos estaríamos!
