Los guisantes de Mendel
Por Victor Florencio Ramírez Cabrera
En uno de mis últimos días de universidad, un amigo, a punto de graduarse de ingeniería, me dijo con seguridad de militar: “Poza Rica (Veracruz) es muy cálida porque esta rodeada de quemadores de gas”.
Esta afirmación se parece mucho a la que hacen quienes afirman que la reforma energética es la causa del alto costo de los combustibles y del “gasolinazo”. Parece tener cierto sentido, no faltará el que le encuentre alguna lógica, pero no es más que una correlación infantil y falsa. Afirmar que el alza de las gasolinas es producto de la reforma es por ignorancia o por mala fe, igual de grave cualquiera de los dos.
La reforma energética sólo tiene un efecto: hacer que se pague por la gasolina los costos reales de tenerla. O sea, lo que cuesta el petróleo, su refinación, la logística de llevar la gasolina a donde se despacha y, finalmente, despachar la gasolina.
El problema es que la gasolina en México tiene un componente enorme que no corresponde al costo del mercado, pero que hacer ver mal a este último: los impuestos.
En la Ciudad de México, el 35 por ciento del costo de la gasolina (5.7 pesos) es de impuestos. Si sólo tuviera el IVA, la gasolina magna costaría en la Ciudad unos 12 pesos.
Pero para dejar en claro que no es un asunto de la reforma energética, hagamos historia. Este incremento del costo, que tanto ha enfurecido a los mexicanos, se daba mucho antes de la reforma y en el auge del modelo de monopolio ejercido por PEMEX.
Hay muchísimos “gasolinazos” que rememorar (y mucho peores que este): de 1975 a 1976 hubo un incremento de 400 por ciento del costo de la gasolina (como si ahora hubiera pasado de 14 a 56 pesos el litro); de 1979 a 1982 tuvo incrementos de 300 por ciento acumulado en tres años, de 1989 a 1991 tuvo otro incremento de casi 100 por ciento.
Y todos estos números son en costos de litro/dólar. Si la comparación la hiciéramos en pesos, el incremento sería de ¡1,810 por ciento! en el sexenio de Miguel de la Madrid.
La diferencia es que antes el precio era “controlado” por el gobierno y ahora, a reserva de los impuestos, el gobierno por medio de la Comisión Reguladora de Energía (que no depende del presidente en turno) sólo pondrá ciertos límites al costo máximo.
¿Siempre ha sido así? No. La realidad es que la relación gobierno-petróleo ha sido un asunto cambiante. Hubo momentos en que la gasolina fue fuente de recaudación (como ahora) y otros en que fue fuertemente subsidiada.
Por ejemplo, Felipe Calderón gastó más de 100 mil millones de pesos anuales en subsidio a la gasolina. Esto significa que tuvimos un precio subsidiado e irreal.
El problema es que el subsidio es regresivo, que es como se califica en términos económicos una medida gubernamental que beneficia más a los ricos que a los pobres, como el caso del subsidio a la gasolina. Algunos estudios hechos al interior del Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC), y del Centro de Investigaciones y Docencia Económica (CIDE) así lo han dejado en claro.
¿Imagina usted esos 100 mil millones aplicados en construir escuelas, hospitales o en formación de capital humano de alta calidad para estas dos áreas? Mejor no lo imagine, porque seguramente usted preferiría tener a la mano gasolina barata.
El asunto de la gasolina es muy complejo, ha incluido errores de comunicación y comprensión de las reformas e incluye una revolución cultural que, como todo cambio, es difícil asimilar. Por eso escribiré en esta semana otras tres columnas al respecto.