Bitácora
Por Pascal Beltrán del Río
La seguridad con la que algunos hablan del triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018 –con pesar, unos, y júbilo, otros– trae a la memoria aquel cuento de Gabriel García Márquez titulado “Algo muy grave va a suceder en este pueblo”.
El Nobel colombiano lo narró en un encuentro de escritores en los años 70 y eventualmente fue publicado por la revista mexicana El Cuento, que circuló entre 1964 y 1999.
El relato trata de cómo en un pueblo un presagio de tragedia se convierte en realidad cuando todos sus habitantes se convencen de que algo muy grave va a suceder.
La psique colectiva puede ser muy poderosa, para bien o para mal. Por ejemplo, hay pueblos que sienten ser elegidos por Dios y eso les ayuda a superar toda clase de obstáculos. Otros, en cambio, jamás salen adelante por creer que tienen un mal fario.
Lo cierto es que nadie sabe si López Obrador va a ganar por fin una elección presidencial o perderá por tercera vez.
Nadie puede asegurar cualquiera de las dos cosas. Y qué bueno: uno de los signos de una democracia saludable es la impredictibilidad.
Si usted le cree a las encuestas en las que se basan quienes dan por hecho que ganará, debo recordarle que éstas se han equivocado rotundamente en tiempos recientes, no sólo en México sino en el mundo entero.
Por eso, antes de convertirse en partícipe de un presagio, le sugiero tomar en cuenta algunas señales que podrían dar a los pronósticos sobre 2018 mayores posibilidades de atinar.
Para que un candidato presidencial tenga posibilidades de ganar en las urnas antes debe convertirse en una de las dos opciones más competitivas en la boleta.
De 1988 a la fecha, las elecciones presidenciales en México han tenido un mínimo de cuatro aspirantes registrados y un máximo de nueve.
La inexistencia de una segunda vuelta o balotaje ha hecho que los electores apliquen una discriminación previa a su viaje a las urnas y centren sus opciones en dos candidatos. Es lo que se conoce como voto útil.
En promedio, los dos principales candidatos a Los Pinos han concentrado juntos 75% de los sufragios emitidos, con un rango de entre 81.48% en 1988, y 69.80% en 2012.
El ganador ha promediado 43% en esas cinco elecciones presidenciales; el segundo lugar 32%, y el tercer lugar, 19.5%.
Saber quiénes serán los dos competidores reales por llegar a Los Pinos, cuando todavía faltan muchas candidaturas por definirse, puede ser un problema.
Sin embargo, la historia suele ofrecer claves para hacer vaticinios sólidos (aunque, ciertamente, no infalibles).
Ya he escrito en este espacio que, desde que hay elecciones competidas en México, de entre los partidos que obtienen los dos primeros lugares de los comicios para gobernador en el Estado de México sale el ganador de la elección presidencial que se celebra al año siguiente.
Como sabemos, dicha elección de gobernador no pronostica qué partido llega a Los Pinos, pues el PRI nunca ha perdido el Palacio de Gobierno de Toluca aunque sí ha sido derrotado dos veces en una elección presidencial.
El que no ha fallado hasta ahora es el dato anterior.
Por tanto, antes de hacer cualquier tipo de futurismo sobre una votación que tendrá lugar en 16 meses puede ser una pérdida de tiempo sin saber cómo terminarán los comicios para gobernador en el Edomex en junio entrante.
Si el PRI pierde esa elección, sin duda habrá muchas razones para pensar que sus fuerzas no le alcanzarán para retener la Presidencia, a pesar de tener un voto duro de 10 millones.
Pero si el PRI gana, será significativo ver quién queda segundo pues, insisto, históricamente ese partido tiene posibilidades de ganar la Presidencia, a diferencia del partido que queda en tercer lugar.
Ese último partido, el que queda tercero en el Edomex, jamás ha ganado la Presidencia.
Sólo hasta que ocurran las elecciones mexiquenses tendremos una señal más clara –aunque no definitiva– sobre el dúo que representará las opciones reales para ganar en 2018.
Convendría esperar, entonces, antes de convertirse en vocero de un rumor.
