Primero, los ladrones de combustible sembraron el miedo entre los pobladores de las desafortunadas comunidades por donde pasan los oleoductos; luego, fueron sus amigos, familiares e incluso agentes de la seguridad pública. Hoy en día, el terror sigue

Por Guadalupe Juárez 

Los ladrones de combustible primero aterrorizaron a los pobladores, luego se convirtieron en sus amigos, en los policías que velan por su seguridad, o en sus vecinos, en sus esposos, o en sus hijos; en ellos mismos.

En 23 municipios de la entidad poblana, los huachicoleros se han resguardado entre la población y en algunos casos han alcanzado su protección e incluso conseguido su admiración. Pero el terror sigue.

En estas demarcaciones por donde atraviesa el poliducto Minatitlán, que lleva combustible de Veracruz a la capital del país, las personas que sustraen hidrocarburos de manera ilegal también han robado camionetas de campesinos, la seguridad y confianza en las autoridades, la tranquilidad de presenciar un partido de beisbol un domingo, las madrugadas de riego para el campo.

Ahora las vidas de los habitantes se resumen en camionetas consumiéndose por el fuego a la mitad de la carretera. Pueblos donde los jóvenes prefieren salirse de la escuela para ser chupaductos. Automovilistas y jornaleros que prefieren comprar gasolina más barata, aunque sea robada. Policías que protegen a los delincuentes. Niños que vigilan. Madres de familia que protegen. Enfrentamientos. Ejecuciones.

Disputas entre bandas de huachicoleros

La historia pareciera repetirse en Palmar de Bravo, Tepeaca y Acatzingo. Los habitantes recuerdan que primero sólo había un grupo de personas que comenzó con el robo de combustible tras descubrir que cerca de la casa donde vivían la gasolina corría por el subsuelo. O en otros casos, en predios cercanos a sus casas.

Sustraerlo era complicado. Aprendieron. La técnica pasó de generación a generación hasta que el cuidado y la precisión eran lo de menos.

En unos meses necesitaron de más personas. Los rumores corrían. Al principio querían formar parte del mismo grupo, después sólo aprenderían la forma de sustraer el combustible; al salir ellos buscarían su propia gente, sus propias tomas, aunque a mitad del robo estallara el ducto.

De ser un grupo el que robaba, pasó a dos, luego a tres, cinco, quince. De una camioneta propia, pronto necesitaron las de otros. Más tarde requirieron choferes de pipas y camiones de carga, quienes ahora transitan a altas velocidades por las calles, sin miramientos, como si de una pista de carreras se tratara.

Pero no todos los grupos podían estar en el mismo lugar. Los enfrentamientos comenzaron y con ellos las muertes.

Acatzingo. Domingo 12 de junio. Las manecillas del reloj marcan apenas el mediodía. La sangre sobre un guante de beisbol y la primera base marcan la tragedia. Espectadores y jugadores de dos equipos locales en la unidad deportiva, compuesta sólo por un diamante, fueron lesionados tras un tiroteo.

¿El móvil del ataque? Matar a un huachicolero de la banda con la que se disputaban el control de la zona, hecho confirmado por las autoridades estatales.

Los constantes tiroteos entre las bandas criminales dedicadas a la sustracción ilegal del combustible en estos tres municipios atrajeron la atención del Ejército Mexicano, que ocupó las calles para poder combatirlos.

Pero la violencia continuó.

A dos horas de distancia y siguiendo el recorrido por la carretera Veracruz-Puebla pasa el ducto Minatitlán, encargado de abastecer de hidrocarburos a la zona metropolitana del país; éste se encuentra en la intersección de dos municipios, donde la presencia de los perforadores de ductos cambió la vida de los pobladores, incluyendo las de los alcaldes.

Se trata de las localidades de San Francisco Tláloc, perteneciente a San Matías Tlalancaleca, y San Lucas el Grande, ubicado dentro de los límites del municipio de San Salvador el Verde, donde la disputa entre los grupos criminales ha llevado a los habitantes a tratar de defenderse por su cuenta y enfrentarlos ante el inexistente apoyo por parte de elementos de Pemex y las autoridades federales.

Las plazas son peleadas por grupos que habitan en San Martín Texmelucan, el propio San Matías Tlalancaleca –territorio disputado por la impunidad y lejanía a la que tienen acceso los huachicoleros– y San Salvador el Verde que pretenden extender su territorio.

En las comunidades cercanas ser chupaductos es como ser jornalero. Por las mañanas abordan un taxi que los acerque a los tramos de conductos descubiertos entre matorrales y montañas, portando consigo herramientas para perforarlos.

Antes de descender del vehículo les piden al chofer volver por ellos en la tarde, pues otras personas son las encargadas de trasladar el combustible y sortear los retenes y a la competencia tras el volante, los mismos conductores distribuyen la gasolina a sus “clientes” o a quienes resguardarán el combustible hasta poder venderlo.

En ese camino del ducto al consumidor final, los choferes huachicoleros aprovechan la noche para recorrer las carreteras y evitar ser detenidos.

En ocasiones, por la velocidad a la que circulan para burlar a las autoridades, suelen perder el control de sus vehículos, chocando y causando incendios. Las carrocerías reducidas a cenizas que yacen en los campos y a la mitad de la carretera entre las montañas, son prueba de ello.

Robos en la zona metropolitana

Pero el campo no es la única vía para extraer el hidrocarburo. Enfrente de la zona industrial Parque Finsa, cerca de la planta armadora Volkswagen, los huachicoleros han encontrado llaves y accesos para conectar mangueras y extraer el combustible bajo las aceras.

Los vecinos observan cómo los camiones rodean las inmediaciones de la automotriz, mientras en los pocos terrenos baldíos que aún quedan en la zona, vehículos de carga salen y entran por las madrugadas. Al abandonar el lugar dejan olor a combustible.

El mismo hedor que por años percibieron colonos de la unidad habitacional Villa Frontera. Un deshuesadero de automóviles, ubicado en la carretera Camino a Tlaltepango, era la fachada para que un grupo de cinco personas aprovechara que por el predio cruzaba un ducto de Pemex para esperar el paso de gasolina y sustraerla.

Halcones y protección de habitantes

Las localidades que han visto el robo de combustible como una oportunidad de ingresos económicos optaron porque adolescentes y niños se conviertan en halcones de los grupos criminales.

El proceso de reclutamiento inicia en las entradas de las escuelas, donde por lo regular los más jóvenes de las bandas de huachicoleros presumen fajos de billetes, celulares y ropa de marca.

Los padres de familia se han percatado de ello. Tal es el caso de los habitantes de San Francisco Tláloc de San Matías Tlalancaleca, quienes incluso se han organizado para perseguir a quienes se acerquen a los niños con el fin de evitar que éstos se unan a las bandas de criminales.

En Palmar de Bravo, ante la falta de opciones de trabajo y crecimiento, los pobladores  reconocen que los jóvenes dejan la escuela para unirse a los chupaductos.

Primero se encargan de vigilar a los extraños a la entrada del municipio comunicándose entre ellos a través de aplicaciones móviles, como WhatsApp, o silbidos; después les encomiendan cerrar los caminos valiéndose de mecates con sus playeras amarradas en los extremos de éstos para ordeñar los ductos en medio de la carretera, consiguiendo que los vehículos se desvíen por terracería.

Más tarde, son los encargados de pedir cuotas, de amenazar a aquellos que se atrevan a denunciarlos. Algunos más se dedican a conseguir los automóviles y camionetas que utilizarán para trasladar los bidones repletos de gasolina o diésel.

A quienes sobresalgan, se les comenzará a adiestrar el procedimiento para perforar ductos y luego ayudarán a distribuir el combustible.

Compraventa de gasolina

El precio de la gasolina robada depende de la oferta y demanda. Entre más caro esté el combustible en las gasolineras, más accesible será comprarlo en centros de abasto clandestinos.

En Tepeaca, casas de la junta auxiliar Santa María Oxtotipan –en cuyas calles fue detenido Marco Antonio Estrada, ex director de la Policía Preventiva y Tomás Méndez, el entonces jefe del Grupo de Operaciones Especiales del estado– se comercializa sólo por mayoreo. De 50 litros en adelante.

La condición es que lleves al comprador a la casa donde se resguarda el combustible para que éste se encargue del traslado de la gasolina o el diésel.

“El riesgo es que puedes echar a perder el motor, pero vale la pena cuando necesitas ahorrarte por un tiempo el dinero que pagarías en otro lugar”, dice un campesino que ha comprado el hidrocarburo.

En Acatzingo, las casas más sencillas y abandonadas sirven como fachada para guardar el combustible.

Para comprarlo es necesario ser “recomendado”, asegura un habitante de nombre Martín, quien relata que hay temporadas donde es más barato porque abunda en sus reservas, pero que hay momentos en los que aunque desees comprar no te lo venden.

“Es que se les acaba rápido. No lo pueden tener mucho tiempo y lo mueven a las comunidades lejanas, con los campesinos y se rumora que hasta las gasolineras.”, señala.

Actualmente, el litro ha alcanzado los 10 pesos después del último incremento a las gasolinas anunciado por las autoridades federales, pero antes de ello se comerciaba por un precio que variaba entre ocho y nueve pesos.

En Tecamachalco, las casas y tiendas vendían el combustible a la vista de todos. Ahora, tras los operativos realizados, es necesario que un conocido “recomiende” al comprador.

Diversos medios de comunicación han documentado que en Huixcolotla a plena luz del día se venden galones de entre 10 y 20 litros de combustible a 10 pesos por litro.

Los chupaductos, aquellos que perforan los ductos de combustible de manera ilegal, comenzaron aterrorizando a los pobladores, luego se convirtieron en sus amigos. Ahora dominan 23 municipios que atraviesan la entidad poblana desde Esperanza hasta San Salvador el Verde.

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