Por: Guadalupe Juárez

—¿Usted sí quiere ser alcalde? —inquieren varias voces sin sincronía.
—Sí, siempre he creído que trabajar como servidor público en el municipio es una de las formas en las que puedes ayudar a cambiar más las cosas, a combatir la pobreza, a disminuir la inseguridad. Esperemos a ver qué pasa, pero sí, me gustaría ser presidente municipal— dice Luis Banck ante el escrutinio de sus palabras por parte de quienes se encuentran frente a él.
Es un martes del décimo primer mes de 2015. Luis Banck Serrato se sienta en la mesa con una docena de reporteros en un restaurante de la Ciudad de México; aún es secretario de Desarrollo Social del gobierno del estado y ese día su estrategia de combate a la pobreza recibirá un premio por parte del Coneval.
El encuentro con los medios de comunicación es inusual. Pocas veces un secretario convive con los reporteros. No hay grabadoras. No hay preguntas incómodas, pero sí respuestas a dudas respecto a obras a su cargo.
Banck Serrato habla en un tono de voz no muy alto, pero audible. Pregunta cada uno de los nombres de los presentes. Ahora él me cuestiona. No, ya no es funcionario estatal.
A dos horas de distancia en la capital poblana las columnas periodísticas y los rumores en el Palacio Municipal son un hervidero.
La reunión una semana antes entre el entonces alcalde José Antonio Gali Fayad, quien buscaría la gubernatura, y el funcionario estatal de la administración morenovallista había agitado todo.
Ellos recorrían los pasillos mientras los reporteros y periodistas especulaban.
Los dos revisaban papeles y planes cuando los otros candidatos para ocupar la silla central en el Salón de de Cabildo se borraban.
Banck Serrato sería el elegido para terminar la gestión de Gali Fayad. El Congreso local lo designará unos minutos después de la medianoche del 21 de febrero de 2016 como presidente municipal de Puebla.

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La puesta de sol recorta el Popocátepetl y el Teleférico en los Fuertes de Loreto y Guadalupe. Es una postal lejana en las últimas horas del 31 de enero de 2017.
Banck Serrato se despide de Rafael Moreno Valle, su último día como gobernador termina y le agradece la oportunidad que le ha brindado. Sólo ellos saben a qué se refieren específicamente. Algunos presentes nos damos una idea.
El edil, antes de subir a la camioneta donde viajó con el mandatario –la suya está por venderla para comprar más patrullas que resguarden la capital–, es interceptado por una señora con un niño en brazos, quien lo reconoce y lo llama.
“Alcalde, alcalde, ¿se acuerda de mí?”. Banck sonríe con timidez. Accede a tomarse una fotografía. La mujer lo ha visto varias veces en reuniones vecinales de la junta auxiliar La Resurrección.

Pronto, un grupo de habitantes también lo saluda. Está por cumplir un año como munícipe.
Su trabajo al frente de la ciudad no es reconocido a través de anuncios espectaculares o pautas en los medios de comunicación. Lo es por las personas con las que se ha reunido. Por sus recorridos en las juntas auxiliares. Por una fotografía en Facebook donde ven al edil en una ruta del transporte público o rodando en bicicleta por el Centro Histórico.
Por ser aquel presidente municipal que en la Feria del Empleo opta por realizar un foro con jóvenes para escuchar sus inquietudes.
La persona que intenta conocer los principales miedos de las mujeres, sus retos y sugerencias. El edil que dialoga con vecinos.
Con empresarios. Con asociaciones civiles.
El que se aleja de las cámaras y prefiere continuar su trabajo.
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Mientras el todavía gobernador Rafael Moreno Valle pasa para recibir el galardón en el escenario, Luis Banck sonríe; prefiere no estar frente a los reflectores, aplaude a lo lejos, su sonrisa es de satisfacción.
—¿Usted sí quiere ser alcalde? — le preguntan.
La pausa no es tan larga.
—Sí —contesta.
