Disiento
Por Pedro Gutiérrez / @pedropanista
El PAN, como partido liberal que es desde su fundación, bien podría ser mucho más contundente a la hora de condenar a los regímenes totalitarios que circundan en Latinoamérica: Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia. Señalar con dedo flamígero a estos gobiernos -que yo denominaría gorilatos- serviría para reforzar nuestra postura en torno a la inadmisible llegada al poder de personajes mesiánicos como Andrés Manuel López Obrador en México.
Sin embargo, mucho me temo que el PAN no es siempre claro y contundente en su definición ideológica y programática. Desde su fundación como un partido centro-derechista, Acción Nacional ha sabido converger –y hasta sobrevivir- entre dos corrientes igual de importantes: la originaria –por decirlo de alguna manera-, postulada por Manuel Gómez Morín; y una paralela a aquella, también de la década de los cuarenta, impulsada por Efraín González Luna. La primera vertiente, digamos la Gomezmoriniana, es la faceta del PAN liberal ajeno a los dogmas religiosos, creyente de los derechos inalienables de libertad e igualdad de los seres humanos. La segunda vertiente es la cara del PAN apegado a los principios sociales de la Iglesia, los mismos que manejó el Vaticano desde la Rerum Novarum de 1891 y que se confirmaron por allá de 1931 con la encíclica Quadragesimo Anno de Pío XI, con posturas algunas de ellas peligrosas que lindaban con totalitarismos europeos de la ápoca no muy ejemplares que digamos.
No queremos ni debemos soslayar la importancia histórica que ha tenido para el PAN la segunda de las vertientes aquí descritas, esto es, la que es correlativa a los principios sociales de la Iglesia; en todo caso, me parece que hemos de dimensionar en el contexto contemporáneo –léase el siglo XXI- la vertiente liberal, la que sabiamente postuló Gómez Morín no sólo en la fundación del partido, sino desde antes en los círculos intelectuales en los que se desenvolvió. En este sentido, el PAN es un partido liberal y así lo consignan sus principios de doctrina, que debe creer fervientemente en las libertades individuales y sociales de una comunidad, en este caso, de la comunidad más grande de todas que es el Estado. Un Estado sin libertades es un Estado despótico, tirano, absolutista, como los regímenes arriba citados y que están tan de moda en América del Sur. El paradigma democratizador en México se le debe, entre otros, al PAN, y a nadie escapa que una de las condiciones sine qua non de la democracia lo es la libertad de la persona humana. Por eso, el PAN siempre pregonó el aspecto libertario como uno de sus pilares para construir democracia. Claro que no hay libertad sin una condición de igualdad y mientras aquella –la libertad- se promueve en lo político, la igualdad se tiene que reflejar en el aspecto jurídico: todos somos iguales ante la ley, no hay distingos de raza, religión, sexo, nacionalidad entre los seres humanos; el respeto al derecho ajeno es la paz, diría Benito Juárez, aunque en realidad el apotegma proviene curiosamente del catolicismo, pues ya el libro de Isaías en la Biblia había sentenciado que la obra de la justicia es la paz, Opus Justitiae pax est (Juárez se fusiló la frase cuando fue seminarista)
Es claro que el Estado debe ser el garante de la libertad de los hombres; la corriente de pensamiento que se sigue aquí es la postulada por John Locke, quien prefiguró el Estado liberal. El Estado, dicen los principios de Acción Nacional, no puede ni debe conculcar las libertades, igualdad y propiedad que acompañan a la persona humana desde su nacimiento. Lo contrario sería transgredir los derechos naturales de la humanidad, y el único límite de dicha libertad es el interés general bien común.
El partido debe hacer una profunda reflexión histórica, de identidad y también de visión de futuro. Me parece que la vertiente liberal de la que escribimos líneas arriba no debe nunca cejar ante la embestida de la corriente dogmática y religiosa con la que coexiste desde la fundación. La corriente Gomezmoriniana debe constituirse en la punta de lanza de la filosofía panista y sus gobiernos, como un sano equilibrio respecto a la embestida de los dogmáticos que dañan al partido, pues quieren someter ciertos principios morales a la política. Y es que ese dogmatismo muchas veces parece estar más de lado de la justificación de absolutismos y autoritarismos, que por más que ellos los piensen en el espectro de la derecha –Franco, Pinochet, etc.-, acaban rozando en la práctica con los modelos que debemos condenar permanentemente, como el bolivariano o el cubano, que no son otra cosa que faros que alumbran la visión populista de López Obrador en México.
