Figuraciones Mías

Por: Neftalí Coria / @neftalicoria

 

Para Jorge Marín, Fernanda Merloz y Ruth Maldonado

He soñado voces. Son ya algunas noches y días, cuando estoy despierto o dormido, que las escucho y no atino a saber cuál es la razón (no debe importarme, claro, porque es la belleza acercándose a mi oído). Son voces de mujer hermosas que cantan y en su canto lento, profundo, desgarrador, no hay palabras; en ellas, viene la música de lo incomprensible. Y en el asombro de escucharlas, yo digo poemas que al momento reconozco. Oscilan mis palabras y esas voces largas, femeninas, inmensas que no sé de donde, ni de quién vienen, me sumergen en una desesperación, pero es la misma desesperación que me atrapa cuando escucho el Requiem de Dvorak, o las voces The Choir of New College, Oxford. Una desesperación por la belleza sonora que nace del instrumento más hermoso de la música y el mundo que es el cuerpo. Igual a cuando escucho Vivaldi, cuando he llorado con los poemas de Leonard Cohen y esas voces femeninas que le acompañan en The Faith, o cuando la repentina, hermosa voz de Fernanda salta junto a mí, mientras manejo en medio de la ciudad tumultuosa. Me regala una canción de Nora Jones y el mundo se detiene. ¿Aquello es un mensaje que vino de mis sueños? ¿Un milagro que mi poesía ha convocado y las palabras cumplen esa consigna de hallar la belleza en los sitios más inhóspitos de las ciudades humanas, en las que la belleza pasa desapercibida? No lo sé. Así escucho voces que no conozco, que nunca antes escuché. Voces que son como la piel amarga de la poesía, cuando salta contra lo imposible y se amarga más cuando es palabras y en los versos, el veneno irrumpe en lo que creí que era el amor. Y vienen las voces nuevamente mientras estoy dibujando el poema en el papel blanco como la luna, la mano no sabe qué decir y tiembla. No sabe la mano de cuál palabra asirse para no caer y levantar el primer verso, que se coloque en la página como la primera piedra.

Se dice que cuando se oyen voces “que no existen”, comienzan a llegar las llamas de uno de los trastornos mentales, más temidos que hacen creer que está allí lo que no está, y en gran medida, no me espanta, porque eso es el arte; traer el pasado lo que no está y verlos, escucharlo, pintarlo, cantarlo y amar todo–todo lo que ya no está y tal vez nunca estuvo, y si acaso fue, ya no existe. Y quiero pensar que el arte siempre representa lo que no está, lo que estuvo o no. Y eso es la voluntad del artista: tratar de parar el tiempo, detener ese sitio del mundo que vio y quiso poseerlo, con su obra. Eso he querido creer, porque es el arte, lo que nos hace mirarnos en la trascendencia del tiempo sobre la vida de los hombres. Me gusta pensar eso del arte. Y esas voces que me sorprenden cada que aparecen en mis sueños y ensoñaciones, y que llegan sobre todo en la sonoridad nocturna, quiero creer que son un mensaje, un aviso de otra fuerza de la vida que me dicta algo que estoy a punto de comprender. No creo en espíritus ni mensajes del más allá, ni creo que la virgen, ni el demonio me hablen particularmente a mí. Todo esto, tampoco va por ese rumbo de creer que la divinidad me toca, ni creo que sean ángeles, los que rodean el momento de la escritura.

En el sueño, he visto cómo cantan esas voces hermosas bajo unas palabras que digo en voz alta en un escenario semioscuro, donde al frente hay personas que escuchan en silencio. Las palabras fueron hiladas por la aguja de versos que antes escribí. Oigo las voces –allá en el sueño– y veo una especie de corriente azul en el aire flotar sobre un escenario bajo luces muy tenues. Y pienso en la boca de una mujer que me besa, una que no tiene identidad, e imagino a Butes, ese personaje de la Nave de los argonautas que emprenden la navegación en busca del Vellocino de oro, para que Jasón logre ocupar el trono de Yolcos en Tesalia, y que en el trayecto, arroja el remo y salta seducido por el canto de la sirenas. Y cuando esas voces llegan a mi oído, debo como Butes, saltar y he de hacerlo aunque como al personaje de esta historia, me cueste la vida. Y es que creo que esas voces llegan de la poesía en su estado puro y agreste.

También oigo al fondo, un batir de alas y la escena de vuelo que las voces y las alas componen; prefiguran un espectáculo en estado puro que logran ritmo, con los versos míos que digo. Se acompasa la melodía, se extienda hacia los agudos y luego van a los graves y a la par, parecen deslizarse, como la mano que acaricia una espalda desnuda. Esta vez mis versos dichos por mi voz en cuello, lamentan, describen aquellas alas que vencen el aire. Las palabras se tocan con el sonido de las voces y las alas que abren el aire. Es un matrimonio sonoro, hermoso y me parece saber que esas voces dibujan a dos mujeres a quienes miro cantar entre la bruma que siempre está presente en los sueños.

Es mi poesía dicha con el corazón, en voz alta y los ojos cerrados. Veo al fondo las alas que esculpió Jorge Marín y esas voces que sueñan palabras, y la poesía flota entre aquellas presencias, que es más que palabras. Allí al escuchar aquel canto, la poesía toma las voces de mujer que escucho y las hace suyas, las posee, las ata a mi corazón en un nudo ciego que a mitad de la noche solitaria de mi vida, cantan, como la luz canta sobre la piel amada por una caricia. º

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