Por Guadalupe Juárez  

El sello de José Antonio Gali Fayad se asomó desde las primeras horas de convertirse en gobernador.

Entre la seriedad y el protocolo, hubo espacio para las bromas. Para el ser no político del mandatario.

“La porra, ya se habían tardado, necesitaba tomar agua”, dice tras media hora de agradecimientos y planes.

Sus palabras arrancan sonrisas, hasta de quienes no suelen soltar carcajadas, y confirma simpatías de los más cercanos y de quienes no lo son. Brilla por sí solo. Es capaz hasta de hacer olvidar a los diputados que el recinto repleto de hombres con sus mejores trajes es una sesión solemne del Congreso.

La presencia de su familia suma. Es el día más importante –dice– de su vida política, y sus tres hijos y su esposa Dinorah son sus principales acompañantes, aún más que los cientos de invitados que logró reunir.

“Gracias a Dinorah, compañera de vida, maravillosa esposa y madre ejemplar. A mis hijos Eddy, Tony y Dinorah que me llenan de orgullo y de alegría. A mis padres queridos”, señala. Su esposa con la mirada le agradece el gesto, mientras el resto de su familia sonríe.

Antes del político, se nota al hombre, al padre de familia, al abuelo, al hijo, al ciudadano, al empresario, al amigo, al esposo, hasta al candidato; capaz de reconocer que sin sus contendientes su nombramiento no tendría legitimidad; capaz de saludar a la prensa aunque no vaya a dar declaraciones.

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Es posible ver al Gali de la noche del 15 de septiembre. Las urnas fueron inundadas con una equis en su nombre. El triunfo es reciente y la cercanía con la gente es corta. Tan corta que las mujeres que asisten a ver el espectáculo pirotécnico se acercan para tomarse una foto con él. Tan estrecha que comparten un baile. Tan pequeña, que un niño que apenas puede ordenar una oración desde lejos lo reconoce y le grita por su nombre.

Es aquel Gali que llega a la alcaldía en el 2013. El mismo que en cada evento extiende los brazos, conversa con los asistentes. Y con calma corresponde a los saludos de cada uno. Es el mismo que pide el voto y promete corresponder a la confianza.

También es el candidato a gobernador que pudo dedicarse a sólo eso, a ser candidato.

El templete le recuerda su responsabilidad. Lo sabe. Y sus palabras recorren el hilo del protocolo. Pero su expresión corporal no es sobria ni estática. Su actitud es humilde. No acepta los aplausos sin antes aplaudir él, prefiere que los aplausos sean para los que lo apoyan. Los ofrece a los presentes, junta sus palmas, una y otra vez.

Tony Gali, como abrevia su nombre, aprovecha la oportunidad del escenario que lo envuelve para pedir no “clausurar la memoria”, aún sin decirlo, se refiere al pasado.

Pide unírsele y mirar lejos para prosperar. Trazarse metas que parezcan imposibles para transformar, agrega.

El lugar, que tímidamente se llenaba de otro nombre, borra por completo el silencio. Es “Tony, Tony, Tony, Tony” que lentamente sobresale hasta ser el único coro.

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LOS APAPACHOS 

Redacción

La investidura de Gali Fayad como gobernador de Puebla convocó a 17 de sus homólogos. En las imágenes se puede ver de izquierda a derecha a Marco Mena, de Tlaxcala; Silvano Aureoles, de Michoacán;  Héctor Astudillo, de Guerrero (con corbata verde) y Omar Fayad, de Hidalgo.

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