La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

Una columna de opinión en España levanta ámpula entre los lectores.

El columnista hace lúbricas menciones sobre las caderas y los ojos de una presentadora de noticias que se metió a la literatura (a las novelas rosas).

El columnista, irónico, recuerda a otra presentadora de muy buen ver (como lo exigen todas las cadenas televisivas).

Dice que esta chica era perfectamente fotogénica a cuadro y perfectamente analfabeta fuera de él.

¡Macho, misógino! Saltaron los tuiteros. Y eso que, para mi gusto, se excedió en elogiar a la primera presentadora de noticias, la novel escritora. Le hizo un favor respecto a sus dotes físicas.

El columnista vapuleado acota que no ha leído los libros de la dama en cuestión, pero  le han dicho que son muy malitos. Aun así, es una de las escritoras más vendidas del año. Sus novelas se agotan. Salir en televisión ayuda mucho a esos menesteres. Imagino que ha de ser una especia de Gaby Vargas española. Sólo que en lugar de vender libros de autoayuda, hace novelas.

La pregunta se impone: ¿necesita una estrella de la televisión someterse a las burlas de las buenas consciencias literarias? ¿No es más fácil (y menos humillante) quedarse con el aura de diva, a emperrarse en ser la mala competencia de Rosa Montero?

¿Por qué hay tanta gente que quiere ser escritor (a)? ¿Qué buscamos lo que caemos en la trampa? ¿De verdad creemos que nuestros textos abonan? ¿Qué falta por decir que no lo hayan dicho ya otros con suma maestría? ¿Traemos algo nuevo? ¿Traemos puñal, pistola, navaja?

Ser artista o ser escritor en nuestra época (y en países hispanoamericanos) es tan solicitado como complicado. Se requiere, antes que otra cosa, cargar un caparazón a prueba de ninguneos y escupitajos. También es importante asumir que, al entrarle, estarás  bajo el escrutinio de un corro de acomplejados que llegaron al techo de su “gloria” participando en actos indignos y hasta mercenarios.

El gremio de los escritores no es menos primitivo y voraz que el de los albañiles.

No es menos mezquino que el de los políticos. Hay grillas, mafias, grupos fósiles que no dejan pasar a quienes no son sus amigos.

Tampoco está exento de las más conocidas prácticas de burdel.

Los aspirantes a escritores deben dedicarle mucho tiempo a las relaciones públicas. Asistir a presentaciones, cocteles, ferias. Afters

Beber con los editores y escritores que, por decirlo de algún modo, ya tienen su lote enrejado en el Parnaso.

Suena hasta divertido pues no es tan diferente al cotilleo de congal, ¿o sí?

Ayer hablé un poco sobre la vida del escritor profesional. Aquel que de verdad dedica todo su tiempo y concentración a la obra (vaya a ser prolífica o no).

A este tipo de escritor no le sientan bien los escarceos con sus colegas porque simplemente no necesita de ellos. Su esfuerzo ha traspasado la línea del buenpedismo y puede sentarse media vida sin salir de su ermita y será publicado. Hallará lectores fieles.

Al escritor profesional no le seducen las escenografías consteladas de estrellas Swarovski.  Trabaja y observa. Escribe y sólo escribe.

Ahora bien, no sucede lo mismo con los nuevos escritores ávidos de reconocimiento. Aquellos despistados que por una suerte de malabarismo perecen debido a su inexperiencia en el duro oficio de lamer botas. Entrar en una República de las Letras venida a menos no requiere un apostolado, más bien aguante y tolerancia a la frustración.

Ejemplo:

Supongamos que te graduaste con honores en Literatura Hispánica. Eres un joven de 25 años y mandaste a dictamen tu primer libro de cuentos. Por ahí conociste a un chilango que escribe en La Jornada y ha publicado una decena de libros (hasta de ghost writer de un candidato a la presidencia la ha hecho, pero obvio, eso no lo dice).

No recuerdas bien cómo es que se hicieron “amigos”. Debió ser durante un after luego de que presentara su último esperpento: una investigación llena de erratas e imprecisiones sobre el narcotraficante del año…

El tiempo y las chelas han hecho lo suyo y sí, ahora son cuates. Él leyó (con hueva) tu manuscrito. Dijo que estaba “publicable”. Así lo dijo y te recomendó con su editor. Pero resulta que a ti, joven promesa,  no te gustó el libro de tu compa “el más chicho de tu generación”. En tu fuero interno anhelas decirle la verdad. Ser crítico. Mostrarte profesional. Intentas hacerle ver que algo no cuaja. Que en determinado capítulo se le cae el libro. Pero dudas. Sabes que hacer eso es pincharle el ego. Un ego de escritor consagrado por las masas.

Hacer eso (decir la verdad) no te sumará bonos, al contrario; si quieres seguir formando parte de un grupo debes ejercitar el arte del blofeo para hacerle un homenaje en vida al “peso pesado” con tal de que no te retire el beneficio de su amistad. Aunque esa amistad no sea otra cosa que figurar como su comparsa. Como el novato no-pu-bli-ca-do que invita las chelas y saca a las amigas jóvenes.

Para obtener puntos entre los miembros de su grupo es necesario dejar de ser tú. Tú, que escribes bien o mal, pero tienes ganas de ser publicado y ¿por qué no?, pasar por la amarga experiencia de ser destrozado por los árbitros estéticos.

 

Para ser un escritor que engrose las listas literarias anuales hay que presentar ciertas credenciales: muchas lecturas, un historial de fracasos dignos de novela y si es posible dos o tres arrastradas en la plaza pública propinadas por un maestro de nivel. Un Sada (en el mejor de los casos), un Villoro (en el peor).

El panorama es bastante jodido, ¿cierto? Y aún así pertenecer a la casta divina de escritores es un puesto muy codiciado. Cueste lo que cueste.

¿De verdad necesitamos más escritores?

Es una pregunta que me hago cotidianamente. ¿Por qué? Porque hace seis años alguien me injertó ese veneno en la médula.

¿Qué hago aquí, haciendo como que escribo algo trascendente?

Me lo pregunto, con humildad, cada vez que leo a Roth, a Amis, a Carrére…

El ser humano siempre ha tenido la necesidad de contar historias. Por otro lado, hay temas inagotables y temas de moda. Respecto a los segundos, cada mañana me despierto pensando ¡cuándo morirán las narconovelas! Y nomás siguen saliendo muchas y muy malas. Lo que confirma que el mundo editorial es ante todo, un negocio parecido a la farmacéutica:  crea sus propias enfermedades para de vez en cuando sacar un buen antídoto.

¿Quiénes son nuestros escritores? ¿Quién quiere serlo?

Dos ejemplos recurrentes:

1) Los periodistas quieren ser escritores, pero en lugar de estudiar letras se metieron a Ciencias de la Comunicación. Tienes muchos tics y leen poco.

2) Las guapas esposas de malos historiadores son escritoras que acaparan un mercado: el de las otras esposas desesperadas. A ellas (creo) la escritura no las eleva, sino todo lo contrario.

 

Termino este texto. Soy una mujer de 34 años. Fui una mala estudiante de música.

Leo. Leo porque creo que las mejores mentiras son las que quedan escritas, y si se dan por ciertas, resultan más bellas que la realidad.

Hace seis años comencé a escribir. Tuve la suerte de que me publicaran una novela. Acabo de terminar otra. ¿Para qué quiero que se publique? Para no morir de hastío. Para tener algo nuevo por lo cual arrepentirme. Algo que me haga dudar.

Escribo para dudar de mi propia existencia. Escribo por masoquismo, por travesura.  Para comprobar día a día que existen verdaderos monstruos y nunca seré parte de su granja.

Pero a veces, en tardes como esta, al escribir sin pudor lo que pienso del oficio, me dan ganas de recular. De tomar el lugar de la presentadora de noticias. Ser perfectamente fotogénica y perfectamente analfabeta.

Vivimos un tiempo complicado. Regresamos a la época del corsé.

Hoy todos debemos ser políticamente correctos y evitar la crítica mordaz hacia las mujeres.

Hay que buscar eufemismos ridículos para no decirle negro al negro, joto al joto y burro al burro.

En la era de los muros, el del lenguaje es el más infranqueable.

¿Necesitamos más escritores?

Sí.

Aunque para serlo se requiera hacer antesala en el congal.

Siempre es curioso ver cómo la puta más vieja del burdel se horroriza con las técnicas de las nuevas putas.

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