La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Soy muy activa en Facebook. Tanto, que a veces vivo ahí dentro. Entre todos esos desconocidos a los que trato como amigos.
Por esa razón mi padre (al que voy a visitar los domingos) me reprende como si tuviera siete años. Entrando a su casa, antes de servir las viandas, me dice: deja en la sala tu teléfono, por favor. Y lo hago. Con jetas, pero lo hago. Finalmente voy de visita y es una majadería estar encorvada en el celular mientras él perora.
En cambio mi casa es parecida a una pensión de estudiantes. Vivimos puros adultos. Entramos y salimos a la hora que nos plazca. No hay censores. Y es cierto: tenemos la pésima costumbre de no sentarnos a comer en familia. Si acaso mi pareja y yo nos llevamos la comida a la sala o de plano a la habitación y ahí comemos: viendo la tele, o leyendo artículos en el iPad. Conversamos cada vez que algo nos inquieta. Los dispositivos móviles han venido a suplir a la televisión: esa caja de alienación que permite a una pareja durar muchos años sin tener que dirigirse la palabra.
Cuando salimos al restaurante es distinto. Ahí sí que hablamos. Y por lo general hablamos tanto y tan caldeadamente que terminamos peleando. Pleitos buenos, a la Diego y Frida. Entonces cada quien vuelve a su teléfono. Yo me voy directamente al Facebook. Esa red social se convirtió en mi diván. Hasta escribí un libro sobre mi vida ahí dentro.
Él, mi hombre, no sé a qué submundo se remite. Visita muchos periódicos virtuales, aunque también es adicto al chateo. Hemos tenido muchos problemas porque lo he espiado y pues… el que busca encuentra.
¿Qué hago en el Facebook tantas horas?
Casi siempre estoy recorriendo el “inicio” para ver lo que los demás traen en mente. Soy muy metiche. Tengo una curiosidad enfermiza. Me gusta medir el malestar social que recorre la red.
He buscado o me ha encontrado gente afín. La mayor parte de mis contactos tienen que ver con el medio literario o periodístico o musical. Es lógico: me gustan los libros, la política y la música.
Trato de compartir videos de lo que estoy escuchando en ese momento o alguna reseña de libro o una nota que haya levantado ámpula.
Me gusta provocar en todos los aspectos. Soy voyeur… me interesa ver cómo convive la gente, cómo se relaciona, con quién coquetea, cómo se van tejiendo relaciones.
Antes de convertirme en la perfecta prángana que soy quise ser antropóloga. Luego psicóloga, hasta que en definitiva asumí que no era lo suficientemente disciplinada y constante para embarcarme en ninguna de las anteriores empresas. Entonces decidí que iba a ser observadora. Así; simple y llanamente observadora. Ya les digo: soy la candidata perfecta para se voyeur profesional. Nada me asusta. O sí: me asusta la estupidez humana.
En esa ruta encontré la escritura y corrí con suerte de que a alguien le gustara lo que hacía y ahora vivo de eso, de escribir. O siendo más sincera, soy una mantenida y lo que gano escribiendo lo utilizo para fines completamente frívolos. Y así me han etiquetado muchos: como una tipa frívola. Frívola, mantenida y exhibicionista.
¿Por qué exhibicionista? Porque me gusta tomarme fotos y subirlas al Facebook y al Instagram.
¿Acaso el Facebook fue creado para otra cosa?
Cuando Mark Zuckerberg inventó el Facebook fue para que los chicos de su universidad conectaran con gente afín a ellos (o ellas). Hablamos de harvardianos y de princetonianos que, según esto, son lumbreritas que no tienen tiempo para el chacoteo. Después esto se descontroló y se volvió una casa de citas gigantesca. Una casa de citas muy cálida, por cierto. Facebook mató al querubín prerrafaelita del arco y cambió las anticuadas flechas por “toques”, “estados” e inbox.
Pero estábamos en las fotos.
¿Qué sería Facebook sin fotos?
Un club de maniacos resentidos. Una comuna de abúlicos. Una asamblea de potenciales suicidas.
La calidez de Facebook (que no la tiene Twitter, por ejemplo) reside en las imágenes. A partir de ellas deviene chismorreo, crítica y buenas polémicas. Eso sí; hay que saber a quién metes a tu casa.
Por mi trabajo necesito seguidores. Necesito gente que lea lo que escribo. Me pagan por eso, así que no puedo darme el lujo de estar rechazando solicitudes. No discrimino y doy “aceptar” a todos. Una vez que le doy “aceptar” a todos, los cretinos se revelan solos mandándote estulticias por inbox, pero hasta a los cretinos hay que dejarlos interactuar para que hagan gala de su cretinismo.
Tengo como regla no bloquear a nadie, aunque me ofendan. Al fin y al cabo, quien ofende se exhibe solo. No hay necesidad de desnudar su imbecilidad. Ellos solos lo hacen con gran placer.
Llevo casi ocho años metida en Facebook. Y en esos ocho años de habitar esa casa virtual, vas relajándote. Como quien dice, te vas poniendo cómodo.
Cuando recién llegas a una casa tratas de guardar formas. Más si en esa casa hay otros habitantes.
Para llegar al grado de ponerte cómodo, tienes que pasar necesariamente por una etapa de reconocimiento. Una vez que te sientes seguro con el resto de los individuos del conjunto, te sacas las chanclas, sales en toalla al pasillo y dejas de peinarte para salir de la cama.
Así pasa en Facebook.
Cuando entré, compartía sólo artículos periodísticos o las así llamadas fotos artísticas.
También subía imágenes de la familia, para que la otra familia, que está lejos, conociera a los nuevos miembros.
Lo bueno del Facebook es que te acerca a los que están a kilómetros. ¿Lo malo? Que te aleja de la persona con la que duermes…
La memecracia nos ha traído una vorágine de imágenes que se replican hasta el infinito. Las notas falsas y amarillistas son el pan cotidiano.
Esa parte es interesante ya que, al ver la viralización de una nota falsa, descubres el grado de ignorancia o parsimonia mental de tus contertulios.
Luego, la carnicería.
Jamás fui de las personas que criticaban a las mujeres que mostraban sus atributos físicos. Al contrario, me parece una bocanada de aire fresco en medio de tanta hipocresía y autoridad moral.
Era natural que las organizaciones de trata y las sexoservidoras de oficio vieran en este espacio un manantial que podía generarles buenos dividendos. Facebook ha venido a desplazar a los padrotes ¡y qué bueno! Así por lo menos las chicas que se dedican al negocio del sexo por voluntad propia, no pasan por las manos de esos malditos usureros del cuerpo.
Lo que me parece increíble es que en pleno siglo XXI se siga tildando de puta a cualquier mujer que se destapa más allá de los brazos y los chamorros.
No voy muy lejos. Hace tiempo que me siento tan a gusto en mi casa virtual, que no he tenido empacho en subir cuanta foto me tomo: ya sea en un acto solemne, una boda, un informe de gobierno, en alguna presentación de libro, en una borrachera, en el karaoke, con mis abuelos, con mi hija, imágenes de mis perros, fotos de comida, recuerdos de infancia… en la playa, en la montaña y en la nieve.
También me gusta compartir la foto de los libros que voy leyendo o le doy zoom in a alguna frase y la pego directamente en el muro.
Lo que sí no soporto es darle juego a cadenitas de oración ni colectas para salvar a un niño africano. Tampoco comparto notas con imágenes de descabezados. Mucho menos ando metiendo a Dios en el congal. No hay una cosa de peor gusto que darle retuit o compartir fotos de “Yisuscraist” para que proteja a la sarta de enfermitos sociópatas que vivimos ahí dentro.
Lo divino es lo divino…
Eso es lo que intercambio en Facebook. Eso y algo que, por muy increíble que parezca, ha llegado a irritar a varios de mis contactos: fotos en traje de baño.
Soy una asidua al sol. Tomo el sol porque creo que me hace un poco más feliz. Me da color, como a una planta…
Otra cosa que me hace bien es el ejercicio.
Soy una treintona depresiva, llena de obsesiones, y no tengo empacho en decirlo. Por lo tanto, mis días buenos los celebro.
Me gusta verme al espejo desde niña. Casi siempre me gusta lo que veo: creo que tengo una cara amigable, unos dientes que dan confianza.
Diariamente hago entre una y dos horas de ejercicio. Bailo, le pego a un costal box, corro, hago remo. Todo esto porque me da alegría (la alegría que me hace falta cada mañana). Tengo problemas con el amanecer. Por eso, más que por vanidad, soy una obsesa del ejercicio.
Como consecuencia natural a esa obsesión, el cuerpo agarra forma. Una buena forma. Que no pedí, que no me interesa directamente. Siempre he pensado que la parte más bella de tu cuerpo debe ser la que no se ve: la mente.
Hace un tiempo comencé a subir fotos haciendo ejercicio (porque es lo que hago diario). Otras, en traje de baño. ¡No veo la ofensa! Lo peor que se podría decir es que soy una ególatra (y lo soy).
¿Y qué pasa? A la gente le puede gustar o no, desencadenando un “like” o un comentario. Como cuando subo la foto de un libro buenísimo. La gente la comenta, la comparte.
Los morbosos son eso: morbosos. Y por supuesto que en un colectivo como Facebook hay una población variopinta que utiliza diferentes tipos de lenguaje para demostrar su agrado o su rechazo.
Hace unos meses que subí una foto de alberca, tuve una conversación parecida a la que a continuación citaré. Debo decir que, contrario a lo que se piensa, el recipiendario de la molestia no era una damisela mocha y envidiosa, sino un hombre de edad mediana y aparentemente relajado…
–¿Por qué subes fotos en bikini?
–¿Y por qué chingados no?
–Te hace parecer frívola.
–Soy frívola. A ti e gustan las fotos de paisajes y carros. A mí, a veces, me gusto yo. ¿es malo?
–Las flores y los carros no ofenden... tú, al exhibirte así, ofendes a tu familia, a los demás, a ti misma.
–¿Estoy ofendiendo? Ah, pues me gusta ofender. A los tres anteriores los he ofendido, y créeme, no fue con una foto.
–Echas abajo tus veleidades intelectuales.
–No tengo veleidades intelectuales. Me gusta leer, escribo para no morir ahogada y adoro los bikinis.
–Tas mal.
–Y tú estás bien. ¿Eso es todo?
Conclusión:
El Torquemada moderno pensó que lo iba a bloquear después de este exabrupto. No fue así. El peor castigo que se le puede dar a un castrado mental, es una cucharada diaria de lo que él asume como libertinaje.
Al final es sabido que los puritanos suelen ser los seres más degenerados.
Así de absurdo el arbitraje moral en plena era del Facebook.
¡Viva la carne!
