Cuando uno nace, a través de los años, debe ir cultivando la manera en cómo debe expresarse  y transmitir sus pensamientos, por medio de la relacionalidad, explica el investigador

 

Plumas Ibero Puebla

Por José Rafael de Regil Vélez 

Somos herederos de una larga y centenaria tradición llamada modernidad. Por allá del siglo XVII René Descartes logró formular, con su filosofía, una inquietud que flotaba en el ambiente: la de la importancia del yo, del individuo que debe vivir su vida.

La época anterior fue diferente en tanto que lo que era importante era la comunidad y en ella la relación con Dios. Los apellidos lo mostraban: se era reconocido por la ciudad de origen, lugar de la familia, del clan, de la nación. De allí los apellidos gentilicios, como el mío, de Regil, que atañe al valle del cual emigraron mis antepasados.

Eso podía tener un gran valor porque daba sensación de pertenencia, pero también se volvía limitante, porque implicaba una manera de pensar que no era propia, sino la recibida y compartida con los demás y que se mostraba insuficiente en un mundo que comenzaba a volverse chico tras la invención de la imprenta, el impulso del comercio por el desarrollo de la marina mercante.

Para poder vivir conforme a los nuevos tiempos se requería que cada individuo pudiera pensar libremente y expresar su pensamiento de igual manera. Nació entonces el individuo, el yo, como algo que hay que cultivar frente a la cultura que se hereda, frente a la religión que homogeneiza con el dogma, frente a la monarquía que sólo reconoce en el derecho divino de una familia la posibilidad del ejercicio del poder político.

En esta forma de pensar se desarrollaron la ilustración con su manera de ver la vida confiada en la capacidad individual de inquisición intelectual de la realidad, la revolución social que dio paso a las clases sociales como las entendemos, la revolución política que hizo nacer las repúblicas democráticas y la revolución industrial hermanada de la económica que trajo consigo el liberalismo capitalista de corte industrial y ya no agrario. Nacieron las ciudades como los lugares que hoy conocemos, distintos de los villorrios feudales.

En este contexto surgió la escuela como un lugar para que las personas cultivaran su yo, su capacidad de entender y dominar el mundo, mirado desde sus propias categorías. Uno de sus presupuestos es que la autonomía humana vendría cuando cada quien pudiera pensar instrumentalmente la realidad para que ésta funcionara desde el punto de vista de la razón tecnológica… el yo se convertía en el creador de la realidad, el demiurgo orquestador de todas las cosas y sus posibilidades.

Esta forma individualista y egológica de entender al ser humano y el mundo mostró sus excesos y peligros con las guerras tecnologizadas de grandes proporciones del siglo XX, los colonialismos que buscan el dominio de los lugares que proveen materias primas sin importar su población, la industrialización que rompe el equilibrio ecológico.

Hoy, transformar el mundo sigue siendo un reto… sin embargo, la historia nos ha mostrado que el yo no alcanza, pues muchas veces se vuelve incapaz de relacionarse con los otros y con lo otro. Dicho en palabras más cotidianas: que yo entienda el matrimonio y la familia de una forma no quiere decir que las personas con quienes convivo van a funcionar de la manera en que yo lo quiera administrar, planificar… Lo mismo sucede en cierta forma con la economía y los fenómenos naturales: están más allá de nosotros y no siempre se reducen a lo que pensamos de ellos.

Ante la injusticia, la muerte, el sufrimiento, las condiciones de empleo, la política, la desigualdad muchas veces el yo no alcanza y sólo las personas que se abren más allá de su yo, de sí mismos, logran caminar creando mejores condiciones para vivir día a día humanizándose al humanizar sus relaciones con los otros y lo otro.

Por lo anterior, es necesario que la educación acompañe los procesos de relacionalidad que son necesarios cuando el yo no alcanza. Relacionalidad significa apertura para encontrarse con los demás, con las necesidades que en la libertad su ser tiene y que no podemos atrapar en nuestras ideas, ni siquiera en nuestros deseos y que si no logramos reconocer y respetar quedaremos fuera de la posibilidad de la creación de un nosotros en el cual se generen espacios afectivos sociales, políticos y económicos que no estén marcados por el signo de la cosificación, del dominio del más fuerte sobre el débil, con la irracionalidad de los políticos que quieren hacer que todas las personas encajen en su propio proyecto.

Lo mismo sucede con lo que no es humano y que también existe: en la medida que nos relacionamos con los demás seres logramos entender que todos vivimos en una casa común que ha quedado encomendada a nuestro cuidado, el cual sólo es posible en la apertura a lo otro, a las demás cosas, sus características e interacciones.

La escolarización pareciera estar diseñada para el cultivo del yo. Urge que se vuelva  educación para la relación con los demás, con el mundo; formación de mujeres y hombres competentes para la interacción que supone hacer del nuestro un tiempo y un lugar, local y global, con espacio para la vida digna, sustentable, justa.

En este sentido sigue siendo pertinente la acción pedagógica que desmitifica el currículum como un itinerario de formación del yo pensante que conoce objetivando a los demás y al mundo para su dominio. Se trata de una praxis que busca la colaboración, el aprendizaje situado en la realidad que se afronta lo mismo con la emoción que con el pensamiento, con la compasión (entendida en su sentido etimológico más profundo) y la solidaridad bien informada.

Cuando en una época como la nuestra en la que el yo moderno, anunciado por Descartes, no alcanza, se vuelve urgente la educación para la apertura en la relacionalidad que invita a las personas a salir de sí para responder a los desafíos que plantea la dignidad de sus congéneres y la encomienda de habitar el mundo para que sea un hogar y no meramente una conquista. Es imperante la educación para él nosotros, mucho más allá del yo.

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