Esta filosofía de hacer negocios ha propiciado una reflexión en la aplicación de esquemas
Por Ivonne Tapia Villagómez
En los últimos años abordar el tema de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) ha cobrado gran importancia a nivel nacional e internacional, pero también ha provocado la interrogante sobre sus alcances e implicaciones, sobre todo en el proceso de llevar a la práctica este concepto que influye de manera directa en la imagen de la empresa, sea posicionándola o trastornando la percepción que de ella tiene la sociedad.
En esencia, la RSE abarca diversas actividades de carácter social, con miras a contribuir a una mejor calidad de vida y procurar la ayuda en aspectos críticos donde hace falta trabajo o inversión, en apoyo al desarrollo de situaciones específicas. En este aspecto la lista puede ser extensa y muchas empresas se han sumado empáticamente a este esfuerzo y preocupación social.
Esta nueva filosofía de hacer negocios ha propiciado una reflexión profunda en las organizaciones respecto de la aplicación de esquemas administrativos y de gestión provocando en el interior de éstas cambios estructurales, algunos orientados y otros redirigidos, que en algunos casos favorece el fortalecimiento de la responsabilidad social empresarial alineando de esta forma los propósitos de la empresa redefiniendo la planeación estratégica, convirtiéndola así en un dínamo de desarrollo organizacional que persigue la rentabilidad y el beneficio social.
Hay tres elementos fundamentales que demarcan la RSE, mencionando en primer término la voluntariedad, la cual se enfoca en el desarrollo de las acciones basándose centralmente en el precepto de que son las mismas organizaciones quienes deben de responder a criterios éticos de comportamiento, mismos que van modificándose y madurando a la vez, ante la interacción con el entorno y en relación a las exigencias y requerimientos de los grupos de interés.
El segundo elemento es la identidad y sostenibilidad, que es entendida como una estructura integral de responsabilidades compartidas entre todos los individuos que conforman la actividad empresarial, constituyendo así un entramado complejo de relaciones y valores que van construyendo la cadena de valor de la organización.

La relación con los grupos de interés es el tercer elemento, el cual refiere a todos los actores sociales de su entorno como son los empleados, proveedores, consumidores, clientes, gobiernos nacionales y regionales, organizaciones sociales, entre otros, mismos a los que la organización también debe de rendir cuentas y no sólo considerar este deber con la cúpula de la empresa identificados como los accionistas o dueños de las mismas.
El adecuado manejo de las relaciones que tiene la empresa con los grupos de interés genera un clima de confianza y de cultura ética empresarial con mucho fundamento en los valores universales. Para ello es importante conocer e identificar claramente cuáles son los retos para el desarrollo sostenible en cada uno de los ámbitos sociales en los que se encuentran inmersas las organizaciones y el impacto que en sí mismo genera esta acción en los llamados grupos de interés, saber cómo integrar de manera efectiva y equilibrada a todos los actores involucrados en el aprovechamiento de las oportunidades.
En una contrapostura, todo lo anterior se distorsiona cuando el concepto de la RSE es usado para atender sólo cuestiones mercadológicas y mediáticas, con el afán de posicionar la imagen de la empresa hacia el exterior intentando difuminar la abrumadora y compleja realidad que se vive en el interior de la organización en aspectos tales como el clima laboral, las condiciones económicas, aspectos salariales y de seguridad, sólo por mencionar algunos de los más destacados.
Ante ello, el tema es mucho más profundo pues implica revisar la esencia misma de la actividad empresarial escudriñando al respecto la verdadera intención de la responsabilidad social de las empresas. Es inevitable concebir la idea de que la gran mayoría de ellas tienen espíritu de lucro y que sus dueños, muy independientemente de la figura jurídica que estas tengan, sin excepción, buscan la rentabilidad económica y el posicionamiento en el mercado acorde a la actividad que ostentan, y paralelamente también la intencionalidad es beneficiar a la sociedad satisfaciendo necesidades a partir de los productos o servicios que brindan.
El dilema que enfrentan las empresas cuando buscan la rentabilidad es que paulatinamente van alejándose del propósito social, situación que al intentar equilibrar ambas posturas las más de las veces trastocan al beneficio privado o público.
Ante esta circunstancia es pertinente que las respuestas por estas situaciones emanen de la reflexión sostenida por todos los miembros que integran la organización, y al mismo tiempo se considere como ejercicio formal la valoración de los criterios éticos que distinguen a la empresa, ya que estos aspectos serán la base y mecanismo de apoyo que detonarán el desarrollo de acciones que paulatinamente consolidará el desarrollo sostenible regulando el impacto económico, afianzando el beneficio ambiental y formalizando el compromiso medioambiental.

