La responsabilidad docente de romper con la rutina y encontrar los medios con el fin de transmitir conocimiento

 

Por Laura Angélica Bárcenas Pozos

Hablando con mis alumnos de maestría, que casi todos ellos son profesores, nos dimos cuenta que la profesión docente es una actividad llena de rutinas. Entrar a la misma hora, salir a la misma hora, el recreo a la misma hora, entregar planeaciones, todos los días pasar lista, todos los días explicar, todos los días revisar tareas, un año tras otro enseñando y haciendo las mismas cosas,  etc.

Esa rutina rápidamente disminuye el interés del profesor por la apasionante práctica docente. Y rápidamente el profesor deja de reflexionar sobre su trabajo, haciendo del proceso enseñanza-aprendizaje una labor rutinaria y aburrida donde los alumnos lanzan un bostezo tras otro e incluso se duermen mientras el profesor hace su clase.

En pleno siglo XXI, los alumnos se quejan de que sus profesores dictan, leen las diapositivas que les presentan, no les permiten hablar, ni moverse, ni pestañear, mucho menos interactuar con sus compañeros. Entonces, ¿cómo puede construirse el aprendizaje? Detrás hay la concepción de que el conocimiento se transmite de las antenas del docente a las del alumno como si fuera una televisora que hace llegar su señal a muchos aparatos receptores, pero el proceso de aprender es mucho más complejo que esto.

Lejos estamos de comprender que el ser que aprende es el que más activo debe estar, pero, ¡cuidado! Estar activo no significa tener una actividad tras otra. Esta actividad debe ser intelectual, donde el aprendiente establece relaciones entre sus viejos aprendizajes y los nuevos conceptos, donde los alumnos pongan en práctica lo que aprenden, hagan inferencias, analicen, resuelvan problemas o construyan preguntas con respuestas únicas, o con una alta gama de posibles respuestas, que discutan dando sus argumentos, en donde imaginen, creen maneras de comprender lo que se aprende, lean, concluyan y donde se lleven ideas claras de lo que están aprendiendo.

La tarea del profesor, entonces, es poner las condiciones necesarias para que los alumnos realicen esta actividad intelectual, tomando en cuenta qué se debe aprender (objetivo), quiénes son los aprendientes (alumnos), qué tan profundo tiene que ser lo que se aprende (nivel educativo) y qué tiempo se tiene para lograr ese propósito.

A partir de estos elementos el profesor debe decidir cuál es la estrategia que va a desarrollar, con qué materiales lo hará, bajo qué actividades, de modo tal que esté definiendo las acciones intelectuales que realizarán sus alumnos para aprender.

El docente puede separar sus estrategias en las de aprendizaje y las de enseñanza, aquí también toma una decisión en función de aquello que se pretende que los alumnos aprendan, si se trata de una habilidad, que se aprende y después se desarrolla, el alumno tendrá mayor protagonismo en la estrategia, pero si es un concepto que el profesor debe explicar, la estrategia tendrá más peso en lo que hace el docente.

De un modo u otro, los alumnos deberían tener más actividad que sólo escuchar lo que el docente explica. En todo aprendizaje el alumno debe poner en práctica lo que aprende. Incluso en aspectos tan teóricos como la historia, en ese caso podría analizarse cómo ciertos hechos históricos están repercutiendo en el presente.

 El profesor debe romper la rutina y los paradigmas para enseñar.
El profesor debe romper la rutina y los paradigmas para enseñar.

O bien los óxidos o anhídridos deberían tener una comprensión de cómo funcionan en la vida diaria y dónde están presentes. También eso está en las decisiones que toma el profesor, ¿cómo lograr que el alumno vea la función práctica de lo que aprende? Y esto debería ser parte de las estrategias que pone en práctica para favorecer el aprendizaje.

Detrás de esta concepción de aprendizaje, está la idea de que éste  se construye, en el diálogo, en el hacer, en el poner en juego todas las habilidades intelectuales de la persona que aprende, aunque los aprendientes sean muy pequeñitos. Aunque el profesor se enfrenta a la terrible tarea administrativa que implica la docencia, siempre puede sopesar y quitarle peso a lo administrativo, para darle mayor dominio a lo didáctico-pedagógico.

Si queremos que la calidad de la educación mejore en nuestro país, no sólo hay que formar a los docentes, eso sólo es un aspecto a trabajar, deberíamos otorgarles mayor autonomía y que pudieran decidir los contenidos de todos los que contiene un plan de estudios, en función de las necesidades y los aprendizajes previos de sus alumnos y también el sistema educativo debería disminuir la tarea administrativa de los docentes.

No es posible eliminarla del todo, porque hay que reportar la forma en que se hará el proceso de aprender y los resultados de aprendizaje, sin embargo, este reporte no puede ser lo más importante en la escuela. Las personas que aprenden son lo más importante.

 Actividades, materiales, prácticas, todo ello depende del maestro
Actividades, materiales, prácticas, todo ello depende del maestro

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