Los 100 libros que uno debería leer antes de morir suena accesible. ¿Quién decide, sin embargo, entre los casi 130 millones que se han escrito cuáles son esos 100, o esos mil o esos 10 inevitables?
Carta de Boston
Por Pedro Ángel Palou / @pedropalou
Se han puesto de moda los libros y las listas sobre los lugares que hay que visitar antes de morir, los libros que hay que leer antes de morir, las 100 cosas que se deben hacer antes de morir. Sólo hay una cosa peor que hacer listas: seguirlas.
Hace siete años Google hizo en recuento de cuantos libros había en el mundo disponibles para ser leídos y la cifra es impresionante: 129 millones 864 mil 880. Suponiendo que alguien lee un libro cada tres días (exagerando, lo sé), puede leer aproximadamente 120 libros al año. Si vive hasta los 70, pero empezó a leer (otra vez exagerando) a los ocho, eso nos da 62 años de lectura y (otra vez la hipérbole) si nunca dejó de leer nuestro hipotético súper lector habrá leído siete mil 440 libros. Le quedarán por leer –al año 2010– 129 millones 857 mil 440 libros.
Por eso son tan atractivas las listas que reducen las cosas y hacen abarcable lo imposible. Los 100 libros que todo ser humano debería leer antes de morir suena accesible. ¿Quién decide, sin embargo, entre los casi 130 millones de libros que se han escrito cuáles son esos 100, o esos mil o esos diez inevitables? La cultura moldea pero a su vez es guiada por la historia. El gusto es histórico y cambia caprichosamente. José Emiio Pacheco realizaba un curioso ejercicio al inicio de cada año en su Inventario; revisaba los best sellers de ese mismo año un siglo antes sólo para percatarse que nadie conocía a esos autores que 100 años antes eran los imprescindibles, los seguidos y buscados hasta el cansancio. La seguridad social en Estados Unidos tiene una “calculadora” en su página sobre la expectativa de vida (www.ssa.gov/OACT/population/longevity.html). Metí mis datos al cumplir 51 y dice que puedo vivir hasta los 82.5 (benditos cinco meses más). Siguiendo con el tema de los libros, cuántos libros leeré, yo que soy un ávido, avidísimo lector en los 31.5 años más de vida que me da la dichosa calculadora. Si logro el ritmo que este artículo propone me quedan por leer tres mil 720 libros.
Aquí viene la pregunta más importante, a mi parecer, que es la calidad, no la cantidad de lo que se lee. Hasta hace poco terminaba todos los libros que empezaba, un prurito juvenil que he dejado por la paz. Ahora sólo termino los libros que me interesan. Los que dejo no me perturban más. No me atraparon o no era yo el lector que ese libro esperaba, como decía Borges. Al menos no en ese momento. ¿Me habré perdido algo? No lo sé. Paso al siguiente.
Ahora, el promedio de lectura de un estadounidense es de 12 libros al año, el de un mexicano, según estadísticas en las que no creo, uno y medio (¿qué hace con el otro medio?). Así que para el común denominador mi pregunta no tiene importancia alguna. Un mexicano promedio con mi edad y mi expectativa de vida no leería ni siquiera 60 libros más en lo que le reste de vida. ¿Y qué vida es esa, sin libros, me pregunto yo? Yo que sólo sacio mi curiosidad impertinente con cientos de libros por tema, leídos con fruición robándole tiempo a las noches y a los días y a la familia y al trabajo. Yo que hago cola con un libro.
Mi último leído se llama The distracted mind. Y ese libro científico, escrito por un psicólogo y un neurocientífico es claro: en el mundo digital actual el problema central no es el tiempo, es la distracción y la ilusión de hacer más de una cosa al mismo tiempo (multitasking), actividad imposible para nuestro cerebro. Hacemos task switching, dicen ellos, todo el tiempo. Un adolescente promedio manda tres mil 200 mensajes de texto al día (sí, querido lector, leíste bien) y un trabajador promedio consulta su correo 45 veces en las ocho horas de trabajo. Pero lo más grave aquí es que toma por lo menos 45 segundos volver a concentrarse después de esas constantes interrupciones que nosotros mismos provocamos con nuestra hiperconexión actual. La salida no es retirarse a un bosque a leer los pocos libros que en los años que nos restan de vida nos sean posibles. No. La salida es evitar la distracción, encontrar los libros que necesitamos y entregarnos a ellos como uno se entrega al primer amor. Sólo así la lectura tendrá sentido y será central. Sólo así dejaremos de hacer listas y de seguirlas y pensaremos críticamente que toda lista es una sobresimplificación y que la vida, sí, la vida, no puede estar completa sin muchos libros, no importa cuántos, pero sí muchos. Los necesarios.
