Disiento

Por Pedro Gutiérrez / @pedropanista

Con López Obrador nunca se sabe. Su estilo y activismo político siempre ha sido contradictorio, peligroso y bipolar. Un día se nos presenta como el candidato amoroso (2012) y otro explota aun frente a su público y las cámaras (apaga esa chingadera, 2017). La personalidad del mesías tropical es esquizofrénica, pero ante la posibilidad de ser presidente de México es mejor no dejar de señalarlo para que luego, como dicen los que saben, no haya ilusos y mucho menos desilusionados.

Para hablar de López Obrador es necesario referirnos al caudillismo que tanto ha lacerado a América Latina. Durante el siglo XIX y fundamentalmente el XX, el esquema presidencial sirvió como pretexto para que los países latinoamericanos padecieran por muchos años este cáncer. Cualquiera que abra el Diccionario de Política de Bobbio, Pasquino y Mateucci (Fondo de Cultura Económica), podrá encontrarse que el caudillismo centra su atención en la asunción al poder de hombres fuertes y carismáticos, cuya personalidad rebasa a las frágiles instituciones del Estado. Así, desde Guatemala hasta Argentina, América Latina ha sobrevivido a figuras autoritarias que gobiernan prescindiendo de las instituciones constitucionales y, por supuesto, se burlan de la democracia. El problema del caudillismo en América Latina es que es fácilmente justificable, y esos hombres fuertes aducen un supuesto apoyo a los más pobres para perpetuarse en el poder, invocando a personajes históricos vinculados a la rancia izquierda tradicional como Marx, Castro o hasta el caricaturesco Ernesto Che Guevara.

Los caudillos de los siglos XIX y XX se sirvieron de las instituciones democráticas para acceder al poder y, ya instalados en él, maniobraron para perpetuarse. Evo Morales en Bolivia, Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro en Venezuela, son los mejores ejemplos. México puede toparse con el infausto caudillismo en la figura de López Obrador. Los ingredientes están puestos: un país con instituciones débiles, un presidente que actualmente debe ser de los peores evaluados no sólo en AL sino en el mundo y un pueblo empobrecido que fácilmente escucha los sinsentidos del populista tabasqueño.

El proyecto alternativo que ofrece Andrés Manuel incluye personajes que, desde su perfil y declaraciones públicas, preocupan sobremanera. En Morena partidista vemos a la secretaria general Citlali Ibáñez (que algún día prefirió cambiar su nombre por uno de mayor abolengo), quien un día sí y el otro también se desvive en Twitter por los regímenes cubano y bolivariano. En efecto, Polevnsky aplaude las decisiones profundamente totalitarias de los gobernantes de las concitadas naciones, al igual que otros como Martí Batres o el impresentable John Ackerman, quien no hace mucho dijo que Venezuela era mucho más democrática que México. Imaginen ustedes si, acompañados de Obrador, estos individuos llegan al poder en 2018. México estaría, sin duda alguna, al borde del precipicio caudillista y totalitario. De llegar AMLO a la primera magistratura del país, no duden que querrá perpetuarse en el poder maniobrando cambios constitucionales y justificándose con argumentos como los de la necesidad de combatir la pobreza de raíz, o que su proyecto es de largo plazo e implica una lucha generacional y no sólo sexenal.

El caudillismo es un canto de las sirenas para muchos que parece han perdido toda esperanza. La pobreza es el mejor aliado de los populistas como Andrés Manuel, quien lo ha intentado en un par de ocasiones y sólo el voto racional de las mayorías han evitado la catástrofe. No podemos permitir eso de que la tercera es la vencida, por el bien de la democracia y nuestras instituciones. La mejor medicina para combatir el caudillismo son las instituciones políticas fuertes y democráticas: al final del camino, la democracia es el gobierno de las instituciones y no de los hombres, el gobierno de las leyes y no de los caprichos de unos cuantos.

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