Bitácora
Por Pascal Beltrán del Río
La noche del domingo pasado, después de perder la final del campeonato de liga del futbol mexicano, varios jugadores de los Tigres tuvieron una actitud muy poco digna.
La estrella del equipo, André-Pierre Gignac, se retiró del campo antes de que se realizara la ceremonia de premiación, mientras otros jugadores se rehusaron a que les colgaran la medalla de finalistas, cosa en la que insistió —e hizo bien— el presidente de la Liga Mx, Enrique Bonilla.
La noticia de la pataleta de los Tigres no se quedó en el estadio Omnilife de Guadalajara y cruzó el Atlántico. En Francia, el medio digital Planète Mercato llamó al goleador francés “très mauvais perdant” (muy mal perdedor), en una nota titulada Gignac perd le titre et manque totalement de respect aux Mexicains (Gignac pierde el título y falta totalmente al respeto a los mexicanos).
Como comentó ayer mi compañero Ángel Verdugo en la Primera Emisión de Imagen Radio, quien sabe si Gignac hubiera hecho lo mismo en Francia. Era comprensible la molestia de los Tigres por una decisión arbitral que les negó la marcación de un penalti, con el que quizá hubieran empatado el marcador, pero la reacción que tuvieron él y compañía al final del juego no es de profesionales ni ayuda a resolver el problema cultural que tenemos.
Lamentablemente, abundan ejemplos de malos perdedores en este país, una actitud que pasa por no dar a la autoridad el lugar que tiene.
Yo no sé si el árbitro Luis Enrique Santander debió haber marcado o no la pena máxima a favor de Tigres. Primero, porque no soy experto y, segundo, porque al parecer —en opinión de algunos que sí son expertos— hubo un fuera de lugar previo a la falta dentro del área de las Chivas.
Lo que sí sé es que ninguna contienda funciona sin un árbitro que, pese a las equivocaciones en las que puede incurrir, sea respetado por los contrincantes al margen del resultado final.
Por desgracia, en México está sobrevalorada la condición de víctima. Aquí casi nadie pierde por falta de capacidad o por error. Las derrotas, frecuentemente, son atribuidas a la acción malévola de alguien que lo hace perder a uno.
En este país tenemos infinidad de ejemplos de malos perdedores en la política (y contados ejemplos de lo contrario): candidatos que no aceptan su derrota porque, según ellos, alguien les hizo trampa. Pero cuando esos mismos personajes ganan una elección, tienen el cinismo de hablar bien de la democracia, de los árbitros y hasta de los contrincantes a los que tundieron durante la campaña electoral con epítetos que van más allá de las diferencias ideológicas.
Aunque la existencia de los malos perdedores en la política mexicana parece un fenómeno reciente, hay que recordar que nuestra democracia ha sido muy inconsistente a lo largo de la historia.
La actual etapa democrática apenas va a cumplir 20 años. Antes de eso, el PRI ganaba casi todas las elecciones y los políticos que eran derrotados internamente recibían premios de consolación. Pero eso no los hacía buenos perdedores.
De hecho, podemos encontrar malos perdedores en nuestros orígenes como República.
Durante el siglo XIX, los resultados de las elecciones casi siempre fueron materia de disputa. Lo que sucede es que, en aquel entonces, los derrotados se levantaban en armas.
Eso fue lo que pasó en la primera sucesión presidencial, en 1828. Cuando Guadalupe Victoria iba a terminar su cuatrienio, se inscribieron como candidatos, entre otros, Manuel Gómez Pedraza y Vicente Guerrero. Cada uno de ellos representaba a un grupo de la masonería. Ganó el primero, pero los partidarios del segundo no aceptaron los resultados.
Los inconformes se sublevaron en el Motín de la Acordada, iniciado el 30 de noviembre de aquel año. Lograron exiliar a Gómez Pedraza y le dieron la Presidencia a Guerrero, quien sólo la pudo ejercer durante ocho meses y medio, antes de ser depuesto por Anastasio Bustamante, quien había ocupado el tercer lugar en la elección.
Desde entonces, México ha tenido enormes dificultades para lograr que los perdedores acepten los resultados electorales.
Por desgracia, parece que viviremos otro capítulo de eso el próximo domingo, cuando los candidatos derrotados, igual que aquellos jugadores de los Tigres, manden a volar el segundo lugar que los votantes les hayan otorgado.
