Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio

Ha sido costumbre en México que los aspirantes a la candidatura presidencial del partido gobernante no quieran hablar sobre ella.

Pese a los avances democráticos del país, sigue viva la advertencia de Fidel Velázquez de que “quien se mueve no sale en la foto”.

Hace más de un año pregunté en entrevista al presidente Enrique Peña Nieto si era vigente esa máxima. Me dijo que no, e incluso opinó que quien aspiraba a gobernar el país debiera moverse.

Aún así, la mayoría de quienes son mencionados para alcanzar la candidatura del PRI para 2018 sigue negando sus aspiraciones, igual que lo hacían los presidenciables del gabinete del mandatario Felipe Calderón respecto de la nominación del PAN.

Por eso me sorprendió escuchar hablar ayer al secretario de Turismo, Enrique de la Madrid.

Invitado a la cabina de Imagen Radio para conversar sobre el comportamiento del sector a su cargo, aproveché para preguntarle sobre las opiniones de diversos analistas de que él también tendría que estar considerado entre los presidenciables.

—¿Cómo te ves en el tema de la sucesión presidencial? ¿Estás dentro o fuera? –pregunté al hijo de Miguel de la Madrid–.

—Primero, para todos los que nos dedicamos al servicio público, ésta es una vocación. Es una forma de ver tu vida. En mi caso, desde muy joven es algo que me gusta y que se afianzó en mí cuando tuve una experiencia tan directa, tan especial, tan única de poder vivir la Presidencia de mi papá.

—Viviste en Los Pinos…

—Sí, pero más que vivir en Los Pinos, en esas circunstancias se vive México con otra intensidad, con otra cercanía, con otra familiaridad... Pero, después, yo me he convencido de la necesidad de un buen gobierno. Los buenos gobiernos sí le ayudan a una sociedad. Por eso yo siempre he tratado de ser un buen servidor público. Que las tareas que le encomiendan a uno se cumplan.

“En ese sentido, puede haber gente que diga ‘este cuate tiene un buen perfil’. Yo lo que he tratado es ser cumplido, serio y responsable, y tengo una visión tremendamente positiva de nuestro país.

“Yo viví un México que quebró en los años ochenta. Quebró el modelo que apostó al petróleo, que apostó a la deuda externa, que apostó a un Estado grandote, y desplazó en ese sentido al sector privado…”.

—Hay quienes siguen soñando con eso…

—Pues yo por eso quiero resaltar que ese modelo quebró. El modelo de país cambió porque aquél quebró. No funciona. No queremos, otra vez, a alguien que nos venga a guiar. México no necesita a un mesías. Lo que necesitamos es trabajar en equipo, que nos veamos como parte de una misma casa, que compartamos diagnósticos de problemas, planteemos las soluciones y las apliquemos juntos.

“Yo creo que ese ha sido el gran avance del país, además de lo económico. Yo me hago esta reflexión: cuando teníamos un buen Presidente en el régimen anterior, como tenía poder, si era bueno, al país le iba muy bien. Pero si era malo, era un retroceso enorme.

“Hoy en día el avance es más lento. En la democracia así sucede. Los avances son más lentos, pero más duraderos. Y los retrocesos, mucho menos probables. Yo creo que ése es el país que queremos. En México se ha avanzado. En lo económico se ha avanzado, pero de manera dispareja…”.

—Con una enorme desigualdad…

—Sí, pero eso no hace que el modelo sea incorrecto. Lo que debemos hacer es ver dónde ha fallado. Hay estados de la República, como Aguascalientes, que han crecido en los últimos 12 años a tasas de 5% anual. El famoso 5% que queremos para el país. En cambio, en Oaxaca, por poner un ejemplo, se ha crecido a 1% anual. Es decir, a Aguascalientes le tomará 15 años doblar el tamaño de la economía. Y hacer eso mismo le llevará un siglo a Oaxaca. El primer modelo es el que funciona: uno de apertura, de integración con el mundo.

—¿Es aplicable el modelo de Aguascalientes en Oaxaca?

—Yo creo que sí, con el tiempo. Es un tema de generar instituciones, de buenos gobiernos.

Así, con esas palabras, De la Madrid alza la mano. No oculta sus intenciones.

Al final de la entrevista me dijo: “Si fuera chelista, te diría que quiero tocar en Carnegie Hall. Ni modo que dijera ‘no, yo sólo toco en bodas’”.

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