Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria
Siempre que voy al cine, lo hago predispuesto a ver alguna historia con el modelo establecido por la industria de Hollywood que ha inundado las salas del país, y ya se me ha vuelto una condición. Ya casi me acostumbro a esa estética fácil y tecnológica, pero más ahora que el cine “de mayorías” se ha convertido en un modelo en el que nadie nota, ni percibe ya, lo manido e insulso de las historias, lo premeditado y lo dirigido a incitar las formas de pensar que están perfectamente inoculadas en las películas que poco permiten una visión crítica verdadera o una fuerte provocación hacia la reflexión, responsabilidad que en otras épocas se atribuía a la novela y al teatro.
Y respecto al aprecio del cine en esta época donde se pueden ver películas hasta en los teléfonos celulares, es que, los espectadores difícilmente, tienen puntos de comparación con otro cine, o con películas que han sido fundamentales e influyentes en la joven historia del cine. Las recientes generaciones de espectadores, no voltean hacia atrás para mirar las piezas que cuentan historias a fondo y con una gran amplitud artística, que en alguna época se llamara “Cine de arte”, ese cine que muchos seguimos viendo y que recoge nombres como Bergman, Tarkovski, Herzog, Fellini, Buñuel, Woody Allen, sólo por mencionar algunos y que sin duda tienen hoy sus herederos o sus equivalentes.
Hace días fui al cine y vi una película belga en la Sala de arte de Cinépolis y que me ha parecido importante hablar de ella, ahora que la ética y otros valores, se han desgastado hasta quedar como vestigios de un ejercicio en la vida, que cada día deprecia más lo que debería ser esencial en el ser humano. Me refiero a La chica desconocida (La Fille Inconnue) dirigida por los hermanos Jean–Pierre y Luc Dardenne. La actuación de la extraordinaria actriz francesa Adèle Haenel que nunca abandona el equilibrio naturalista, una puntual mesura y una sobriedad muy a la medida del personaje que interpreta. Me sorprendió la sencillez de la trama que tiene la estructura de las películas policiacas. Sin embargo, lejos de la espectacularidad de las policiacas que acostumbra Hollywood, la moderación de la historia –desprovista de efectos y exageraciones– es sobresaliente. El argumento es sencillo, pero no por su sencillez, pierde riqueza porque en su entramado, desencadena situaciones de preocupación humana fundamentales, tratadas con la sencillez que éstas merecen.
También debo decir que tuve la curiosidad de leer las críticas a esta película y los conocedores –muchas veces insoportables y exquisitos–, dijeron que le faltó emoción, que era una película mediana, irregular, que estaba lejos de los logros anteriores de estos hermanos directores, entre otras.
Hay muchas películas en las que predomina el estruendo de los hechos, los sobresaltos y sensacionalismos efectistas, que son exitosas precisamente por eso, pero observemos qué clase de espectadores (consumidores) de cine llena las salas para ver explosiones, violencia inocua, amoríos triunfalistas y el erotismo que tanto vende. Hay una seducción, a la que el cine somete y multiplica el culto a la apariencia, como uno de los mayores valores a ejercer. Y aquí vuelvo a la película de La chica desconocida, en donde se espera violencia y exasperación (motivos sobran en la trama), pero no. En la historia hay naturalidad que mucho se parece a la vida. No hay efectos que no sean los que naturalmente provocarían las situaciones sin altisonantes, escenas en las que hay acción demás, golpes que no hacían falta, juegos ruidosos de la acción dramática que son para no dejar dormir al espectador, más que de utilidad para la trama de la historia.
Una doctora (Adèle Haenel) que un día, no abre su consultorio al llamado al timbre de la puerta porque ya se había cumplido el horario y al día siguiente aparece un policía, porque frente al consultorio, y a la vera del río, apareció una chica muerta y desconocida. Y cuando ven la grabación de la cámara del consultorio, descubren que quien tocaba la noche anterior era esta muchacha desesperada, pidiendo auxilio. Desde ese momento, comienza lo que le ha de dar valor a este filme. La búsqueda y el respeto a la identidad de una persona sin importar la nacionalidad, la sinceridad culpable, la ética de una profesional de la medicina que busca darle el valor completo a la chica muerta en el río, y busca por todas partes el nombre y el origen de esta mujer a quien no le abrió la puerta una noche antes de su muerte. Y en ese trayecto, otros asuntos asoman de un modo muy bien tratados sin autos destruidos, sin muertos, sin escenas sangrientas y otros recursos fabricados que abonan a la venta de la cinta. Las preguntas que esta película deja como capital a quien la ha visto con cuidado y conciencia, son estruendosas y nos alertan sobre el mundo descompuesto de este siglo, que cada vez, como ha dicho Yuval Noah Harari, “las personas no serán necesarias”.
Y aunque debería abundarse en los temas que trata, como el racismo, la prostitución, la inmigración, la trata de personas y la indiferencia por el otro, en el centro de la película, está una pregunta por la ética y la honradez de aquellos que tiene en sus manos, la facultad de curar el dolor, de aliviar con la justicia al mundo y la obligación de cuidar que la verdad no se destierre fácilmente. º
